Partieron para no volver jamás

“Día de Todos los Santos” y “Día de los Fieles Difuntos”, ancestral tradición que se pierde en la noche de los siglos. Todo Reynosa, sin exagerar, acude a los panteones, porque ¿quién no ha perdido a un ser querido?. “Aquí donde termina la mundanal grandeza, la eternidad empieza”, recordando al poeta, parece ser la frase que nos recibe a la entrada de los cementerios citadinos.

En el exterior, todo es bullicio, se escuchan los pregones de los vendedores ofreciendo toda clase de productos y una abigarrada y heterogénea multitud hace su entrada, con una flor en la mano, una lágrima en los ojos y una oración en los labios.

Partieron para no volver jamás

Vamos lector, adentrémonos en el mundo de los muertos. Su servidor, anticuado, con libreta y lápiz en ristre, observaremos todo cuanto acontece ahí. Desde vistosos mausoleos hasta modestas y sencillas tumbas, la mayoría albean a los rayos del sol, cubiertas de coronas o ramos florales. Alguna familias dedicadas a limpiarlas, a repintar las letras de los nombres de sus fieles difuntos, llevando el platillo favorito de su ser querido que se adelantó en el viaje al arcano infinito.

También hay sepulturas, algunas en ruinas, olvidadas por familiares de los difuntos y afectadas por la pátina del tiempo.

Silencio total. Un largo desfile humano triste y cabizbajo, desde temprana hora hasta altas horas de la tarde, en un incesante ir y venir, una historia que se repite en estas fechas, año con año, para recordar a quienes emprendieron el viaje sin retorno, que duermen ahí del sueño eterno.

Al pie de las tumbas, la acongojada madre que llora ante el recuerdo de la hija o el hijo amado. O la hija o hijo que añora las caricias y regaños de la autora de sus días o de su padre. O quien recuerda a la hermana o hermano o algún otro pariente, amiga o amigo. La mirada se pierde en lo alto del cielo, a donde se elevan las oraciones por el alma del ser querido. Infinita tristeza, el corazón contrito.

Nadie sabe cuándo, pero llega la hora de partir. No hay distinción alguna. No cuentan ni riqueza, ni lujo, ambición, poder, etc.

Cuánta razón tenía el poeta español Quevedo, cuando escribió:

“Vuelve los ojos, si piensas que eres algo, a lo que eras antes de nacer y hallarás lo que no eras, que es la última miseria”.

La ciudad parece paralizarse virtualmente, porque casi todo el movimiento fluye hacia los camposantos. Dos días dedicados a rendir culto a Todos los Santos y a los Fieles Difuntos. Hoy en día esta multitud los recuerda con gran amor y respeto.

Avanza el reloj, transcurre la mañana, cae la tarde. En lontananza se aprecian los últimos rayos del sol. La muchedumbre, poco a poco, va disminuyendo, hasta que la última persona abandona los panteones. Se cierran los portones y es cuando recordamos la estremecedora e impactante frase que dejó Bécquer para la posteridad, en una de sus sentidas rimas:

“Dios mío: ¡qué solos se quedan los muertos!”