Editoriales > ANÁLISIS

Hacerse pato

Don Antonio Guterres, secretario general de la Organización de las Naciones Unidas,  es una persona respetable, lo que no obsta para que se haga pato y se asombre del incremento, espantoso incremento, de la violencia. Por su cargo y por su carrera es poco creíble que no entienda lo que ocurre en el planeta, en que unos tienen todo y otros nada.

 La crisis es una condición adversa bajo la cual han vivido las generaciones emergentes desde finales del siglo XX. La crisis se ha convertido en un estilo de vida en que se exige del ser humano un mayor esfuerzo laboral, a cambio del mismo o menor ingreso. La crisis ha generado una imposibilidad real de que los gobiernos respondan a las demandas de sus gobernados, achicando cada vez más sus responsabilidades sociales.

Hacerse pato

La crisis ha obligado a millones de hombres, mujeres y ahora niños, a abandonar sus hogares e ir en busca de oportunidades para una vida digna y productiva. Por sus características, bien puede definirse como una crisis norte-sur, dado que los migrantes salen de los países del sur, lo mismo Centro y Sudamérica en el Continente Americano, que de África en el binomio Europa-África, para ir a los Estados Unidos o los países que integran la Unión Europea. En la crisis norte-sur, se echa de ver la causa y el efecto.

Desde mediados del siglo pasado, los países ricos del norte iniciaron una feroz y eficaz embestida contra las naciones del sur, colocando en ellas sus excedentes de bienes y capitales, primero a precios muy bajos, como un gancho; para luego, sacar los dientes y exigir apertura indiscriminada y total desregulación para ir por los recursos naturales.

Acogotados, como sucedió en México luego de la borrachera de López Portillo, que dijo que había que aprender a administrar la abundancia, los países del sur fueron obligados a reducir el papel del Estado en la economía. Miguel de la Madrid entregó el poder político al poder económico y Salinas completó su mala obra desmantelando el Estado.   

Vinieron después la disminución de los gastos sociales, las privatizaciones, la reforma fiscal favorable al capital, la desreglamentación del mercado de trabajo, el abandono de aspectos esenciales de la soberanía de los Estados, la supresión de los controles de cambio, la conversión del ahorro-pensión por capitalización, la liberalización de los intercambios comerciales, el impulso de las operaciones bursátiles y especulativas.

La transferencia de recursos del sur al norte fue impresionante. A finales del siglo XX, tras varias décadas de ‘cooperación’ se demostró que ésta no ha servido para fomentar el desarrollo del sur, sino que el sur sigue siendo financiador neto del norte, y no al contrario como sugiere la imagen de la cooperación. Según las cifras dadas por la ONU, a finales del siglo XX, los países del sur pagaron anualmente 160.000 millones de dólares al norte, nada más por concepto de intereses de su deuda, sin abonar capital.

François Chesnais, profesor asociado de la Universidad de París y economista destacado por su postura anticapitalista, señala que: “Los mercados de títulos de deuda pública (los mercados de obligaciones públicas), puestos en pie por los principales países beneficiarios de la mundialización financiera y luego impuestos a los demás países (sin demasiadas dificultades muy frecuentemente) son, según dice incluso el propio Fondo Monetario Internacional, la piedra ‘angular’ de la mundialización financiera. Traducido a un lenguaje claro, es exactamente el mecanismo más sólido, puesto en pie por la liberalización financiera de transferencia de riquezas de ciertas clases y capas sociales y de ciertos países hacia otros”. El resultado es la depauperación de personas y de países.

Y, como consecuencia, la necesidad de migrar de los lugares donde se ha sembrado la pobreza a los sitios donde existe la abundancia. La crisis norte-sur es un fenómeno muy claramente evidenciado y no tendrá solución mientras la sangría de las economías débiles perdure en favor de las poderosas, sea a nivel de personas, de clases o de países.

Chesnais, drástico como es en sus apreciaciones, recomienda: “La anulación de la deuda pública, no solo la de los países más pobres, sino también la de todos los países cuyas fuerzas sociales vivas se niegan a que el gobierno continúe imponiendo la austeridad presupuestaria a los ciudadanos para pagar los intereses de la deuda pública”. ¡Orale!