El espíritu no muere, siempre vive

Estamos hechos de espíritu y materia. Nuestro cuerpo físico es visible, palpable, limitado, expuesto a la enferme- dad, con el tiempo se descompone y muere.

El espíritu, por el contrario, es la fuerza interna que nos mueve a la acción, no podemos verlo, ni explicarlo, pero lo sentimos y sabemos que existe.

El espíritu no muere, siempre vive

Nuestra parte corporal nos pide y exige cosas de forma imperativa, como alimentarlo tres veces al día, como mínimo, saciar su sed y protegerlo del frío, por ejemplo. A veces se cae en excesos al alimentarnos, lo que nos lleva a la gordura, y a la larga, perjudicamos con esto al mismo cuerpo.

El cuerpo es la cárcel de nuestro espíritu, nos impide volar, ser libres, llegar a las alturas. Grandes personajes de la historia nos dan el ejemplo de cómo al dominar sus pasiones corporales logran la grandeza espiritual. El mismo Jesucristo paso 40 días ayunando en el desierto para fortalecerse espiritualmente antes de enfrentarse a su calvario y llevar a cabo su obra de salvación.

Al no ser materia, el espíritu no se puede descomponer.

Pienso que la muerte es como el nacer, es cuando el espíritu se libera del cuerpo y puede ser libre, libre y ligero como el viento, capaz de comunicarse sin hablar y con la capacidad de estar en todas partes.

Al igual que nacer, el paso a la muerte implica dolor y temor, principalmente a lo desconocido. Pensemos por un momento en cómo era nuestra existencia

antes de nacer, nuestro mundo era de paz y tranquilidad en el seno materno, teníamos absolutamente todo lo que necesitábamos para subsistir y lo obteníamos sin ningún esfuerzo, si nos hubieran preguntado si queríamos dejar todo aquello, seguramente habíamos dicho que no, que preferíamos que- darnos donde estábamos.

Cuando nacemos empezamos a sufrir, lo primero que hacemos es llorar, porque tenemos hambre, sentimos frío, etc. pero ya una vez disfrutando de la vida, ninguno de nosotros quiere regresar al estado de dónde venimos, ahora nos sentimos más plenos y completos como individuos.

Algo por el estilo debe ser la muerte, le tememos porque no sabemos lo que nos espera en el más allá, pero cuando llegue nuestro tiempo, y después de morir nuestro espíritu se encuentre pleno, veremos nuestra vida física como una etapa incompleta, y seguro no querremos volver, porque regresar sería volver a padecer. Espiritualmente siempre tendremos vida.

Yo creo firmemente que Cristo está vivo y nosotros también. ¡El está vivo! Y la muerte ya no tiene poder sobre El.

Mons. Juan Nicolau, Ph.D. STL, sacerdote jubilado de la Diócesis de Brownsville. Es psicoterapeuta familiar y consejero profesional con licencias.