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La muerte del arriero Juan Evangelista, 1811

Al llegar al lugar donde se encontraba el cuerpo, el Juez Máximo Cavazos mandó a la comitiva que se apearan de sus caballos, poniéndolos a disposición para hablarles. Tomó el bastón (de mando) dirigiéndoles palabras inteligibles en tres ocasiones, “en el nombre del Rey N. S. Q. D. G. ¿Quién le mató?”... Al no encontrar respuesta entre los presentes, pidió que se reconociese el cadáver

Cronista Municipal de Reynosa

Interpretación de arrieros, gravado en madera.La muerte del arriero Juan Evangelista, 1811

Eran como las tres de la tarde del día 14 de noviembre de 1811, cuando se presentó ante el Juzgado Real de la villa Nuestra Señora de Guadalupe de Reynosa el vecino José Antonio Vela, en lo que es actualmente Reynosa Díaz. Explicó que andando pastoreando su manada de ovejas cerca del rancho nombrado de Los Prados, hacia el norte de la antigua villa, viró sus animales para el lugar donde habían de dormir esa noche. Fue entonces, que estando parado que escuchó entre el monte el balido de un cordero, por lo que se regresó a traerlo.

    Ahí entre el pastizal de zacate, encontró la osamenta de un cadáver irreconocible. Sin atender cosa alguna, apresuró su marcha para alcanzar a su ganado y dejarlo en un punto seguro. Pasando a dar parte al Justicia Mayor don Máximo Cavazos, sargento 1º de la Compañía de Milicias Provinciales de Caballería de Frontera de la villa de Reinosa (sic.) y su jurisdicción.  Él estaba bajo las órdenes del gobernador realista de la Provincia del Nuevo Santander, el notorio General Joaquín de Arredondo. Hay que advertir que estos hechos sucedieron en plena lucha de la Independencia de México. 

Reconocimiento del cadáver

Al no encontrar cirujano o perito médico en la villa, el mismo día cruzaron el río Grande el Justicia Mayor y los testigos, dirigiéndose al rancho de Los Prados, en cuyas inmediaciones se encontraba el cadáver. Allí, el Juez ordenó a Felipe Prado y Tomás de la Edesma de ese rancho a que los acompañara con el personal del Juzgado, como también a los testigos que venían de la villa. 

Al llegar al lugar donde se encontraba el cuerpo, el Juez Máximo Cavazos mandó a la comitiva que se apearan de sus caballos, poniéndolos a disposición para hablarles. Tomó el bastón (de mando) dirigiéndoles palabras inteligibles en tres ocasiones, “en el nombre del Rey N. S. Q. D. G.  ¿Quién le mató?” 

Al no encontrar respuesta entre los presentes, pidió que se reconociese el cadáver. El Justicia Mayor preguntó si alguien reconocía el cuerpo de la víctima. A lo que Felipe Prado respondió que, por el vestuario del difunto era un mozo que servía a Xavier Anzaldúa. Los hijos de éste habían estado en el rancho con sus mulas para recolectar el diezmo de maíz.  No se encontró que el cuero (piel) estuviera roto (con cortaduras). Pero se advirtió que, al cuerpo alguien le había echado zacate y popote cortado con cuchillo, pues habían sido rebanados al sesgo.

Se encontró allí un sombrero viejo, unos huaraches y un cabestro. También en la cintura del cadáver se halló fajado una cuarta con un palito y dos maneas. El cuerpo se hallaba rumbo al norte en un paraje empastado con bastante monte, a un cuarto de legua del rancho de Los Prados.  Por su estado de descomposición, el Juez determinó que se le diera sepultura al cuerpo en ese lugar. 

Las declaraciones

El Juez pidió que regresaran a la villa de Reynosa, junto con los testigos Felipe Prado, Tomás de la Edesma y José Antonio Vela, para tomarles sus declaraciones. Al siguiente día, el 15 de noviembre de 1811, comparecieron José Antonio Vela y Felipe Prado ante el Justicia Mayor de Reynosa. El primero, un hombre de 60 años de edad, explicó que había encontrado el cadáver cuando regresó a buscar el cordero que balaba en el monte. Ahí vio entre el pastizal la sección cortada, donde estaba el difunto. Pero no sabía quién le hubiese dado muerte. Supo por el hijo de Xavier Anzaldúa, Julián, que se les había perdido un mozo cuando andaban con sus mulas recogiendo el diezmo de maíz en los ranchos. 

    Felipe Prado contó que un día como a las tres de la tarde habían llegado a su rancho los hermanos Francisco, Gregorio y Julián Anzaldúa, quiénes eran acompañados por un mozo arriero. Venían a recoger el diezmo del maíz con una recua de mulas. Que después que tumbaron los aparejos a las bestias, fueron a darles sabana Francisco Anzaldúa y el mozo arriero. Observó que, después de dos horas regresó solo de la “sabana” sin el arriero Francisco Anzaldúa. Ésta venía en una mula o macho, en el cual se fue a traer unas calabazas a un rancho inmediato, de donde regresó pasadas las ocho de la noche.  

Fue cuando regresó el tal Francisco, que los hermanos empezaron a buscar el arriero hasta ya muy noche, sin tener resultados. Al siguiente día lo buscaron hasta las once de la mañana. De allí salieron para los ranchos de arriba a traer un maíz. Cuando venían de regreso pararon en la casa de Prado, pero ya no intentaron buscar al perdido. 

Los implicados

Después de escuchar esto el Justicia Mayor, Máximo Cavazos, mandó se asegurase en la prisión a Francisco Anzaldúa y se trajeran al resto de los implicados para tomarles las declaraciones. En el mismo día se le tomó la declaración a José Gregorio Anzaldúa, quien fungía como soldado. Éste confirmó que había llegado a las tres de la tarde al rancho de Los Prados junto con sus dos hermanos con su atajo de mulas, acompañados del arriero. Los hermanos viajaban con el propósito de juntar el diezmo de Maíz.

Explicó que después de desaparejar a las mulas en el rancho, el arriero y su hermano Francisco determinaron darles “sabana” a las bestias. Como a las cinco de la tarde regresó su hermano solo, diciéndole que el arriero se había quedado quebrando leña, que la traería en un rato. Su hermano, quién venía en una mula que nunca soltó, se pasó a traer unas calabazas a la casa de Juan Ignacio Bocanegra.  Describió que el vestuario del arriero incluía unos calzones de gamuza, un cotón, huaraches y un sombrero viejo. Declaró que antes que salieran de la villa a la “junta del diezmo”, le conoció al arriero una navaja chica desgonzada, la cual ya no se la volvió a ver en el camino.  

José Gregorio, después que ya no vino y que lo anduvieron buscando hasta las 11 de la noche y durante el siguiente día en la mañana, malició que se les hubiese huido el mozo. Sabía que su hermano cargaba una navaja mocha, pero no sabía si la traía cuando llevaron las mulas. Mencionó que en el lugar de Felipe Prado también había estado presente José Antonio Espinoza, cuando se habían llevado las mulas a pastear. 

El otro hijo del diezmero Xavier Anzaldúa, Julián, expresó al Juez poco más o menos lo que había declarado su hermano Gregorio.  En el expediente que se encuentra en la Sección de Juzgados del Archivo Municipal de Reynosa, la declaración de Julián es la que expresa el verdadero nombre del arriero como Juan Evangelista. Éste consideraba que su hermano llevaba su navaja cuando fue con las mulas a la “sabana”. 

Julián Anzaldúa declaró que estando platicando con Andrés Prado ya en el rancho, después de haberlo buscado, se lamentaba por haber perdido a su compañero arriero. El lugareño le dijo que cuando Francisco y el mozo estaban dándole agua a las mulas, llegó un hombre llamado Tomás de la Edesma.  Este último luego, luego, reconoció al arriero Evangelista. Esa persona le indicó a Prado que, “ese arriero es uno que me robó unos caballos en el Cerro de Santiago y este rucio en el que anda es uno de ellos”. 

Julián sabía que el arriero no era de la villa de Reynosa, pero no conocía su lugar de origen. Recordaba que tenía un poco más de un mes que lo habían acomodado en el trabajo de su padre. Ese día 15 de noviembre de 1811, el Juez mandó sacar de la Real Cárcel al inculpado Francisco Anzaldúa para tomarle su declaración. Las declaraciones de éste, otros testigos y la de la esposa del arriero Evangelista serán narradas en la próxima nota. 

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Sello en el papel utilizado en el Juzgado de la villa de Reynosa, haciendo alusión al Rey Fernando VII en los años de la Independencia de México, 1810-1811. AMR.



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