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Una lista para la esperanza

Haz un poco de bien donde estés; son esos pequeños trozos de buenas acciones los que iluminan el mundo. Desmond Tutu

Entre los poemas de Borges, hay algunos que me gustan tanto que los he aprendido de memoria. Los justos es uno de ellos. Un poema mayor sin duda, escrito en doce versos de prosa rimada que muestra entre sus letras, no sólo el talento del gran escritor, sino también el sentimiento, lo que lo movía y conmovía. Un poema sencillo pero de enorme profundidad que describe las personas y las acciones que él consideraba valiosas, justas.

Texto que habla del mismo Borges cuando cita sus grandes autores amados, como Voltaire y Stevenson; pero incluye asimismo a las personas comunes pero capaces de la grandeza. 

Una lista para la esperanza

“Un hombre que cultiva un jardín, como quería Voltaire. El que agradece que en la tierra haya música. El que descubre con placer una etimología. Dos empleados que en un  café del Sur juegan un silencioso ajedrez. El ceramista que premedita un color y una forma. Un tipógrafo que compone bien esta página que tal vez no le agrada. Una mujer  y un hombre que leen los tercetos finales de cierto canto. El que acaricia un animal dormido. El que justifica o quiere justificar un mal que le han hecho. El que agradece que en la tierra haya Stevenson. El que prefiere que otros tengan la razón. Esas personas que se ignoran, están salvando al mundo”. 

Ese es el poema completo y cada vez que lo repito, no puedo evitar pensar en esas personas justas, capaces de salvar al mundo. Borges escribió de forma magistral de sus personas inspiradoras, pero sin duda, todos conocemos o hemos visto esas personas, quienes con su ser y hacer salvan este mundo  lleno de sinrazón. En el inicio de este año me he propuesto a escribir en un cuaderno una lista de personas justas. Mi lista. Y lo hago para no olvidar que existe el bien, que abundan personas haciéndolo en todas partes. 

Y cuando hablo de “salvación” no lo digo propiamente en el sentido religioso, aunque creo que quien hace el bien, representa a cabalidad los designios de Dios. Y no se necesita hacer grandes cosas para contribuir a nuestro mundo. Está comprobado que las pequeñas acciones son el fundamento de los grandes cambios. Y tampoco se requiere tener grandes cargos, altas responsabilidades o potestades para hacer el bien. Cualquier persona puede. Un hombre que cultiva un jardín, dice bien Borges y eso me encanta, literalmente; pero también en la metáfora de cultivar nuestra parcela interior.

En ese sentido, son muchos los justos que encontramos en nuestro camino. Gente buena, la mayoría de las veces ignorada, pero presente. Y no hablo solamente de las personas que nos ayuden en lo personal, sino esa gente que con su quehacer

cotidiano construye esperanza. Voy apuntando en mi cuaderno y por cada persona, que muchas veces no conozco ni su nombre, se aumenta mi fe en la humanidad: La mujer que viene de un ejido cada semana a cuidar un enfermo para así educar a sus niños en “el buen camino”. La profesionista que dedica parte de su domingo para llevar alimentos a los familiares de los enfermos en un hospital. El joven que atiende con una sonrisa el mostrador de una oficina. El escritor, quien además de hacer fascinantes textos, enseña a los niños marginados las maravillas de la lectura. La maestra que asume gozosa su enorme tarea. El doctor que atiende a sus pacientes con empatía. La niña que abraza a su abuelo con ternura. El estudiante que discute con respeto un argumento. El anciano que toma de la mano a su esposa para caminar. La madre que cuida amorosamente la fiebre de su hija. El incansable promotor de la gastronomía regional. La ejemplar mujer que lucha desde años por construir un bosque. 

Avanza enero y mi lista crece, no ha habido día que no apunte una acción, una persona. Usted seguramente tiene en mente su propia lista. Hacerla es un ejercicio pleno de esperanza. En medio de tantas malas noticias, de eventos desoladores, de brutal corrupción, de violencia infinita; es necesario construirnos baluartes para seguir creyendo, para seguir haciendo y rehaciendo. No podemos vencernos. Para habitar en un mundo convulso e incierto, requerimos fortalezas. Y nada da más fuerza que las acciones del amor. Hechos que están en todas partes, incluso pueden ser parte de nosotros mismos, pues la lista puede incluir nuestros propios actos de bondad. Ojalá, porque lo bueno sale de lo bueno.

Ningún acto de bondad realizado por una persona alguna vez, muere o puede morir, decía Caryle. Nada de lo bueno se va para siempre. Y eso es lo más bello de todo. Saber que los actos de amor trascienden la muerte. Por lo pronto, yo sigo con mi lista. ¿Usted ya pensó la suya?