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El gran pesar

Una de las frases más socorridas del ambiente familiar es: ¡qué padre es ser padre!, que encierra una verdad profunda y contundente. El ser humano culmina el proceso de hominización cuando tiene entre sus brazos ese tierno capullo de carne que aún no ve, no puede hablar ni moverse; en suma, que no puede valerse por sí mismo y requiere del concurso universal para mantenerse con vida en un proceso que lleva muchos años, requiere un gran esfuerzo y es altamente gratificante.

El niño ve al padre como un ser superpoderoso, omnipresente y omnisapiente, en el que puede confiar con absoluta certeza. Su sola presencia genera un sentimiento de seguridad y bienestar que se manifiesta en sus conductas y expresiones verbales o no. En aquella teoría del análisis transicional, se habla de tres etapas, la del hijo, la del padre y la del adulto, cada una con sus propias características y formas de interrelación que van cambiando con el paso del tiempo.

El gran pesar

El fundamento de esta teoría, que ha tenido mucha aceptación, es el proceso de cambio propio de cada etapa de la vida, de ahí su sentido transicional. Erick Berne, en su libro de los 80s, asegura que: El estado del Yo es un sistema de emociones y pensamientos acompañado de su conjunto afín de patrones de conducta. La misma idea de estado hace referencia al hecho, de todos conocido, de que una persona no siempre tiene con las mismas emociones, no siempre piensa lo mismo y no siempre se comporta externamente de la misma manera. Es el mismo, pero diferente.

Las personas pueden cambiar de estado de un momento a otro y se puede tener conciencia de esos cambios y de esos diferentes estados. Pero son estados de un mismo yo, de una misma concepción de sí mismo más o menos estable y también más o menos dinámica, es decir que se cambia con el tiempo conforme cambian las circunstancias externas e internas, y conforme se va creciendo y se va teniendo más experiencia en la vida. El padre y el hijo se convierten en adultos.

El contacto con la escuela y el inicio de la formación académica permite al hijo acendrar su convicción de su padre es un sabio, que todo lo entiende y todo lo puede resolver; es una especie de biblioteca ambulante que hace innecesario el Siri. Como varón joven, el padre es el prototipo del galán y sus formas de vestir, de moverse, de platicar, de entrar en contacto con otras personas es una escuela fundamentada en la mejor técnica de enseñanza, el ejemplo; un ejemplo viviente.

Ya en la preparatoria comienzan las dudas y se acepta que el padre no puede saberlo todo; pero que, aun así es una persona maravillosa, que sabe hacer el nudo de la corbata, que presta su suéter azul, que permite usar su computadora nueva y sus equipos fotográficos y que, lo más maravilloso, de vez en cuando presta el automóvil y no se fija en el medidor de la gasolina. Sí, algunas de sus ideas son pasadas de moda; pero, corresponden a la época que le toco vivir.

Es en las escuelas de educación superior donde el hijo tiene que reconocer que su padre  es de alguna forma ignorante. No, desde luego, no es un analfabeta ni un patán; pero, poco entiende de los avances de la ciencia y la tecnología y de las nuevas teorías conductuales, especialmente las corrientes que se oponen a algunas formas de expresión del yo interno, que vienen desde los tiempos en que predominaban los dogmas cerrados que impidieron el avance democrático.

Al final, viene la ruptura y el hijo abandona su papel para convertirse en un adulto libre y en muchos aspectos autosuficiente. Ya las opiniones o los sentimientos paternos tienen poca relevancia en un mundo cambiante, que derrumba las catedrales del pensamiento ecuménico basado en los tres grandes campos de la cultura humana, el arte, la ciencia y la moral, a través de los cuales se espira a hacer realidad los valores universales y eternos de belleza, verdad y bondad.

Viene, entonces, el cambio del padre, que se convierte en adulto maduro que tiene que aceptar el adiós del hijo y con ello el mayor de los sacrificios que puede hacer un ser humano. El Señor entregó a su hijo para ser crucificado como muestra de amor a la humanidad. El padre tiene que abrir el corazón para que de ahí salga todo rastro de egoísmo, para dejar ir a la prole en busca de su propio destino. Pone una silla a la puerta y mira permanentemente el horizonte por si acaso el hijo quiere volver a estar unos momentos (momentos de gloria), en su compañía. Más, mucho más si trae a los nietos, los retoños que ahora admirar a su padre y lo ven omnisapiente y superpoderoso. ¡Feliz Día del Padre!, aunque sea con cabrito.