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El Pacto de Xochimilco

George Santayana, filósofo y escritor norteamericano, aseguraba que: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, frase que a lo largo del tiempo ha sufrido modificaciones y cuya idea fundamental se atribuye a otros autores.

George Santayana, filósofo y escritor norteamericano, aseguraba que: “Aquellos que no pueden recordar el pasado están condenados a repetirlo”, frase que a lo largo del tiempo ha sufrido modificaciones y cuya idea fundamental se atribuye a otros autores. Decía que: “En la primera etapa de la vida la mente es frívola y se distrae fácilmente, pierde progreso al caer en la consecutividad y persistencia. Esta es la condición de los niños y de los bárbaros, en la que el instinto no ha aprendido nada de la experiencia”.

Ayer se cumplieron 103 años de la firma del Pacto de Xochimilco y de la entrada de los ejércitos de Pancho Villa y Emiliano Zapata a la Ciudad de México. En los dos eventos, los jefes revolucionarios, uno jefe de Operación del Ejército de la Convención y otro jefe del Ejército Libertador del Sur, acordaron que la Presidencia de México tenía que ser ocupada por un civil y que ellos serían únicamente salvaguardas de la Revolución.

El Pacto de Xochimilco

Los puntos torales del Pacto de Xochimilco fueron: Alianza militar entre la División del Norte y el Ejército Libertador; La División del Norte aceptaba el Plan de Ayala en lo relativo al reparto de tierras, eliminándose los ataques que el plan contenía sobre Madero; La División del Norte habría de proporcionar elementos militares al Ejército Libertador. El acuerdo mayor fue el ingreso a la Ciudad de México, el 6 de diciembre.

Al respecto escribe Felipe Ávila: “Los habitantes de la ciudad de México presenciaron un acontecimiento insólito. Entre maravillados, atónitos y temerosos, vieron marchar por las calles céntricas de la vieja capital a varios miles de hombres armados, muchos de ellos a caballo, en un desfile militar diferente a los que habían visto antes”. Diarios de la capital publicaron información acerca del júbilo popular; pero, otros, sobre todo de Veracruz y Coahuila, pintaron escenas de horror y de crítica a los revolucionarios.

Paco Ignacio Taibo II explica que el villismo no se niega a tomar el poder, pero Villa no se asume como una figura directora de una nación y cede el espacio a aquellos que piensa están más capacitados para hacerlo. El propio Villa, luego de sentarse en la silla presidencial en el Palacio Nacional, dice que: “No es obra del acaso, sino de la justicia, que yo, Pancho Villa, a quien de niño, y después ya hombre, hicieron persecución los ricos y poderosos, venga a consumar mediante mi persona la unión de la causa de los pobres del Norte con la de los pobres del Sur. Porque es muy cierto que Zapata encarna la lucha de estos hombres de aquí, como encarno yo la de los hombres de allá, y que juntos los dos, obraremos la conquista de las libertades del pueblo, y el reposo para sus fatigas, y las bendiciones de su justicia…”. Inculto; pero, obvio, no ambicioso.

Diversos acontecimientos, posiblemente encadenados, dan como resultado la derrota del gobierno emanado de la Convención de Aguascalientes, presidido por Eulalio Gutiérrez y la posterior elección de Venustiano Carranza como presidente. Pero, éste no puede sustraerse del impacto que tuvo el acuerdo de Xochimilco ni de las palabras de Villa y Zapata posesionados de la capital de la República y, durante el Congreso Constituyente de Querétaro, quedaron en la Constitución las ideas más luminosas de los revolucionarios, sobre todo los artículos 3, 27 y 123, muy avanzados para la época.

Ora que va quedando poco de la esencia de la primera revolución social del siglo XX y de la notable legislación que produjo (tan avanzada que sirvió de modelo para otras, como la Weimar de Alemania, encaminada también al constitucionalismo social), es bueno recordar las palabras del general Villa en Palacio Nacional: “Cuando yo mire los destinos de mi país bien, seré el primero en retirarme, para que se vea que somos honrados, que hemos trabajado como hombres de veras del pueblo, que somos hombres de principios”.

Hombres que, como Diógenes, habría que buscar ahora ya no con una lámpara sino con un reflector y poderosos radares.