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Aclarando, ¡amanece!

El tema de moda, del que habrá de salir mucha jiribilla y no pocas caras largas, es el del Nuevo Aeropuerto Internacional de Ciudad México. Por principio de cuentas, hay que responder la pregunta de: ¿Es necesario? La respuesta indudable es: ¡Sí!; pero, eso no es suficiente. Mayor capacidad de tráfico aéreo en el Valle de México es imperativa; sin embargo, no a cualquier costo, no de manera atrabiliaria e irresponsable. Así, ¡no!

Hay, actuando con ecuanimidad y buena voluntad, más preguntas que respuestas y, en tratándose de un proyecto de tal envergadura, es necesario ir a fondo, porque, como dice el dicho, “el que con leche se quema, hasta al jocoque le sopla”; y, en México han sido tantas, tan costosas y tan crueles las trastadas de la camarilla que ha ostentado el poder en las tres últimas décadas, que hay que andar con pies de plomo. Vale más ver.

Aclarando, ¡amanece!

La terminar aérea, que podría ser la segunda más grande del mundo, surge de la idea de hacer una obra colosal, que sea recordada por los siglos de los siglos y lleve el sello de la actual administración. El presidente Enrique Peña Nieto anunció en el 2014, con bombo y platillo, el nuevo aeropuerto de la Ciudad de México y aseguró que la obra, diseñada por Norman Foster, sería la primera en obtener la certificación LEED platino, el mayor distintivo internacional otorgado a eficiencia energética y diseño sostenible.

Sí; pero, de entonces a la fecha han ocurrido una serie de omisiones, de incidentes y de cambios, que ya va pareciéndose más a los muchos y muy costosos fracasos que han puesto a las puertas de la ruina al país, cuyos paisanos, nomás por el hecho de haber nacido en el Anáhuac, deben la friolera de 87,586 pesos en promedio, por la deuda pública, según las estimaciones realizadas por  la organización México Evalúa. ¡Órale!

Por lo pronto, hay que señalar que el presupuesto inicial de 169 mil millones de pesos se ha disparado en casi un 30 por ciento; pues, ahora se estima que será necesaria una inversión de 212 mil millones. Por si eso fuera poco, los tiempos se han desfasado; el presidente de la Comisión de Seguimiento del proyecto, Rafael Hernández, dijo que la construcción del Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México podría no estar lista en octubre de 2020, como prometió el Gobierno federal, sino hasta el 2023.

Para mayor preocupación, la obra está dejando tras de sí un grave, gravísimo, daño ambiental: ha desgajado decenas de montañas del Estado de México; destruido un refugio para aves migratorias; arrasado terrenos agrícolas y alterado el milenario paisaje de la ciudad sagrada de Teotihuacán. Además, abatirá la disponibilidad de agua por cada habitante y desaparecerá a cuando menos 168 especies de flora y fauna endémicas de la región, según un estudio de investigadores de la Universidad Autónoma Chapingo. 

Por todo ello, el Congreso pidió a la Secretaría de Comunicaciones y Transportes los contratos y convenios celebrados para la construcción del NAICM. Con el respaldo de todas las bancadas, incluidos los legisladores del mismo PRI, la Comisión Permanente demandó además a la dependencia que instruya al Grupo Aeroportuario de la Ciudad de México para que entregue la información, la cual deberá contener todos los datos sobre el avance físico de la obra; así mismo, que se rindan cuentas sobre el origen y destino de los recursos financieros relacionados con ella. Todavía siguen esperando.

Habiendo definido la necesidad de mayor capacidad para el transporte aéreo en el Valle de México y dados los problemas que se están generando, emerge otra serie de preguntas: ¿Es viable, costeable y sustentable el nuevo aeropuerto? En el papel y de acuerdo a los planes y programas sí; pero, la realidad de México, de la cual existen testimonios a pasto, no permiten conjurar el cúmulo de dudas que vienen al cacumen.

Nunca se había intentado realizar obras tan grandiosas como el Paso Interoceánico Multimodal de Salina Cruz, Oaxaca a Coatzacoalcos, Veracruz y el gasoducto de Cactus, Chiapas a Reynosa, Tamaulipas, para los cuales se trajeron al país 40 mil millones de dólares, que fueron el inicio de la debacle económica nacional, y ¡que nunca se usaron!

Es fácil recordar media docena de obras más, que son un monumento a la estulticia, a la más descarada corrupción y a la ineficacia de los últimos gobiernos para responder por sus actos y de las obras que se realizan por su iniciativa y bajo su amparo: Nueva sede del Senado de la República, la Biblioteca Vasconcelos, la Línea 12 del Metro, la supercarretera Mazatlán-Durango, la Refinería en Tula, Hidalgo y la Estela de luz, que fue apodada como la Estela de Corrupción y hoy se conoce como Estela de Estupidez.

Todos esos yerros y despilfarros fueron pagados con dinero que la gente aporta al gobierno, lo que le da derecho, cuando menos, a opinar; porque, aclarando, ¡amanece!