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Hermanos, no esclavos

El sentido mensaje del Papa Francisco durante la misa celebrada en la Basílica de San Pedro, con el tema central del rescate del ser humano en toda su magnífica dignidad, viene siendo el característico de su pontificado: “No más esclavos, sino hermanos”, con un alcance que va más allá de las formas para llegar al fondo. Hace referencia al tráfico de personas, pero también a la explotación laboral.

La bonanza del liberalismo en los siglos XVIII y XIX se debió a la esclavitud. Del África negra salían barcos cargados de esclavos a los que no se les concedía siquiera la calidad de seres humanos, sino que eran simples bestias aptas para el trabajo a las que no había que alimentar, sino que se dejaban a la buena de Dios para que buscaran su comida luego de cumplir fatigosas jornadas en los campos agrícolas, en las minas, en las obras de infraestructura que trajeron la grandeza del Coloso del Norte.

La magistral obra de Blanco Belmonte da la medida de este impío comercio: “Raudo el buque navega, en la toldilla/ fuma impaciente el capitán negrero,/ por la abierta escotilla/ sube el murmullo ronco y plañidero/ que el sollozo semeja/ de mil bestias humanas;/ es el ébano vivo que se queja/ al dejar las llanuras africanas”. Hombres, mujeres y niños que eran recolectados como animales para ser vendidos en la América.

Hermanos, no esclavos

No importaba en aquel tiempo la separación de las familias, el hacinamiento de seres humanos que no tenían relación alguna, ni si quiera de idioma, aunque todos fueran de color; importaba la ganancia fácil de dinero tomando con violencia a los habitantes del África, sin concederles ninguna gracias, para ser vendidos en haciendas, factorías, minas y empresas constructoras como carne de trabajo con pingües ganancias.

En la América, México fue el primero en abolir la esclavitud, de ahí la malquerencia hacia los insurgentes y la posterior ‘compra’ de la mitad del territorio nacional, luego de una guerra inicua. La esclavitud desapareció de los Estados Unidos luego de la Guerra de Secesión, que ganó el norte en apoyo de la abolición proclamada por Abraham Lincoln y del territorio nacional con la presidencia de don Benito Juárez.

Con Porfirio Díaz florece de nuevo la explotación del ser humano, que debe prestar su quehacer laboral en condiciones deplorables por el pago de un salario que jamás llega a ser suficiente para paliar el hambre cotidiana, el frío inclemente y la enfermedad como pregonera de la muerte segura. Millones de pobres e indios de este país fueron a morir extenuados en las fincas henequeneras y algodoneras del sureste.

Ahora, que se ha desvirtuado el sentido social de la Constitución de 1917, vuelve a privilegiarse al capital en detrimento del trabajo. Aunque la ley señala que el salario mínimo, que gana más del trece por ciento de la población, debe ser suficiente para solventar las necesidades totales de una familia, éste no alcanza siquiera para que una persona pueda cumplir con esa costumbre de comer tres veces el día. Es una burla.

Una burla que se repite año con año mientras los magnates y la alta burocracia festinan con crueles derroches su falta de humanidad. A ellos se refirió el Papa Francisco cuando habla de la nueva esclavitud, proclamando que: “Todos estamos llamados a ser libres, a ser hijos de Dios y cada uno, según su propia responsabilidad, a luchar contra las formas modernas de esclavitud. De cada pueblo, cultura y religión, unamos nuestras fuerzas”.

La historia está llena de las grandes hazañas de hombres que conquistaron fortuna con sus obras; pero, cuando el poder económico se deriva de esquilmar a otros su derecho a una vida digna por medio del trabajo decente, la situación cambia. Pasan de ser prohombres a ser simples explotadores de sus hermanos, negreros desalmados. Reine en todo el mundo la proclama de Francisco: “No más esclavos, sino hermanos”.