El tatuaje y la pintura corporal
Una expresión artística de los indígenas nativos del río Bravo de los siglos XVII al XIX
Cronista Municipal de Reynosa
El entorno deltaico en la parte baja del río Bravo no incluye riscos, acantilados o resguardos rocosos donde pudieran haber dejado los nativos petroglifos o pinturas rupestres como en otros lugares de la Llanura Costera del Golfo de México. El arte rupestre se puede encontrar en sitios como el de Potrerillos en Mina, Nuevo León, o el del Cañón de Santa Olaya en Burgos, Tamaulipas. En la parte baja del río Bravo, la creatividad, imaginación y la tradición artística perduró solo en pequeños artefactos arqueológicos de concha marina, de hueso y en alguna cerámica importada desde la Huasteca.
Es a través de documentos históricos que conocemos que los grupos del noreste de México utilizaron sus cuerpos como lienzos, donde se plasmaba la creatividad artística utilizando tatuajes y pinturas. Era común que los colonos novohispanos nombraran genéricamente a los indígenas con pintura en sus cuerpos como rayados y a los tatuados como borrados.
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Costumbres en el Nuevo Reino de León
Don Alonso de León, el primer cronista del Nuevo Reino De León, narra sobre los grupos nativos en esa provincia durante la primera mitad el siglo XVII. Decía que “andan los varones desnudos, en carnes; y tal vez se ponen unas suelas, atadas con unas correas, que llaman cacles para defensa de las espinas. Los cabellos largos, traen caídos atrás; con una correa de venado, que les da la punta a las nalgas, o sueltos como más quieren.”
Sobre los atuendos de la mujer indígena describe que cubrían sus partes “con unos torcidos que hacen de cierta hierba, como lino”. Sobre éste vestían un “faldellín” de cuero de venado, siendo más corto por enfrente dando a la espinilla. Por detrás “les arrastra un palmo, del cual cuelgan cuentas de frisoles, o frutillas duras; otros géneros de caracoles o dientes de animales, que hacen un ruido al andar, que tienen por muy gran gala”. También utilizaban un cuero colgado al hombro, como cobija. Hombres y mujeres de algunas unidades étnicas utilizaban unos zamarros, que decía el cronista vestían al hombro al estilo de San Juan Bautista; éstos estaban hechos de hilos de pellejos de conejos.
Los hombres indígenas en las inmediaciones de Monterrey, Cadereyta y Cerralvo se pintaban generalmente sus caras y algunos todo su cuerpo, con diferentes rayas. Algunos grupos nativos utilizaban las rayas a lo largo del cuerpo, otros atravesadas; éstas se plasmaban algunas veces en línea recta, otras veces en forma ondulada. El cronista narra que las mujeres utilizaban las rayas en una forma muy similar a la de los hombres.
Los grupos conocidos como “pelones o calvos”, asociados con las etnias tepehuanas en Nuevo León, se quitaban una banda de cabello desde la parte alta de la cabeza hasta la frente, variando el ancho de un grupo a otro. Los pelones se pintaban con rayas desde las narices hacia la coronilla. Algunos pelones posteriormente, durante la segunda mitad del siglo XVIII, fueron parte de la misión San Joaquín del Monte de Reynosa, situada a tres kilómetros al poniente del actual Reynosa Díaz.
Don Alonso de León narra que los nativos se perforaban las orejas y las ternillas de las narices, donde “se meten palos, plumas o huesos, por gala”. Relacionado con los tatuajes dice que en un tipo de festejo o ceremonia se le daba a un individuo peyote molido desecho en agua; después que perdían el sentido por la bebida, quedaban en el suelo como muertos. Dos o tres de sus compañeros utilizaban mandíbulas del pez aguja o agujeta. Esta especie vive en los ríos San Juan y Bravo, es muy parecido al catán, pero mucho más pequeño. Sus dientes blancos están muy cerca uno de otro y son menudos como alfileres.
Con estos dientes le arañaban desde los hombros hasta las manos siguiendo por las piernas hasta los tobillos. A la persona le brotaba una gran cantidad de sangre, la cual se le embarraba por todo el cuerpo. Es probable que en este proceso se le frotara algún pigmento para que quedara el color en el tatuaje. Así se dejaba a la persona hasta que se le quitara la borrachera.
Costumbres
en el delta del río Bravo
En 1747, Escandón reportó que los hombres indígenas no usaban ninguna ropa y que las mujeres tan sólo usaban una faldilla de piel animal o de “hierbas” (tejidos con fibras de zacate o de otras plantas). En algún momento entre 1783 y 1796, los hombres de un grupo indígena del que se desconoce el nombre, observado en la desembocadura del río Bravo, todavía mantenían la costumbre de andar desnudos. En 1798, quizá tras haber sido influenciados por la desaprobación española sobre la desnudez, se decía que los hombres usaban taparrabos de cualquier material y que las mujeres usaban faldas de piel. Se decía que en la misión de San Joaquín del Monte de Reynosa los indígenas del área del delta se vestían con piel de venado.
En 1828, Jean Luis Berlandier describió brevemente la vestimenta usada por los sobrevivientes carrizos del occidente (yemé) que originalmente habían vivido al sur de la sección del río Bravo que yace entre Mier y Laredo. Durante el verano los hombres usaban taparrabos, hechos en una pieza de tela amarrada alrededor de la cintura, pero en invierno usaban un taparrabos más ceñido. Las mujeres usaban una falda amarrada que iba de la cintura hasta las rodillas, o bien, un viejo vestido casero español.
A principios del siglo XIX, Berlandier observó que los carrizos del occidente permanecían descalzos cerca de Laredo. Algunos indígenas a los que también se les refería como carrizos y que vivían cerca de la desembocadura del río Bravo antes de 1886, también habían andado descalzos. Las palabras para mocasines (zapatos) y sandalias (sandalias o huaraches) fueron mencionadas en el vocabulario comecrudo, recolectado en las Prietas (anteriormente la misión San Joaquín del Monte) en 1886. En 1535, Alvar Núñez Cabeza de Vaca vio mocasines (zapatos) entre las posesiones que fueron tomadas de la segunda ranchería que visitó tras cruzar el río Bravo en su viaje de norte a sur; fueron tomados por los indígenas que acompañaban a los españoles en ese viaje.
Tatuajes
Parece evidente que el tatuaje era ampliamente practicado entre los grupos indígenas del noreste de México y áreas adyacentes, sin embargo, las referencias sobres tatuajes son usualmente vagas y generalizadas. No es posible elaborar una lista de todos los grupos indígenas que se tatuaban, o una lista de los que no lo hacían. La descripción de algún tatuaje en particular fue apenas registrada. En algunos casos incluso, es imposible determinar si un pasaje se refiere a un tatuaje permanente o a pintura corporal temporal.
En 1757, López de la Cámara Alta advirtió los tatuajes entre diversos grupos indígenas que encontró en el delta del río Bravo. Mencionó que los hombres se tatuaban el rostro, mientras que las mujeres se tatuaban el rostro y el cuerpo. También dijo que no podía distinguir un grupo de otros a partir de sus tatuajes, lo que posiblemente signifique que el tatuaje no era un medio de identificación étnica. López de la Cámara Alta proporcionó prácticamente la misma información para diversos grupos que después fueron vistos río Bravo arriba, entre ellos podemos mencionar: cacalotes, carrizos (oriente) y cotonames. Sin embargo, anotó que estos grupos agregaban nuevos tatuajes cada año. En su vocabulario comecrudo de 1886, el lingüista suizo Albert Gatschet reseñaba que los pintos del río Bravo, para entonces extintos, también habían estado tatuados.
En 1738, José Ladrón de Guevara hizo comentarios sobre los tatuajes de los indios tanaquiapemes del bajo río San Fernando anotando que las líneas del tatuaje eran delgadas como las marcas dejadas por un verdugón. Dijo que, entre los otros indígenas de la región costera eran un poco más anchas. Esto parece indicar diferencias estilos importantes, pero no se puede deducir mucho más a partir de sus aseveraciones.
Una aislada e interesante descripción en un documento temprano del siglo XVII sobre uno de estos patrones de tatuaje fue escudriñada del Archivo Municipal de Zacatecas por el historiador Eugenio del Hoyo. Este caso único describe lo siguiente: “… una indiezuela de la nación de los icuano de edad, al parecer de diez a once años, borrada la cara con veinte y tres rayas, de un carrillo a otro, y en la frente once y tres almenillas de dos en dos rayas encima de la boca, y otras en la barba…”. En agosto de 1633, la niña y otros miembros del grupo icuano, genéricamente reconocidos como borrados, habían sido traídos cautivos a Cerralvo, donde fueron subastados. En diciembre, la chamaca terminó siendo vendida en Zacatecas, acogiéndose su captor Francisco González a un auto de guerra, al fraile Luis de Orduña del convento de Santo Domingo por ciento veinte pesos oro, bajo una condena de servicio de 10 años.
Posiblemente todos los grupos indígenas se pintaban el rostro y el cuerpo en ocasiones especiales, sin embargo, los documentos dicen poco al respecto. En muy pocas ocasiones los documentos mencionan los pigmentos empleados para la pintura corporal o para el tatuaje. En 1535, después de haber cruzado el río Bravo y estar en lo que aparentemente es ahora el noreste de Nuevo León, Alvar Núñez Cabeza de Vaca mencionó que los indígenas de un asentamiento le dieron bolsas de “margarita” (Cabeza de Vaca se refería a ella como plata) y “alcohol molido” (más factible ocre) a los españoles. Se identificó que este material se empleaba para pintar el rostro en un grupo vecino de la región poniente en Coahuila. En 1757, Agustín López de la Cámara Alta se refirió constantemente al color azul de los indígenas tatuados vistos en el río Bravo desde la desembocadura hasta Revilla. El carbón en polvo o más bien la ceniza de algunas plantas eran ampliamente utilizado por los indígenas americanos para producir el color azul en el tatuaje.
Los grupos de afiliación karankawa de la costa central de Texas se dice que lucían tatuajes de color azul, que se los dibujaban generalmente en su cara para distinguirse de una unidad étnica a otra. No se encontraban niños menores de diez años con tatuajes. Las mujeres que se casaban provenían de otros grupos, ya venían con sus tatuajes. Estos grupos utilizaban barros negros y rojos para decorar sus caras en ciertas ocasiones. Algunos sobrevivientes de los karankawa fueron desplazados de sus territorios y terminaron viviendo en la jurisdicción de Reynosa a mediados del siglo XIX.
Está claro que la desnudez dentro de las unidades étnicas de cazadores y recolectores en el sur de Texas y el noreste de México influyó en la creatividad artística, utilizando el tatuaje y la pintura corporal.
Fibra vegetal con la técnica de torcido y teñido,del 1200 d. de C., Cueva de la Candelaria, Coahuila.
Interpretación de un indígena coahuilteco con tatuajes y pintura.