Columnas > EL MENSAJE EN LA BOTELLA

Por el mismo precio

Recuerdo haber leído hace mucho tiempo un relato acerca de un niño que llegó a una tienda de mascotas y empezó a ver los perritos que tenían en venta, con la idea de adquirir uno.

Meticulosamente estuvo viendo a cada uno de los cachorritos hasta que finalmente tomó en sus brazos uno que tenían apartado en un rincón de la tienda y que parecía tener dificultad para caminar. El tendero le explicó que ese cachorro había nacido con un defecto, por lo que cojearía el resto de su vida.

Por el mismo precio

Extrañamente entusiasmado, el niño le indicó que ese era el perro que quería. El tendero le dijo: “vas a batallar siempre con ese perro. Si en realidad lo quieres, te lo voy a dejar a mitad de precio”.

El niño pareció molestarse y le dijo: “este perrito vale exactamente lo mismo que los demás y le pagaré su precio completo”. El tendero insistió: “piénsalo bien hijo, con este perro nunca podrás jugar. No va a poder correr, ni brincar como los otros cachorritos”.

El niño entonces se levantó la pierna del pantalón, le mostró al tendero su pierna derecha, torcida y sostenida por un aparato ortopédico de metal y le dijo: “bueno, pues yo tampoco corro muy bien que digamos y el cachorrito va a necesitar alguien que lo entienda”.

Es triste ver a veces cómo las personas le “asignan” un valor menor a otras por lo que ellos consideran un defecto. Puede ser porque parezcan no ser muy inteligentes, porque no son agraciados físicamente, porque no tienen muchos recursos económicos o por un sinfín de etcéteras nacidos del prejuicio y de la ignorancia. El caso es que, a esas personas sólo porque no lucen o actúan igual que ellos, las relegan al rincón, las destierran de su corazón, las apartan de su selecto grupo e incluso a veces, a sus espaldas —incluso a sus frentes—, hacen mofa de ellos y las convierten en blanco de hirientes dardos que salen por su boca. Si tan sólo comprendiéramos que lo que esas personas necesitan es alguien que las entienda. Alguien que entienda el dolor que esas personas sienten cuando se ven relegadas.

Alguien que entienda que el corazón y los sentimientos de esas personas son exactamente iguales a los nuestros. Alguien que entienda que esas personas, en la soledad, lloran lágrimas amargas, añorando tener un amigo que las abrace y les haga sentir que ellas valen exactamente lo mismo que los demás.

Hoy quisiera proponerte algo. Piensa en alguien a quien, consciente o inconscientemente, has desterrado al rincón de tu vida. Ese compañero de escuela con el que nadie quiere estar, esa compañera de trabajo que siempre come sola, esa persona que camina con la vista al suelo por temor a encontrarse con más expresiones de burla o de desprecio.

Como dice un sabio libro: “deja que tus entrañas rebosen de compasión” por esa persona. Trata de ver más allá de lo que ven tus ojos. Trata de ver su espíritu, trata de ver su corazón, fuente de sus emociones y sus sentimientos. Imagina que fueras tú el que estuviera en su lugar.

Con esa disposición mental, acércate a esa persona y muéstrale un gesto amable, realiza un acto de bondad por ella. Sonríele con sinceridad, dale un abrazo, exprésale afecto con unas cuantas palabras. Muy posiblemente él o ella te mirarán extrañados y voltearán para todos lados esperando descubrir la trampa o la broma que seguramente le vas a hacer.

Pero no importa, demuéstrale que tu acercamiento es sincero en sus intenciones. Platica con ella para conocerle mejor, para conocer sus pensamientos y sentimientos. Analiza después cómo te sentiste al hacer todo esto. Ese sentimiento, que seguramente hará ensanchar tu corazón, es la razón de ser detrás de las sabias palabras de aquel humilde carpintero de Nazareth: “trata a otros como te gustaría que te trataran a ti”.

Después de todo, cuando ese carpintero estaba por terminar su misión en esta vida, derramó su sangre por todos por igual. Nos “compró” a todos por el mismo precio, sin hacer ninguna diferencia. Mal haríamos nosotros en hacer lo contrario.