Arnaldo Coen, conquista con sus trazos la libertad
Dejarse llevar. Es lo que ha hecho el artista Arnaldo Coen (Ciudad de México, 1940) en sus Per-versiones
CIUDAD DE MÉXICO
Dejarse llevar. Es lo que ha hecho el artista Arnaldo Coen (Ciudad de México, 1940) en sus Per-versiones.
Así se titula la muestra que presenta en la Galería 526 del Seminario de Cultura Mexicana (SCM), donde reúne 25 obras libérrimas en las que impera la sensualidad del trazo.
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No sólo en esta exposición optó por crear sin cortapisas, ni dudas ni ensayos, pues ha convertido la libertad en principio de vida.
"Soy consciente de que no tengo mucho tiempo para seguir tratando de hacer bien o mal las cosas. Creo que lo más importante es sentir esa libertad", dice en entrevista el artista de 82 años, integrante de la Generación de La Ruptura y Premio Nacional de Ciencias y Artes 2014.
"Antes le tenía mucho miedo a la tela en blanco y aquí quise perderle el miedo. Quizás en algunas ocasiones habría hecho esto en chiquito, pero aquí quise sentir el trazo y dejarme llevar por la forma, no por el contenido específico de algo que estoy haciendo, sino dejarme llevar por esa sensualidad del trazo sin temor, con absoluta libertad. Ya después averiguo si me salió bien o no".
Esta sensualidad se despliega en los esenciales blanco y negro en alusión a los opuestos, el yin y el yang, lo femenino y lo masculino que se complementan y se confunden, para luego separarse y reencontrarse, detalla quien pondera a la mujer como un tema recurrente en su obra.
Líneas como cicatrices en su obra
Coen camina atento a los reflejos de sus piezas en las baldosas negras de la Galería 526, en Polanco.
Antes ha elogiado la luz de la terraza en la fresca mañana de octubre. Ésta reverbera en el dorado que atraviesa como una cicatriz áurea sus pinturas en blanco y negro, una huella reluciente que remite a la técnica japonesa kintsugi para reparar cerámica rota sin ocultar o disimular la fractura, sino destacándola con esmalte de oro.
"Me gustó mucho el concepto, porque de alguna manera al estar haciendo esas líneas (en su obra pictórica) también quedan 'heridas'", compara.
Lega a la galería en auto y antes de bajar ha mirado sus cuadros a través de los amplios ventanales del recinto. Esta vez le parecieron formas acuáticas, y también las ha considerado volátiles. En alguna ocasión, cuenta, el escritor Hugo Hiriart relacionó sus trazos con nenúfares.
"Lo que más me importa", destaca, "es que cada quien imagine según lo que sienta o le motive".
Flotantes, ondulantes o volátiles, estas pinturas evocan un ejercicio de sensibilidad que aprendió en su juventud y retiene gratamente su memoria, pues lo marcó.
"Cuando era un chamaco y estudiaba diseño gráfico y publicidad, tenía un maestro que nos daba clases de figura, y para el ejercicio de desnudo nos pidió dibujar viendo a la modelo, sin ver el papel. Todos hacíamos trampa, porque volteábamos a ver el papel; entonces me llamó y me dijo: 'A ver, Arnaldo, súbete a la tarima'. Me subí, y luego dijo: 'Préstame tu dedo índice', e hizo que recorriera con él desde la parte más alta de la cabeza de la modelo -siguiendo una línea, como si estuviera viéndola y dibujándola- hasta el dedo gordo del pie, apenas tocándola".
Luego retornó a su lugar para hacer el dibujo, como le instruyó el maestro, atento a lo que sentía más que a lo que veía.
"Me enseñó muchísimo para la sensibilidad ese ejercicio. Pasaron muchos años y ahora dije: 'Voy a dibujar recordando esas sensaciones'".
Pero, ¿qué sensaciones predominaban?
"Eróticas, principalmente, pero eso tiene que ver con la sensibilidad y eso agudiza los sentidos, igual que la música. Hay músicas que son sensuales o que son melancólicas, y el arte nos puede llevar a miles de lugares. No quise dibujar algo realista, sino la sensación y esas formas que de alguna manera son muy fluidas; de repente tienen elementos geométricos, fuertes, para acentuar precisamente las formas orgánicas dibujadas", explica el pintor cuya obra ha explorado formas geométricas como los cubos, esferas, poliedros o conos.
Es, finalmente, un creador de paraísos geométricos, como lo definió el poeta Octavio Paz.
Sobre cómo se conjugan en su trabajo mujer y geometría, Coen responde: "La geometría es como una búsqueda de la perfección y el cuerpo femenino es la perfección. Se conjugan muy bien".
Un niño que creció entre grandes artistas
Coen tuvo, desde temprana edad, la certeza de que sería un artista.
"Tenía esa certeza, por un lado, pero también el temor de fracasar, que siempre existe. Entonces busqué otra cosa más para hacer, pero en vez de irme a lo opuesto al arte, estudié danza con Guillermina Bravo y Federico Castro, dramaturgia con Hugo Argüelles y actuación con Seki Sano.
"Y desde que estaba en la secundaria me iba de pinta a estudiar arquitectura con unos amigos mayores que me sonsacaban; estuve como dos años estudiando de pirata en la Universidad. Entonces, de alguna manera andaba en el mismo rango del arte, aunque fueran en otras disciplinas, y, evidentemente, desde niño dibujaba".
El arte le viene de cuna. Su abuela Fanny Anitúa era cantante de ópera y fundó el SCM junto a la pintora Frida Kahlo y el escritor Mariano Azuela, entre otros.
"Tenía acceso a esos grandes personajes, que eran como mis tíos, porque nos visitaban y los veía como parte de mi familia. El entorno en el que me moví tenía mucho que ver con esa sensibilidad para las artes, sobre todo la música, porque desde niño tuve mucha cercanía con ella: mi abuela era cantante de ópera, mi padre (Arrigo Coen) musicólogo, uno de los fundadores de la estación de radio XELA, de música clásica, y amigo del maestro Carlos Mérida. Cuando yo lo acompañaba, mi padre le decía: 'Mira, Carlos, éste parece más hijo tuyo que mío, porque le interesa la pintura".
Mérida, artista plástico, le guió en la apreciación del arte y contribuyó en su formación, cuenta, pues Coen, por consejo del muralista Diego Rivera, rehusó estudiar la disciplina en la escuela.
"Una vez visité a Diego y me dijo: 'No vayas a estudiar pintura, mejor conoce a otros artistas y ve muchísima pintura, eso es lo que te va a enseñar'. Tendría 16 años cuando lo fui a ver; iba con un amigo que quería conocerlo y le llevamos nuestras 'carpetas'. ¡Carpetas a los 16 años!'.
"Fue un hombre muy generoso, nos pidió que abriéramos unas cajas que le llegaban de todas partes de México; las llamaba tepalcates y eran figuras prehispánicas que encontraba la gente que trabajaba en el campo y se las llevaba. Ahora están en el Museo Anahuacalli. Nos explicaba, de acuerdo con el contenido de cada caja, acerca de Teotihuacán, de Colima, de Guerrero, etcétera. Fue una inyección de sensibilidad".
Finalmente no se inscribió en una escuela de arte, pero sí en el Instituto Fresnos de Artes Publicitarias, dirigido por un hombre que se dedicaba a la publicidad porque quería obtener dinero para dedicarse al arte, de modo que al cursar diseño gráfico en esa institución también aprendió de arte, por ejemplo con el maestro que le hizo recorrer con el índice el cuerpo desnudo de aquella modelo.
¿Sigue siendo rupturista?
La crítica de arte Teresa del Conde propuso nombrarnos la Generación de la Ruptura para referir un cambio, porque había una consigna de que si uno quería ser artista tenía que pertenecer a la Escuela Mexicana de Pintura, al nacionalismo, y hacer un arte para el pueblo. Yo siempre he pensado lo contrario: hay que hacer un pueblo para el arte.
Llegó esa palabra, "ruptura", para esta generación y llegó para quedarse. Pero ya no estoy rompiendo con la Escuela Mexicana de Pintura, ni me preocupa ni me preocupó nunca.
Aquello, opina, fue más bien una transición.
En esa época, rememora, los artistas ligados a la Galería Juan Martín o la Merkup, como Mathias Goeritz, Gunther Gerzso, Vicente Rojo y Manuel Felguérez, se expresaban a partir de sus propias inquietudes.
"No estaban buscando ser artistas comprometidos con algún pensamiento o idea histórica o política, sino sacar lo inefable del alma y del espíritu", advierte.
Coen, por su parte, prosigue en la búsqueda libertaria. La suya es una ruptura que no fragmenta, sino que apuesta por la plenitud: consuma.