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La Respuesta

De Juárez se ha dicho mucho. Juárez es el personaje, es la historia, es la leyenda; pero, además, sin lugar a dudas, sigue siendo la respuesta de México y los mexicanos a todos los intentos de subordinación de los interés nacionales a los venidos de allende el mar o de aquende el océano. Su pensamiento es venero del que brotan las palabras, libres de galas engañosas, para hablar con la verdad desnuda de libertad, de justicia y de paz.

A siglo y medio de su gran hazaña, permanecen sus ideales como faro de luz para abrir las tinieblas de la noche obscura que se ha apoderado del Anáhuac por la voluntad de quienes, en los días que corren, han traído al nuevo príncipe extranjero, alto y rubio, para que se encargue de los asuntos de los pobres indios, que están a punto de volver a la condición de esclavos mientras se amasan colosales fortunas sin dar golpe alguno.

La Respuesta

En un absurdo intento de condescendencia, que seguramente consideró pertinente por cuanto fue una cáfila de traidores quienes lo buscaron en Miramar para ofrecerle el trono de México y crear el Segundo Imperio Mexicano, Maximiliano de Habsburgo, a bordo del buque francés Novara, escribió al presidente Juárez que, abandonando la sucesión de un trono en Europa, mi familia, mis amigos y mis propiedades y, lo que es más querido para un hombre, la patria, yo y mi esposa doña Carlota hemos venido a estas lejanas y desconocidas tierras obedeciendo solamente al llamado espontáneo de la nación, que cifra en nosotros la felicidad de su futuro. Convierte a pocos en nación. 

Pero, además, como señala Juárez: “Usted me invita cordialmente a la ciudad de México, a donde usted se dirige, para que tengamos una conferencia junto con otros jefes mexicanos que se encuentran actualmente en armas, prometiéndonos todas las fuerzas necesarias para que nos escolten en nuestro viaje, empeñando su palabra de honor, su fe pública y su honor, como garantía de nuestra seguridad”. ¡Magnánimo!

Ya desde aquellas épocas pretéritas, las autoridades ajenas al pueblo, se erigían como sus representantes, asumiendo potestades que únicamente pueden ser obtenidas por medio del conceso que son las elecciones democráticas y libres. Maximiliano al venir a México invitado por un reducido grupo de empresarios conservadores, con el apoyo del que entonces era considerado mejor ejército del mundo, las fuerzas de Napoleón, se atenía al derecho divino que concedía a la nobleza el derecho a reinar donde quiera.

Pero, se toparon con un indio testarudo, intransigente, un campeón del Derecho que no entendía ni atendía más voz que la emanada de su deber, de sus compromisos y de su palabra. “Me dice usted que no duda que de esta conferencia —en caso de que yo la aceptara— resultará la paz y la felicidad de la nación mexicana y que el futuro Imperio me reservará un puesto distinguido y que se contará con el auxilio de mi talento y de mi patriotismo”. 

Juárez respondió: “Ciertamente, señor, la historia de nuestros tiempos registra el nombre de grandes traidores que han violado sus juramentos, su palabra y sus promesas; han traicionado a su propio partido, a sus principios, a sus antecedentes y a todo lo que es más sagrado para un hombre de honor y, en todos estos casos, el traidor ha sido guiado por una vil ambición de poder y por el miserable deseo de satisfacer sus propias pasiones y aun sus propios vicios; pero, el encargado actual de la presidencia de la República salió de las masas oscuras del pueblo, sucumbirá, si es éste el deseo de la Providencia, cumpliendo su deber hasta el final, correspondiendo a la esperanza de la nación que preside y satisfaciendo los dictados de su propia conciencia”. 

Hay una disputa amistosa entre Cuba y México por el danzón Juárez, que dice: “Si Juárez no hubiera muerto, todavía viviría y la patria se salvaría”, de la que se dice es una copia del danzón a Martí. Cierto; pero, ¿qué importa? Ambos fueron grandes en el mismo sentido.