Editoriales > FONDO Y FORMA (ABEL OSEGUERA KERNION)

Decisión obligada

Ante la inminente picada de la nave, ahora el Presidente y sus colaboradores miran al otro lado en la competencia electoral.

Durante las próximas semanas el Presidente Enrique Peña Nieto y sus colaboradores más cercanos deberán tomar una decisión muy complicada. ¿Qué harán ante un seguro cambio de régimen? La campaña de José Antonio Meade es un verdadero desastre. El rumbo y las encuestas demuestran un mismo destino: el fracaso rotundo.

Sobre José Antonio Meade convergen dos grandes tragedias; la administración terrible de Felipe Calderón y la corrupta administración de Enrique Peña Nieto. Como si se tratase de buscar al personaje que representara en una sola fórmula todo lo malo ocurrido en 12 años y además de cargar esos cadáveres arrastra las losas de la mediocridad, antipatía, y falta de carisma. 

Decisión obligada

La idea de ser un funcionario honesto no cuadra con los perfiles y las responsabilidades que debió tener entre sus manos para castigar a decenas de gobernadores y secretarios de estado corruptos. Y como propaganda intentaron vender sus credenciales académicas, que quienes hemos estudiado posgrados sabemos que de poco sirven a la hora de ser eficientes, productivos u honestos. 

Ante la inminente picada de la nave, ahora el Presidente y sobre todo sus colaboradores beneficiados de todos los actos de corrupción, abundantes por cierto, miran al otro lado en la competencia electoral para ver a quien se acercan para pactar refugio. Pero no es tan fácil, porque si bien el Presidente está blindado penalmente bajo un fuero, Nuño, Videgaray, Robles y otros no tienen dicha protección, pero van a ser ellos quienes empujen al Presidente a pactar una transición “pacifica”. 

En apariencia eso sería muy fácil, porque bien es sabido que Ricardo Anaya está siendo apadrinado por Carlos Salinas de Gortari, Diego Fernández de Ceballos y parte de los empresarios amafiados con Salinas desde que éste fue Presidente de México.  Por lo que sabemos, ciertos funcionarios del gabinete peñista han sido impulsados por Salinas, como Rosario Robles o José Antonio González Anaya. Y aunque Anaya esgrime en sus discursos que meterá a la cárcel hasta al mismo Peña Nieto, todos saben que la cola la tiene llena de espinas y que sus amenazas son meras ocurrencias electoreras. 

Pero por otro lado el hombre más influyente tras el poder peñista, Luis Videgaray, tiene un pleito personal contra Salinas, lo que le lleva a oponerse rotundamente a ceder a favor de Anaya. Sabe que de ganar Anaya él sería una excelente fuente de cumplimiento de promesa de campaña al ser encarcelado.

De tal modo que la responsabilidad de la administración peñista de adelantarse a un triunfo de Andrés Manuel López Obrador para generar una transición ordenada y pacífica está siendo boicoteada por quienes creen que debería llevarse a cabo un fraude electoral pero a favor de Ricardo Anaya e impedir que AMLO se haga del gobierno.  Desde la perspectiva del grupo Salinas un fraude a favor de Meade sufriría de falta de credibilidad y además pareciera no alcanzarles la estructura. Pero a favor de Anaya pudiese ser menos llamativo a juicio del pueblo. Además es más fácil convencer a las estructuras priistas de votar por el PAN que a los panistas votar por el PRI. 

Sin embargo, quienes hoy gobiernan saben que la apuesta por un fraude en favor de Anaya les puede traer dos terribles consecuencias: que Anaya se cobre venganza de todos los trapitos que le sacaron al sol y que de fallar el fraude, AMLO les cobre la factura de la intentona.  

 El riesgo es mayor, por lo que algunos colaboradores cercanos a la Presidencia ya están hablando de dejar que las cosas fluyan solas. Si el Presidente cumple su palabra de no intervenir electoralmente lo más seguro es que López Obrador sea el próximo Presidente, pero si cede a las presiones de los empresarios de la cúpula y a Salinas, las cosas se le pueden salir de control. No sólo para tener un retiro honroso sino por la ira desatada tras  una elección fraudulenta. 

A veces actuar con honestidad, rectitud y total apego a la ley puede ser la única salvación de un político. Lo malo; es rara costumbre.