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Las masas y las élites

La historia de México es un libro abierto para quienes desean entender la dinámica y la tensión que se genera a partir del encuentro de fuerzas naturalmente antagónicas: la de las masas que han permanecido al margen de los beneficios del crecimiento y el desarrollo y las élites favorecidas que temen el cambio. Pero éste puede conducir a un equilibrio cuando se conducen con inteligencia y abundante dosis de buena voluntad.

La Guerra de Independencia no fue un encuentro de razas ni de credos; fue una lucha vindicatoria de los derechos de los hombres libres nacidos en el Anáhuac, en contra de la cerrazón de la aristocracia peninsular que no les permitía acceso a un estatus que correspondiera a sus habilidades y talentos. Los conspiradores de Querétaro, como muchos otros que antes que ellos, no eran indios pobres y desheredados; eran la crema y nata de la sociedad del norte del centro de México, con hartos privilegios.

Las masas y las élites

Hidalgo gritó ¡Viva Fernando VII!, porque buscaban crear en México una monarquía autónoma, que les permitiera acceder a los títulos nobiliarios, posesión de tierras y las prerrogativas correspondientes, incluyendo altos cargos en el clero y la milicia, que por aquellos años correspondían exclusivamente a nacidos en la metrópoli hispana. Los indios que lo acompañaron se unieron después, a cambio de algunas promesas y su tarea en la guerra fue marginal. Morelos y Guerrero fueron los insurgentes prietos.

La Guerra de Reforma se ha vuelto emblemática por la distinción extrema de los personajes clave: el príncipe extranjero, rubio, alto y de fina y luenga barba, por un lado, y el indio terco que a los diez años no hablaba español, por el otro. Sin embargo, la contienda fue porque los liberales buscaban terminar con fueros y canonjías de las clases pudientes aliadas a la curía. El pueblo raso tuvo una participación marginal.

En donde la masa popular tuvo una relevancia substancial fue en la Revolución. Este movimiento fue convocado por Madero, un rico terrateniente del norte, que anhelaba un régimen democrático de participación plural, que el prolongado gobierno de don Porfirio Díaz no permitía, quesque porque el pueblo de México no estaba preparado. Triunfó Madero; pero, no reconoció las demandas de los campesinos sin tierra del sur, ni los deseos de justicia de los hombres del norte. Dejó hacer, dejó pasar y fue abatido.

Fue a la muerte de Madero cuando las fuerzas populares se incorporaron a la lucha armada bajo la conducción de hombres de talento singular, que no ambicionaban el poder por el poder; sino crear un país de oportunidades. Carranza, Villa y Zapata no se entendieron; pero, su desempeño aportó el más luminoso legado que el mundo conoció a principios de la centuria pasada: la Constitución Política de los Estados Unidos Mexicanos dimanada del Congreso Constituyente de Querétaro, con la fórmula ecléctica de democracia con justicia social.

Democracia con justicia social bajo un régimen de economía mixta con rectoría del Estado y la bandera del nacionalismo revolucionario, con la que México tránsito la mayor parte del siglo XX con paz, estabilidad y desarrollo. Hasta la llegada del caos.

Ese caos que permite, al mismo tiempo que caen los niveles de vida de las masas que sobreviven a la absurda injusticia de 88 pesos por jornada laboral de ocho horas, en condiciones altamente precarias, en lugares muy distantes de sus hogares, con la mísera dádiva de los programas sociales que generan huestes de votantes cautivos, la existencia de élites doradas que se trasladan en helicópteros para ir a jugar golf en los centros vacacionales paradisiacos; que se pasean por el mundo en aviones exclusivos; que desaparecen presupuestos de miles de millones de dólares sin la posibilidad de ser llamados a cuentas por la protección de las camarillas de incondicionales que han venido a formar los ejércitos que en su tiempo fueron realistas, luego conservadores, luego opresores.

Hoy, la tensión entre la representación popular y la representación de las élites, puede conducirse por el camino del diálogo civilizado y fructífero que lleve a encontrar el punto de equilibrio y con éste el retorno de la viabilidad de México como país. Con la liberación del poder público puede conjurarse la perniciosa reproducción de las inercias, estéticas y políticas, de la élite dominante, que, además, ha venido a ser cerrada, ciega y sorda.

Los hombres de bien, de un lado y de otro, pueden llegar al punto coincidente con buena voluntad, para bien de México y los mexicanos.