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EU paga con dólares, México paga con vidas

Las múltiples manifestaciones de violencia que azotan a la humanidad en prácticamente todos los confines del planeta, de muy diversas formas, son una evidencia de la pérdida del rumbo, del extravío de los valores y del reinado sombrío del becerro de oro, ante el cual la plutocracia que se ha apoderado del planeta todo lo sacrifica. No tiene llenadera; siempre ávida de más, en menor tiempo y con el mínimo esfuerzo, nomás por acumular.

Por estos lares, las manifestaciones de encono han llegado a extremos inimaginables en que el ser humano pierde su esencia y se torna el lobo del hombre, olvidando las tiernas enseñanzas de amor, solidaridad y compasión que mamó en el regazo materno (o, quizá que nunca conoció). En Estados Unidos, su presidente, Donald Trump, asegura que “su país necesita el muro fronterizo con México, que es el país con más crimen del mundo”.

EU paga con dólares, México paga con vidas

En ambos casos, el asunto es simple y ya lo dijo el presidente Gustavo Díaz Ordaz a su homologo estadounidense Richard Nixon, cuando éste dijo que México era el trampolín de las drogas: “Si aquí hay un trampolín, es porque allá existe una inmensa alberca”, lo que puso en evidencia que el problema tiene su origen en la demanda y que la solución debe ser conjunta, con buena voluntad y un enfoque que tiene que ver con la salubridad.

No es con muros, con prohibición, con guerras, con violencia, como habrá de resolverse el conflicto que deja tanto dinero a unos y llena de luto a otros. Es con educación; con la promoción de todo aquello que diferencia al ser humano de las demás creaturas de la naturaleza, y que no es otra cosa que la cultura humana en sus tres grandes expresiones, arte, ciencia y moral. Que las cosas del espíritu vuelvan a dominar los apetitos salvajes.

Quienes no quieren el control de armas; quienes no desean frenar la demanda insaciable de paliativos para el vacío espiritual, para la ausencia de sentido social, para las sombras ominosas de las perturbaciones mentales derivadas de la insatisfacción en medio de la abundancia, son lo mismos que han creado la supremacía del individuo sumergido en la poza profunda del hedonismo, el consumismo, las tensiones paradójicas en la sociedad.

Son los que acumulan riqueza simple y sencillamente por el placer de la acumulación, sin ningún otro sentido racional. Son los que niegan un trago de agua al gallo de la Pasión, son los que queman las cosechas para mantener altos los precios de la comida que tienen embodegada; en fin, son aquellos de lo que la Biblia dice que: “Porque es más fácil que un camello pase por el ojo de una aguja... que el que un rico entre en el reino de Dios”. Lo que no condena la riqueza, sino el gravísimo pecado de la avaricia.

Falta en que se echa de ver la ausencia de los valores universales y eternos de verdad, belleza y bondad; mismos que son substituidos por el fraude, el timo, la mentira; lo grotesco, lo banal, el efectismo; el odio, la intolerancia y el prejuicio. A lo largo de la historia de México, tan cargada de significados, tres hombres notables: José María Morelos, Salvador Díaz Mirón y Gustavo Díaz Ordaz, han coincidido en el mismo pensamiento, expresado con diferentes términos; pero que mantiene su esencia: ¨Nadie tiene derecho a lo superfluo, mientras alguien carezca de lo estricto”. ¡Justicia social!

Esa justicia social cuya negación ha desembocado en el capitalismo salvaje y sus muy variadas expresiones, entre las que se cuentan la lucha que libran en este momento las naciones de la América. Estados Unidos, con una parte importante de su pueblo en las garras de la farmacodependencia, que pone los dólares y las armas, y México y las demás naciones, cuya gente tiene la opción de morir de hambre o de un balazo, con la tierra teñida de sangre, sangre fraterna derramada brutalmente, en una lucha absurda.

Allende el Bravo, mientras Janeth Yellen se empeña en humanizar y racionalizar la economía, enfrentando a los buitres de la plutocracia, el presidente envía mensajes en contra, como el perdón a Joe Arpaio, símbolo de la xenofobia y la intransigencia; aquende, toda acción está encaminada a mantener las mismas condiciones de miseria y abandono de quienes han sido víctimas del neoliberalismo despiadado e implacable.

Los magnates de un lado y de otro, siguen en su empeño de tener más, al costo que sea.