Editoriales > ANÁLISIS

Justicia e injusticia

De acuerdo con Sócrates y tal como lo planteaba Platón, el ciudadano tiene la obligación de someterse a las leyes de su Estado en pago de los beneficios que el mismo le otorga. El consentimiento es tácito y se concedería en el momento que el individuo alcanza cierto grado de madurez. De este modo, se estarían planteando los fundamentos del contrato social referidos a la obligación de los ciudadanos de someterse a las leyes del Estado en pago de los bienes que recibe.

El punto clave en este asunto es que el consentimiento implícito presupone que el Estado es bueno y justo; que, como lo marcan las leyes, otorga a los ciudadanos todas las previsiones y provisiones para una vida segura y plena, con la posibilidad de desarrollar en entera libertad todas las facultades y potencialidades en beneficio propio y de la comunidad. Desde luego, los padres de la Filosofía hacían referencia a una utopía, esto es, una aspiración que podía ser arcana realidad.

Justicia e injusticia

Posteriormente, Platón, en La República, hace un planteamiento más ajustado a la realidad, cuando señala que la justicia no es parte de la naturaleza humana; que, por el contrario, dentro de cada persona existe la idea de que es bueno cometer injusticias si estas la reditúan algún beneficio sustantivo; pero, no es sufrirlas. En vista de ello, se hace necesario la creación de un marco de convencionalismos que, aceptado por todos, encamine las acciones humanas hacia la justicia.

En el mundo perfecto de Glaucón la gente no tendría restricciones para robar, mentir, violar, saquear. Sería de un mundo totalmente egoísta en el cual los humanos estarían motivados en sus acciones por la búsqueda de placer, poder y riqueza y en la procuración de esos objetivos no se sentirían limitados por sentido alguno de justicia. En realidad, lo bueno sería poder disfrutar de la injusticia en favor propio sin temor a sufrir penalidad alguna. Pero, el temor de estar sujetos a la injusticia proveniente de otros más poderosos, llevaría a los seres humanos al compromiso de aceptar acuerdos y leyes que legislarían con un criterio de justicia que implicaría la media entre el placer de la injusticia propiciada por uno mismo y el castigo de la injusticia infligida por otros.

Dos siglos y medio después de que el filósofo enseñara mediante el diálogo en su famosa Academia, lo más parecido al concepto moderno de universidad, sus razonamientos siguen teniendo una inusitada vigencia: “la injusticia sería lo innato y natural, y la justicia lo creado por convención como un escudo de los más numerosos débiles contra el poder superior de los más escasos fuertes”. En este momento, once mil “juncionarios” pelean con uñas y dientes (que los tienen bien afilados), sus prebendas que no corresponden a la justicia, sino a la injusticia que han venido prohijando desde sus posiciones de privilegio en pro (¡vaya contrasentido!), de la justicia.  

Demostrando qué son y cómo son, están reacios a entender y aceptar que la justicia es la salud y la perfección de la naturaleza humana. La fuente última del valor no se encuentra en la naturaleza

y tampoco en la construcción humana de un contrato social, como el que propone Glaucón; sino, en la idea del bien. Ese bien que no puede darse en abstracto; sino en relación con otros a los que se debe tanto como a sí. El concepto de nación emerge con Morelos a partir del ideario de López Rayón y dice: “Que como la buena Ley es superior a todo hombre, las que dicte nuestro Congreso deben ser tales, que obliguen a constancia y patriotismo, moderen la opulencia y la indigencia…”.

Así mismo, que: “Que los Poderes Legislativo, Ejecutivo y Judicial estén divididos en los cuerpos compatibles para ejercerlos. Que funcionarán cuatro años los Vocales turnándose, saliendo los más antiguos, para que ocupen el lugar los nuevos electos.

La dotación de los Vocales será una congrua suficiente y no superflua, y no pasará por ahora de 8,000 pesos…”; pero, además: “Que las leyes generales comprendan a todos, sin excepción de cuerpos privilegiados; y que éstos sólo lo sean en cuanto al uso de su ministerio”. ¿Podría alguno de los muchos rijosos en defensa de “sus derechos”, demostrar el buen uso que han dado al ministerio que se puso en sus manos?

La naturaleza injusta de los inconformes choca con la tarea encomendada, ¡en pos de la justicia!