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Decisiones trascendentes

– Parte II

Otra toma de decisiones trascendentes en situaciones extremas me ocurrió hace algunos años, en un viaje que hice con mi esposa a Cancún.

En uno de los paradisiacos balnearios que hay a la orilla del mar, nos trepamos a la banana, esa balsa de plástico en forma de plátano en donde la gente va montada mientras una lancha la jala a gran velocidad. Por la misma velocidad a la que va, es un “brincadero” que parece que está uno sobre un potro salvaje, aferrado solamente a unas agarraderas de plástico.

Decisiones trascendentes

Yo noté que estábamos a buena distancia de la orilla, y aunque traíamos chaleco salvavidas, tomé la decisión de que, si llegaba a caer al agua, por nada del mundo me soltaría de la agarradera, pues no quería perder la banana y quedar a la deriva. “Quién sabe qué clase de mounstro marino me pueda encontrar por aquí”, pensé.

Y pues dicho y hecho, en uno de los tantos brincos desbocados fui a dar al agua, y determinado a hacer lo que había pensado, seguí aferrado a las agarraderas mientras la banana continuaba su veloz carrera.

Apenas me estaba felicitando a mí mismo por la proeza de fuerza que estaba realizando, cuando de pronto sentí algo que me heló la sangre. Resulta que, con la fricción del agua a esa velocidad, el traje de baño se me había bajado hasta los tobillos y estaba a punto de perderse en el océano infinito.

Decisión trascendente a tomar en cuestión de micro segundos: ¿La banana o el traje? Como no quería que hubiera chicas desmayadas ni causar una conmoción masiva cuando saliera del agua, opté por este último. Me tuve que soltar. Felizmente, no me atacó ningún mounstro marino, la lancha regresó por mí, el traje de baño regresó a donde debía de estar y final feliz.

Quitar lo que sobra

Al igual que en el mensaje anterior, hoy quiero hablar de otra decisión trascendente que podemos tomar con calma y con reflexión, y no en condiciones tan dramáticas como la que acabo de narrar. Hoy me referiré a la decisión de esforzarnos por liberar todo nuestro potencial, alcanzar la medida de nuestra creación, llegar a ser la mejor versión de nosotros mismos.

En una ocasión le preguntaron a Miguel Ángel, ese gran escultor italiano, cómo le hacía para, de un burdo pedazo de piedra, extraer unas hermosas figuras humanas tan reales, que solo les faltaba hablar. Miguel Ángel respondió: “La imagen ya está ahí dentro; yo solamente le quito lo que le sobra”.

De manera semejante, ahí, dentro de nosotros, hay un ser humano hermoso, creativo, fuerte, inteligente, poderoso. Pero para que pueda emerger, necesitamos quitarle “lo que le sobra”. Pensamientos negativos, malos hábitos, sentimientos de derrota, miedos, bajas autoestimas, etc. Todo eso hay que quitarlo, y entonces el ser humano hermoso surgirá en plenitud.

Vinimos aquí con una misión, y equipados con todo lo necesario para cumplirla, pero por lo general esa misión no puede ser cumplida por un “yo” temeroso, inseguro, apocado. Necesitamos “soltar el tigre” que hay dentro de nosotros, y no ir por la vida con cara de perro asustado.

Necesitamos también tomar la decisión de que, hagamos lo que hagamos, habremos de hacerlo con esmerada excelencia. Le digo a mis alumnos: “Si eres el que acomoda la mercancía en el Oxxo, que no haya un Oxxo con la mercancía mejor acomodada que la que tú acomodas. Si eres un obrero en una fábrica, que no haya piezas mejor ensambladas que las que tú ensamblas”.

Esta actitud de dar siempre lo mejor de ti, aunado a la determinación de dejar atrás tus “lastres”, te ayudará a ir “esculpiendo” al ser excelente que puedes ser.

Ser el mejor

Pablo Picasso dijo en una ocasión: “Mamá me decía: Si vas a ser soldado, serás general; si vas a ser cura, serás Papa. Decidí ser pintor, y soy Picasso.” No hay duda que Pablo asimiló bien la lección que su madre le trataba de enseñar: “No me importa lo que hagas, solo tírale a ser el mejor”.

De corazón te invito a trabajar en el desarrollo de tu persona, a tomar la decisión de quitar de tu mente y tu corazón todo lo que sobra (todo lo que estorba) para que entonces puedas cantar tu canción, puedas cumplir esa misión que se te dio y de la que solo tú, algún día, habrás de responder y rendir cuentas ante Quien te la dio.