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El milagro de la Virgen de las Nieves

Los corceles siguieron su loca carrera como si alguien los arriara hacia la puerta de trancas

1º- CUENTO REVOLUCIONARIO.- Lo que a continuación  van a leer, amigos lectores, es una narrativa que sucedió en Padilla Tamaulipas a un grupo de revolucionarios y que su autor le da carácter de milagroso…

Era el mes de febrero de 1924, la Rebelión Delahuertista en Tamaulipas, surgía incontenible, encabezada por el ex gobernador y general César López de Lara.

El milagro de la Virgen de las Nieves

En las Colonias Agrícolas Militares de los Llanos de Azua en el municipio de Palmillas, pertenecientes a las a las fuerzas del general Francisco C. Carrera, había llegado a la orden de reingresar al ejército abandonando la yunta y el arado, para empuñar de nuevo los rifles y sostener al gobierno de la República, cuyo derrocamiento era promovido por hombres equivocados de la Revolución.

Roberto Martínez y Ricardo Castro, ambos tenientes coroneles, reunieron más de cien colonos, tocándome (reseña el señor Francisco González Aregullìn) en suerte incorporarme a dichas fuerzas invitado por mi amigo de la infancia, Roberto Martínez, habilitándome como Capitán y pagador de la tropa.

Hechas las relaciones del personal y con más de mil pesos en plata, salimos una mañana de la Ciudad Victoria, con rumbo a Padilla, con un tiempo de todos los demonios, pues hacía mucho frío y llovía copiosamente.. Llegamos a Padilla ya con buen tiempo y cruzando el Río Purificación, nos detuvimos en la Hacienda de Dolores, situada frente a dicho pueblo, en cuyo lugar estaban acompados más de doscientos hombres del general Carrera, a las órdenes del Coronel Modesto García  Cavazos.

Sería como las ocho de la noche, cuando mi jefe me ordenó vigilar que los soldados dieran de comer maíz a la caballada, pues había la posibilidad de salir en la madrugada a batir al enemigo. Había negros nubarrones cruzando lentamente el cielo, presagiando fuerte tormenta.

De repente y sin siquiera haber la más mínima señal de aire, se formó en el centro del corral, un viento huracanado causando un gran remolino que se levantó a gran altura desparramando parte de la pastura que habíamos echado alrededor del citado corral.

Entonces sucedió un fenómeno  extraño. Nuestros caballos recién  requisados en una de las haciendas de Don Bartolo Rodríguez empezaron a encabritarse dando fuertes resoplidos y a relinchar, dando muestra de un gran temor, como si algún ser diabólico invisible los espantara.

Los animales comenzaron a correr asustados, con gran sorpresa y alarma para la tropa, que rápidamente se ponía a salvo para no ser pisoteada por la caballada.

Los corceles siguieron  su loca carrera como si alguien los arriara hacia la puerta de trancas, corriendo por el centro de la plaza con rumbo hacia donde habíamos llegado.

En esos mismos momentos las tropas acuarteladas lejos de nosotros comenzaron a gritar, ¡Viva  el Supremo Gobierno Y mueren los traidores, jijos de la…! Y comenzaron a disparar sus armas contra la caballada, que habían confundido con el enemigo.

El tiroteo se generalizó durante más de quince minutos que me parecieron angustiosos (refiera González Aregullin) y mortales por encontrarnos en aquella situación de confusión   con nuestros propios compañeros, que no nos oían gritar, señalándoles la equivocación de muerte que estaban cometiendo.

En aquellos momentos vino a nuestra memoria la imagen de la Virgen de las Nieves, muy venerada en la iglesia de Palmillas, , por los habitantes de ese lugar.

De los cuatro que teníamos la vida pendiendo de un hilo, uno de los jefes cuyo nombre me reservo, me dijo, “Pancho, si no nos pasa nada y no se pierden los caballos, les llevamos unos milagros de plata (ex votos) a la Virgen de las Nieves, aceptando todos aquella invocación y promesa. Caminamos a rastras, soportando el peligro de las balas de nuestros propios compañeros y logramos llegar al cuartel donde el teniente coronel Roberto Martínez, rindió parte de lo ocurrido. Nadie creía lo que relataba, haciéndonos victimas de sus puyas. El teniente coronel Ayala  ordenó a sus mejores hombres que rastraban la caballada, sin que se lograra ningún éxito en la búsqueda.

Desesperado por la pérdida  de los animales, el coronel Martínez consiguió caballos prestados y salimos rumbo a Victoria, sin encontrar rastro de algunos de ellos. ¡Y el milagro de la Virgen de las Nieves se realizó antes  de veinticuatro horas!

De vuelta a Dolores, en las orillas a Padilla, lugar donde se había buscado toda la noche y parte del día siguiente, encontramos pastando tranquilamente, a nuestros ciento y tantos caballos, sin faltar uno solo. Los arreamos y llegamos muy ufanos con ellos a nuestro campamento, en donde todos se sorprendieron, al saber en dónde y cómo y porque habíamos localizado aquella caballada, había sido un milagro de la virgen de las Nieves, apiadada de nuestra invocación en los momentos de angustia y peligro.

Han pasado muchos años desde entonces y el recuerdo de esta gran aventura vive perenne en mi corazón, porque sigo amando fervorosamente al Gran Arquitecto y creyendo en Cristo.

 Francisco González Aregullìn.- Tampico Tamaulipas, Navidad de 1942