¿Derrame de petróleo? ¡Llamen a las bacterias!
Los perniciosos efectos de esta histórica catástrofe ecológica siguen sin saberse con exactitud
En los 87 días que tardó en ser sellada la fuga en la plataforma petrolífera Deepwater Horizon tras la explosión del 20 de abril de 2010, 149 mil kilómetros cuadrados de agua en el Golfo de México fueron contaminados con cerca de 5 millones de barriles de crudo.
De este suceso surgió en 2015 el Consorcio de Investigación del Golfo de México (CIGoM), agrupando las capacidades de algunas de las instituciones académicas más importantes del País y de más de 300 investigadores, quienes tras más de cinco años de trabajo han obtenido ya resultados para encarar posibles impactos ambientales de la industria del gas y petróleo.
EN LAS PROFUNDIDADES
Ejemplo de ello es lo conseguido por la línea dedicada al análisis del potencial de algunas bacterias para degradar hidrocarburos, como aquellas que impidieron la expansión del crudo mucho más allá de la zona afectada durante el derrame de 2010.
"En el Golfo de México existen muchas emanaciones naturales, por lo tanto, en esa zona hay una gran cantidad de bacterias que constantemente se están reproduciendo porque ahí está la fuente de carbono (necesaria para su subsistencia), y es una de las zonas a las cuales fuimos a muestrear", comparte en entrevista telefónica el biotecnólogo Alexei Licea, coordinador de esta línea de investigación en el CIGoM.
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"Nos dimos a la tarea de ir a buscar muestras de bacterias hasta 3 mil 200 metros de profundidad", remarca el director de Impulso a la Innovación y el Desarrollo del Centro de Investigación Científica y de Educación Superior de Ensenada (Cicese), instancia que integra el Consorcio junto con varios institutos de investigación de la UNAM o el propio Cinvestav.
A lo largo de 44 cruceros de expedición, el grupo recolectó más de 400 muestras tanto en los diferentes estratos de la columna de agua como del sedimento en el fondo marino.
Entonces, mediante estudios metagenómicos -que analizan el material genético en muestras ambientales- comenzaron a caracterizar y aislar las diferentes poblaciones y tipos de bacterias.
"Secuenciamos todos los genomas de todas las bacterias que estaban ahí para tener un banco de información de todo el potencial, no nada más de aquellas que degradan hidrocarburos. Porque si ya habíamos hecho este esfuerzo, si el Gobierno mexicano había hecho un esfuerzo tan grande para contar con esa información, pues no quisimos limitarnos a las bacterias degradadoras.
"Posiblemente, ahí en esos bancos -y esto estará libre para todo el mundo académico- está algún antibiótico nuevo que aún no se ha descubierto porque la bacteria que lo produce estaba a 3 mil metros de profundidad", expone Licea, quien anteriormente ha sido reconocido por sus valiosas aportaciones en la biotecnología marina aplicada al sector salud.
TRABAJO IN SITU
El análisis de estas bacterias, remarca Licea, comenzaba en el mismo barco apenas habían sido recolectadas, a través de experimentos que el grupo de nanociencias de la UNAM montaba en el momento.
Específicamente, las muestras de agua se ponían en frascos con petróleo proporcionado por Pemex. Ahí, las bacterias presentes que no eran capaces de degradar esta única fuente de carbono morían; las que sí podían hacerlo, se reproducían exponencialmente.
De ahí fueron llevadas a los laboratorios para confirmar y evaluar sus diferentes capacidades de degradación ante varios tipos de hidrocarburos -ligeros, pesados e intermedios-, en equipos muy sofisticados, como espectrómetros de masa.
"De esta manera se caracterizaron, y ahora tenemos consorcios bacterianos o grupos de bacterias que, si desafortunadamente hay un derrame en el Golfo de México y es un petróleo pesado, entonces sabemos exactamente cuál es la combinación de bacterias que tenemos que agregar para que se degrade lo más rápidamente posible ese hidrocarburo.
"Ese es uno de los grandes productos que se obtuvieron en este Consorcio", destaca Licea sobre el CIGoM, iniciativa que para todas sus ramas contó con una inversión de mil 500 millones de pesos provenientes del Fondo de Hidrocarburos Conacyt-Secretaría de Energía (Sener), parte de los 109 fideicomisos que la actual Administración eliminó.
BOCADO A LA MEDIDA
Son, celebra el científico, cientos de bacterias las que tienen caracterizadas y almacenadas en reservorios en tres ciudades -Ensenada, Cuernavaca y Mérida-, en ultracongeladores que alcanzan temperaturas de menos 80 grados, y cuya efectividad ha sido comprobada en el laboratorio y en simulacros, aunque falta "la prueba de fuego" con un derrame controlado en el mar.
Para realizar la degradación, explica Licea, las bacterias actúan a través de la producción de biosurfactantes que les permiten dispersar el crudo en gotas microscópicas para un "bocado" a su medida.
La capacidad de estas bacterias es tal, que el equivalente a una cucharada de té puede degradar 10 litros de hidrocarburo. Sin embargo, para cubrir un derrame masivo, se requiere que se reproduzcan por millones, lo cual en la naturaleza puede tomar de tres a cuatro meses.
"Ahí es donde entramos nosotros, precisamente. Debemos tener una alta producción de las bacterias en el laboratorio, en grandes tanques, y si llegase a ocurrir el derrame, entonces vamos y le agregamos desde el principio esa gran cantidad de bacterias para que el hidrocarburo desaparezca en una o dos semanas", subraya Licea.
FALTAN INVERSIONISTAS
Aunque la base científica está lista y los resultados son claros, esa alta producción de bacterias degradadoras referida por Licea, necesaria para garantizar la capacidad de respuesta inmediata ante algún derrame de petróleo, no está garantizada.
"Hay que producir millones y millones de bacterias, y no tenemos el equipo adecuado; los biorreactores no los tenemos", apunta el biotecnólogo del Cicese.
Para paliar esta carencia, científicos del Consorcio han optado por una alternativa planteada por Pemex desde el inicio del proyecto: crear su propia empresa que brinde sus servicios al Estado.
"Varios investigadores del CIGoM formaron una empresa para poder producir estas bacterias; ya se hizo un licenciamiento del Instituto de Biotecnología (de la UNAM) de esas bacterias a esa empresa.
"Se están buscando ahorita inversionistas que pongan dinero para poder hacer la producción, y entonces ahora sí hablar con Pemex y darle una especie de seguro: 'Tú me estás pagando cada tres meses, seis meses, cada año, una cantidad para que yo pueda producir y tener seguro ahí la cantidad necesaria (de bacterias)'", señala Licea.
Al margen del periplo para lograr el salto del laboratorio a la industria, Licea reconoce lo conseguido por las instituciones y científicos que han integrado el CIGoM.
"Ahorita es muy claro que el mundo necesita de la ciencia. Eso se dio a nivel mundial con la pandemia, pero antes se dio en México con el CIGoM. Al menos a nivel nacional nos dimos cuenta que se requiere de la vida académica, de la ciencia para poder resolver grandes problemas nacionales, como puede ser un derrame de petróleo.
"El grupo académico mexicano ya puede atacarlo eficientemente, y dar asesoría a la Marina para tener un mejor control", celebra.
MÁS APLICACIONES
La naciente empresa conformada por los investigadores del CIGoM, resalta Licea, cuenta con un enorme potencial por las diferentes formas de aprovechamiento y futuras soluciones a partir de las investigaciones del Consorcio.
Las bacterias degradadoras de hidrocarburos, ejemplifica el biotecnólogo, también serían capaces de hacer lo propio con algunos derivados, como el plástico, uno de los mayores contaminantes del planeta.
Y no sólo eso, precisa Licea, sino que los análisis metagenómicos realizados podrían servir como la base para la producción de bioplásticos.
"Incluso se pueden dar tratamientos para el mal olor del alcantarillado en las grandes ciudades; esto ya se hizo en Tijuana. Las opciones son muchas para que esta pequeña empresa se pueda capitalizar, y entonces sí ir a tocar la puerta de Pemex", señala.