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¡Bájele, Presidente!

Desde que tomó posesión, avisó al más puro estilo “chavista” que su tarea era cambiar el régimen y crear su 4T

En 2018, cuando ganó las elecciones con aprobación que rebasó el 80 por ciento y Morena se hizo de la mayoría legislativa de la cámara de diputados y senadores, muchos pensamos que su legitimidad sería la base para unir y reconstruir un país harto de corrupción, de desigualdades y pactos ocultos.

Confiamos que su experiencia como opositor daría lugar a una clara tenacidad para diseñar el entramado de nuevos y grandes acuerdos políticos. Supusimos que se había vuelto sensible y más abierto al diálogo y encabezaría el esfuerzo para sanar las heridas de un país lastimado y harto de corrupción y de simulaciones y que esa legitimidad la utilizaría para hacer alianzas nobles y productivas con todos los sectores del país.

¡Bájele, Presidente!

No ha sido así. Desde que tomó posesión, avisó al más puro estilo “chavista” que su tarea era cambiar el régimen y crear su 4T.

La Constitución que protestó cumplir y el juicio de amparo que garantiza libertades fundamentales fueron el primer blanco de sus ataques. A la Constitución se le podía “saltar” con un simple memorándum, y el amparo fue calificado de obstáculo legal. Con el presidente colocado por encima de la Constitución y de sus leyes, nadie sabe ahora cuál es el rumbo que dicta, pone e impone siempre a su modito.

Tenemos en la cúspide del sistema presidencial no al mandatario, sino a un ente multimodal, al juez supremo, policía de alto nivel, economista, técnico en aeropuertos, estratega petrolero, constructor inmobiliario. ¿No le gusta un proyecto cualquiera? Despáchese consulta o referéndum patito, reunión a mano alzada o cualquier remedo de democracia directa.

Con desprecio a la ciencia y la técnica como formas de conocimiento ha desmantelado de hecho los organismos autónomos que llevó décadas construir y a los que apalancaban -ante cualquier uso individual de la voluntad presidencial- el desarrollo económico, energético, de derechos humanos y a la propia democracia electoral como el INE.

Son constantes sus ataques al empresariado (con excepciones bien conocidas); las agresiones a los médicos (acusados de corruptos), el debilitamiento de la infraestructura de salud nacional y con la quiebra financiera de las finanzas públicas en el horizonte. Nada lo arredra.

Sus ataques tienen un claro propósito demoledor de la democracia. Sigue incansable de fondo y forma los dictados populistas para deslegitimar a sus adversarios y a sus críticos. Esa descalificación evita el debate de ideas.

La acumulación de poder unipersonal crece y carece de límites. Las dos últimas tentativas se orientaron en dos sentidos, dos reformas constitucionales -una al artículo 39- para darle libertad de manejo presupuestal y de ejecución de los proyectos que decida ante cualquier emergencia económica, como las que asoman ante un pronóstico de decrecimiento del PIB de hasta -10 puntos este año. La otra le permitirá suspender o reconocer libertades y derechos humanos, como él decida.

Su afán de control y centralización ha provocado que cinco gobernadores de diferentes partidos hablen incluso de abandonar el pacto fiscal federal. La oposición seguramente tendrá que caminar unida, superando divisiones internas, para enfrentar las elecciones de 2021 con el apoyo de liderazgos emergentes que día a día surgen en todo el país y modificar el desequilibrio en la representación legislativa que no corresponde a la real composición política del país, con un respaldo actual que ronda en 48 puntos 30 debajo de los registrados en diciembre 2018. Si en definitiva está negado a buscar y encontrar brechas de entendimiento, acuerdo y concordia entre los mexicanos quizá -en un momento tan difícil como este- podría aplicarse el consejo reciente que les brindó a los narcos: “Ya bájele”.