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Una canción y un alpinista

En una de mis primeras columnas explicaba que me encanta la música y decía lo siguiente: “la música me relaja, me inspira, me transporta, me llena”.

Hace poco me reencontré con una canción que sonaba en la radio en los 70’s. Iba a decir: “cuando era niño”, pero eso podría provocar una serie de comentarios ignominiosos tales como: “¿todavía se acuerda?”, “¿ya existía la radio?”, etcétera, etcétera. Así que mejor no lo digo.

Una canción y un alpinista

La canción ciertamente me transportó. Si desean escucharla, pongan en el buscador de YouTube: “Sentimental Lady by Bob Welch”. Escojan la versión que dice “with lyrics”, pues trae mejores imágenes. Relájense, pónganse cómodos, con el estado de ánimo adecuado (“in the mood” dicen los angloparlantes, algo así como “a tono”) y los invito a realizar este viaje conmigo. Iré mencionando entre paréntesis algunas frases de la canción, tal vez no en el sentido exacto de lo que el autor quiso decir, pero en el sentido de lo que para mí representaron en este viaje a través del tiempo.

RETROCEDIENDO EN EL TIEMPO

Inicia con algunas notas tocadas en círculo (ciclo de notas que se repiten) con una especie de teclado y en mi mente eso me introduce en un túnel en el que los años van pasando hacia atrás. Tras varios segundos, hay un acorde de guitarra que parece decir “hasta aquí llegamos” y la batería da cuatro golpes, corriendo el telón del momento en que me encuentro. Veo al niño que fui cuando tenía diez años (“estás aquí y te sientes confortable”). Estoy al pie de una barda, la barda de la Casa del Campesino, que me encantaba recorrer por su parte superior. No era muy alta y estaba tan viejita y maltrecha que tenía subidas y bajadas, donde se había caído en varios tramos. Al recorrerla, me gustaba imaginar que era un alpinista que subía y bajaba montañas, afrontando el riesgo de “caer al precipicio”.  

(“Todas las cosas que dije que quería, pasan de prisa por mi cabeza”). Por la cabeza de aquel “temerario alpinista” pasaban muchas cosas: sueños, ilusiones, anhelos, fantasías. Todo ello madurando poco a poco y tomando fuerza, al igual que el estribillo de la canción, que ha empezado a subir de intensidad.

(“Catorce gozos y la voluntad de ser feliz”). Sobre todo, aquel niño quería ser feliz y poder dar felicidad a otros. La vida se encargaría de darle mucho más que catorce gozos, pero ciertamente le enseñaría que también habría tristezas y dolor, aunque eso nunca debería quitarle la voluntad de ser feliz. 

VOCES QUE ACOMPAÑAN

Acompañando al cantante en el estribillo, mientras todos los instrumentos se unen, se oyen otras voces que le hacen armonía, como las voces que me acompañaban mientras crecía, dándome aliento y animándome. La voz de mis padres, de mi hermana, mi familia, mis maestros, todos señalándome el futuro y diciéndome que allá, algún día, podría dejar una huella.

La canción llega al intermedio y la guitarra solitaria marca una pausa en la melodía, como las pausas que la vida me ha dado, en las cuales me ha enseñado a tener paciencia. (“Porque vivimos  en un tiempo en que las pinturas no tenían color y las palabras no rimaban”). Sí, ha habido veces en que nada parecía tener sentido, nada parecía encajar, pero poco a poco las notas vuelven a tomar su lugar, poco a poco, la vida se va acomodando para cumplir el propósito de nuestra existencia.

Vuelve a iniciar la explosión de armonía y voces preparando el final. (“Un viento suave lleno de sentimiento soplando de nuevo a través de mi vida”). La vida llevó a ese niño por los caminos señalados para él, a veces con viento suave, a veces con torbellinos, pero nunca dejando de hacerle avanzar a su destino. La mezcla de instrumentos y armonía crece y luego se va alejando, como la vida que también se aleja perdiéndose en el tiempo. Antes de volver, tomo al niño de la mano y le doy un abrazo, diciéndole: “nunca dejes de arriesgarte, pequeño alpinista y espérame en la cima, ahí te alcanzaré”.

La canción termina y yo regreso al aquí y al ahora. Mientras tanto, allá, en la cima de su sueño más preciado, un niño observa el horizonte, con los codos en las rodillas y las manos en las mejillas, esperando pacientemente. Y desde allá, une su voz a la de aquellos que, a través del tiempo, me han dicho y me siguen diciendo que siga adelante, que continúe sin desmayar. 

Espérame en la cima, pequeño alpinista, ahí te alcanzaré… antes de que termine la canción.