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El fondo del fango

Distante, allá muy lejos, en esas tierras del sur que alimentan bien nuestros discursos, que acrecientan nuestros bolsillos a la hora de explotar sus subsuelos, sus bosques, su biodiversidad. Allá, del fango de la afrenta surge una mano lodosa, artrítica, cuarteada, que se extiende hacia nuestra dirección con la última esperanza de tocar un corazón, una fibra humana que haya quedado al paso de la vorágine materialista, consumista, financiera.

Se estira con desesperación y nos dice que no... Que no volteemos la mirada, que no finjamos su inexistencia. Nos dice que allí, la gente ya llegó al punto de resolver sus diferencias ideológicas, religiosas y ejidales a balazos y machetazos, porque la civilización occidental de la que nosotros –los de acá- nos ufanamos, no les ha dejado otra alternativa que dejar zanjados sus asuntos oaxaqueños, chiapanecos, veracruzanos y guerrerenses con un trozo de metralla en el costado y un arma importada de los Estados Unidos en la mano izquierda. Cultivando un maíz de miseria para autoconsumo, calentando el jacal con leña silvestre, o trabajando los campos de mariguana y opio negro en los que dejan hasta el último aliento.

El fondo del fango

Nos pide, esa mano, que de una buena y maldita vez, comprendamos que ellos también tienen su historia, que sus pies descalzos se han fusionado con la tierra que pisan, que la aman de una forma que nosotros nunca comprenderemos porque vivimos en el engaño de las suelas de cuero, los tacones de hule.

Nos pide que por fin pongamos término a nuestra indiferencia y nos acordemos de la sangre que derramaron cuando bien los utilizamos en nuestras gestas históricas, cuando los ocupamos como mano de obra barata en nuestras construcciones, nuestras talas, cuando nos detenemos en un poblado a saciar la sed con un refresco frío que ellos conservan en un refrigerador anacrónico, esperando que pasen al menos diez vehículos al día para completar chile, tortillas y granos de elote. La mano agonizante en el fango recuerda el decir de aquél farsante que también les explotó (Guillén –Marcos-): “detrás de nosotros estamos ustedes”.

Esa mano se extiende aún más, como si cobrara dimensiones sobrenaturales, y de tanto pedir se cansa, y se torna en un puño amenazador. Se comprime y salta sus venas, revela sus tendones, sus huesos fáciles de apreciar, y nos exige acción, conciencia social. Nos espeta a la cara sus reproches que nos avergüenzan, nos recuerda que después de centurias en el abandono, los hechos recientes en Chiapas, Guerrero, Oaxaca, el sur de Veracruz, nos tienen muy sin cuidado, muy dedicados a lo nuestro, digo, muy ajenos a su indignidad. 

Siguen muriendo allá, neonatos, infantes mocosos, adolescentes vivarachos. Diez, treinta, mil y cien mil, qué más da ahora, bien enterrados por sus padres, hermanos y abuelos y pereciendo bajo la infame hipocresía de quienes se asumen sus curadores, protectores. 

Siguen muriendo, pues, jóvenes con inquina religiosa, con ganas de matar a quien sea diferente, a fin de cuentas, eso les ha enseñado la intolerancia que proviene del horizonte septentrional, de esa vez en la que al desplazamiento por color de piel, raza e idioma, agregamos en este País irresponsablemente la división colérica entre chairos, fifís, canallas y tal.

Quizá afloja la tensión del puño, y se comienza a dibujar un dramático piruette que, no desprovisto de fases artísticas, es una señal tristísima de desolación, de abandono, de resignación. En tanto se transforma, nos recuerda que ellos también dejaron hace mucho de esperar a un hombre enmascarado de piel blanca que, aunque por intereses distintos, en el camino les ayudara a recobrar algo de dignidad. 

“El enmascarado -ese que apareció ahora nuevamente para lucrar con la cuarta transformación-, nunca vio por nosotros mas que a la hora de incluirnos en sus discursos bien diseñados y difundidos en francés y alemán”. Igual que los otros perfumados que viajaban en helicóptero y camionetas blindadas en épocas de campaña, igual que los que pagaron cuartilla abusando de la ignorancia para enriquecerse con minerales, bosques, desarrollos turisticos y urganos, drogas de todo tipo.”

“Nuestros gobernadores, por Dios, si ellos mismos han alimentado el encono entre nuestras poblaciones, y ahora se lavan las manos ante todas las tumbas que se llenan de huesos, petate e indignidad. No les crean a ellos, no nos crean a nosotros. Solamente les pedimos que no volteen la mirada pues nos llena de horror recordar que estamos solos por el simple hecho de haber nacido diferentes, de tener morena la piel y no hablar español. 

Nuestra maldición radica en la mala suerte de no haber nacido en una capital, con la piel blanca o, al menos, camaleónica como la de nuestros compatriotas y nuestros políticos que nos han utilizado por décadas para llenar la panza de las urnas.”

La mano se da por vencida, y con vergüenza torera asume su destino mientras se hunde, mientras termina su proceso de alcanzar, allá en el fondo del fango, del pantano, al resto de un cuerpo anónimo que encuentra su final y recita mientras perece: “Xochiltepec… Agua Fría, Chenaló, Aguas Blancas, Iguala, El Charco, Acteal…; “seguiremos muriendo para que tú, extraño de piel blanca, puedas seguir mirando hacia otro lado, disfrutando de tu civilización impune en la que siempre perdemos los mismos, en la que los olvidados siempre vivimos en el olvido, en la que los desheredados nunca vamos a heredar”.