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Donde se pinche, sale pus

La corrupción, la impunidad, la violencia, no son fenómenos aislado ni expresiones de origen cultural, como lo entiende el presidente Enrique Peña Nieto; se trata de las múltiples caras del modelo neoliberal de capitalismo salvaje, egocéntrico, despiadado, cuyo único propósito es la aberrante acumulación de la riqueza en una cuantas manos estériles e inútiles, que jamás tendrán callos ni se posarán en la cabeza de un pequeño.

La absoluta impunidad, cuyo origen y robustez se achacan entre sí quienes tienen la responsabilidad de conjurarla, asumida en el momento en que juraron cumplir y hacer cumplir la ley; pero, que nadie ha tenido la honestidad y la decencia de aceptar que se debe a su irresponsabilidad, temor e incapacidad, ha generado un clima de perversión en la administración pública, que donde se piche brota enorme chorro de inmundicia.

Donde se pinche, sale pus

Muchos expertos de dentro y de fuera reconocen a México como un país de corrupción y de violencia; si no el más, cuando menos entre los peores. Tanto así que ya muchos gobiernos han alertado a sus ciudadanos para que se abstengan a viajar a algunos de los lugares de mayor atractivo turístico en donde puede estar en riesgo su integridad, su vida o su cartera. El país de los brazos abiertos, es ahora una tierra de alto riesgo.

A tanto llegó el embate de las camarillas al servicio del capitalismo salvaje, que en los pasados comicios electorales, el grueso de los mexicanos votaron por un cambio; por un cambio radical, que permita recuperar los valores que dieron grandeza al Anáhuac. Un cambio como el que fue convocado por el padre Hidalgo, por el Benemérito de las Américas, por el Apóstol de la Democracia. Un cambio substancial de forma y fondo.

Voceros oficiales y oficiosos bien maiceados, han hecho chunga de la llamada Cuarta Trasformación, como si se tratara de algo tan peregrino y ajeno a las circunstancias del México del siglo XXI, además de aspiración imposible de cumplir por las presiones del neoliberalismo y la globalización; pero, no hay forma de negar que a partir de que se recupere el estado de Derecho y la aplicación de la ley impida mayor impunidad, se irán alineando los modos de hacer política y corrigiendo el ejercicio del poder público.

El modelo de desarrollo no tiene que inventarse; ese es un legado histórico de enorme importancia. Desde la época prehispánica ya se conocía el ejido, el tequio, la propiedad social y las cooperativas, que a lo largo de los años se fueron transformando para ser enunciadas con absoluta precisión en el magnífico texto constitucional emanado del Congreso Constituyente de Querétaro: Democracia con justicia social; economía mixta con rectoría del Estado y nacionalismo revolucionario. El ser humano encima de todo.

Un régimen en el que sean los ciudadanos, personas de carne y hueso, los que decidan su destino, buscando siempre el mayor beneficio, con respeto al medio ambiente y a la preservación de los recursos naturales, sean renovables o no; una economía en que se retribuya con justicia el trabajo del hombre y el salario se ajuste al mandato del texto constitucional, con jornadas laborales razonables y bajo condiciones de seguridad e higiene. Gobierno que privilegie el desarrollo nacional en condiciones de igualdad.

Los mexicanos ya dieron el primer paso en las urnas; ahora, tienen la obligación de permanecer al tanto de lo que vaya ocurriendo para saber qué se hace y cómo. No se pueda dar un cheque en blanco para que los nuevos gobernantes actúen a su libre albedrio; pero, en todos los casos, los aciertos tienen que ser arropados por la fuerza de la sociedad en su conjunto. Cada molino de viento derribado tiene un poder atrás.

Cada interés afectado, ofrecerá una resistencia proporcional a su poder político, económico y social. Las fake news, las postruth, las andanadas hertzianas serán el pan de cada día hasta que se logre la recuperación del Anáhuac.

Ahí la importancia de que los aborígenes custodien cada paso que se dé para recuperar lo que les fue arrebatado.