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El pesar del peso

Asegura el gordito Carstens, presidente del Banco de México hasta que se vaya a servir a sus verdaderos amos, que el peso mexicano está subvaluado y que habrá de recuperar el nivel justo en la paridad cambiaria con el dólar norteamericano a mediano plazo. Se Muestra, como casi siempre, chistoso y pretende ser optimista. Si el peso está muy bien, ¿por qué le va tan mal?

Durante la presente administración, en que la economía se ha puesto al servicio de los grandes intereses internos y externos, al peso le ha ido de la patada. Con informes precisos del Banco de México, se tiene que la cotización de la moneda mexicana con respecto al dólar, según el corte estacional para el primer trimestre de cada año,  era, en marzo del 2013, cuando ya Luis VIdegaray  había sumido plenamente sus funciones como secretario de Hacienda, de 12.3152; que, para el 2014, había subido a 13.0643; ya en el 2015, se fue hasta los 15.2835; el año pasado anduvo por los 17.1268, y, en el presente cerró el IT con una cotización, con serios altibajos, de 18.6893.

El pesar del peso

Es un lugar común señalar que Pitágoras no miente, ¿cómo podría hacerlo 2,517 años después de haber enunciado sus teorías y de entregar su alma al Creador? Por tanto, durante este gobierno el que llegó a ser el peso fuerte del mundo, ha venido en picada hasta completar una caída total de casi el 66 por ciento. 66 por ciento en cuatro años no puede considerarse una situación transitoria ni un catarrito como los que gusta de señalar Carstens; se trata de la antesala de una catástrofe.

Claro que los voceros oficiales y oficiosos pretenden ocultar la crisis derivada de los colosales yerros que han tenido los operadores de la economía nacional; pero, en los mercados del dinero no hay forma de engañar a los grandes tiburones que van por el mundo con sus capitales para hacerlos rendir de la mejor manera posible, siempre con las mínimas posibilidades de riesgo. De siempre se ha sabido que al rico todo mundo le presta y que pasa apuros, todos le sacan la vuelta.

Es indudable que hay inversión; pero, toda está encaminada a favorecer a las trasnacionales que vienen a armar a aquí sus productos y luego los envían a los mercados estadunidenses y de la América Latina como si fueran exportaciones de productos nacionales. Ni siquiera los proyectos de integración que era una de las condicionantes para abrir las puertas a la maquila, se han cumplido. Todo se reduce, simplemente, a traer componentes de Asia, ensamblarse aquí y enviarlos fuera.

Todavía se dan el lujo los manipuladores de la economía de decir que México ocupa los primeros sitios en exportación de teléfonos celulares, tabletas, electrodomésticos, autos y partes de avión.

Tan despistados y desfasados en cuanto a lo que ocurre en el planeta, los genios construyen un muelle enorme para contenedores, “a fin de estimular las exportaciones y los flujos de carga” en los días en que el presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, ese sí enterado de cuanto sucede y dispuesto a hacer lo necesario para recuperar la economía de su país, se ha pronunciado en contra del libre comercio, que, bien sabido se tiene, no es más que un truco para facilitar que el pez grande se coma al chico. De igual manera es posible el próximo gobierno francés haga  ídem.

De la desgracia ocurrida con las dos grandes industrias energéticas del Anáhuac, mejor ni hablar; fueron desmanteladas para venderla como fierro viejo y ahora, en lugar de general las colosales fortunas que fueros dilapidadas irresponsablemente por los últimos gobierno, han venido a ser una pesada carga que gravita sobre los recursos públicos. Doña Christine Lagarde asegura que el país todavía es solvente para recibir el crédito contingente que impida la debacle total. Sí; pero, lo que no ha aclarado la señora es que esos miles de millones de dólares son como los que prestó Bill Clinton al gobierno de Ernesto Zedillo, amarrados a los ingresos por exportaciones y quizá hasta con la intervención directa del Fondo Monetario Internacional para arreglar las finanzas internas.

Por todo ello, seguir creyendo en los sueños de Petrus del presidente del Banco de México que dice sentirse muy confiado del comportamiento de la moneda en los próximos meses, es absurdo.