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El ADN de AMLO, ¿contra el Presidente?

AMLO y su desconfianza en la empresa privada aceleraron la recesión y alteraron los frágiles y precarios equilibrios sociales

La amenaza es planetaria, pero sus efectos los resentiremos todos localmente, los mediremos tras la experiencia de cada quien, los veremos en la proximidad o distancia de nuestros seres queridos, y en la buena o mala disposición de nuestro entorno laboral y social cercano. Resultados en mano, también los mediremos como aciertos y errores de cada gobierno y de cada gobernante.

Me conmueve López Obrador, su perseverancia llevada a extremos de necedad y defendida tercamente como virtud personal. No discuto su derecho a ser y a reaccionar “como le nace” Me duelen sus tropiezos como presidente y la defensa pobre de su derecho personal ignorando su investidura.

El ADN de AMLO, ¿contra el Presidente?

Molesta que quien ayer afirmó “ya no me pertenezco”, sostenga hoy “no soy monedita de oro”.  Que quien hace días aconsejaba –presente la pandemia– saludar y abrazarse, hoy recomiende una inconvincente aceptación de la sana distancia.

Si tuvo la oportunidad de demostrar que podría con la enorme carga que se echaba a cuestas, hoy la lista de sus batallas perdidas es tan pesada como su ego.  Mientras la contradicción y el absurdo sigan siendo la marca indeleble de su ADN político, sólo queda esperar que los sensatos a su alrededor lo hagan reaccionar mejor y lo lleven a darse cuenta de la realidad.

El desplome económico y de la inversión fija bruta, la baja confianza inversionista y empresarial, la reducción del consumo, la escasa creación de empleos, la demolición de proyectos de asociación público-privada en materia de energía, cuyo costo hoy recae en las finanzas públicas y en el presupuesto de Pemex en quiebra técnica, son mucho más que simples indicadores tecnocráticos. La suma de todos tiene una grave traducción en la calle: más desempleo, aumento de delitos como robos, asaltos y secuestros.

El gobierno de la 4T pudo ir conformando una política económica a la mexicana, con enfoque social incluyente y cuidadoso equilibrio fiscal y financiero. Ya no lo hizo. A fuerza de imponer absurdas decisiones y proyectos personales estamos como país sin buenos motores y a la mitad de un océano tormentoso.

AMLO y su desconfianza en la empresa privada aceleraron la recesión y alteraron los frágiles y precarios equilibrios sociales. El sistema de salud, eterno acusado de ser nido de corrupción, fue tomado por sorpresa por los efectos que tendrá el paso del virus. Institutos de alta especialidad, hospitales y farmacéuticas fueron atacados por igual. El Seguro Popular fue despedazado y sustituido por   el “Santa Lucía de la Salud”, el Insabi.

El futuro es incierto. Lo único que parece seguro es que el contagio se extenderá exponencialmente y que los hospitales serán insuficientes y no tendrán lo esencial para detectar y tratar adecuadamente el coronavirus.

La población recluida ha sido más prudente y sabía que el gobierno, sabedora de que los números oficiales parecen demasiado bajos para describir la realidad del contagio. El empresariado ha solicitado al gobierno facilidades y prórrogas para afrontar el pago de impuestos, medidas aplicadas en otros países. Ante todos los argumentos el gobierno ha dicho no.

Cuando termine la pesadilla del Covid 19 vendrán los tiempos de revelación, renacimiento y refundación de las comunidades del mundo. Cuando recomencemos a ver al México post-pandémico ¿nuestros poderes públicos seguirán empecinados en seguir viendo su propio ombligo, anclados en procedimientos para reelegirse, en nuevas reglas para comenzar (ahora sí) a cumplir la finalidad de su existencia? ¿Trascenderemos esta dura prueba y seremos necesariamente mejores como sociedad y país? Que así sea.