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Fritz Bauer, un martillo contra los nazis

Irmtrud Wojak reconstruye la vida del fiscal de Hesse que armó los argumentos jurídicos para perseguir a los líderes del Tercer Reich y llevó a juicio a los criminales de la maquinaria asesina de Auschwitz

El fiscal Fritz Bauer (sentado, a la derecha) el 13 de febrero de 1964 en Frankfurt, durante el anuncio del suicidio de Werner Heyde pocos días antes del inicio del proceso en su contra.Fritz Bauer, un martillo contra los nazis

Los periódicos alemanes apuntaron a finales de 1918 que al día siguiente, 9 de noviembre, a las once de la mañana, comenzaría la Revolución. Fritz Bauer, que entonces era un muchacho con inquietudes sociales, no quiso perdérsela. Vivía en Stuttgart, y se dirigió a la arteria principal del centro de la ciudad para ver qué ocurría. No pasó nada. "Recorrimos la calle arriba y abajo, sonó un disparo a lo lejos, muy a lo lejos, me sentía tremendamente desdichado porque la Revolución alemana, como siempre, tendría lugar en los salones", comentó más adelante durante una entrevista para un documental que se emitió por televisión.

En aquella célebre ocasión Bauer tenía 16 años, pero estaba ya tocado por aquella vocación humanista que más adelante iba a llevarlo a realizar un cambio profundo en la Alemania que surgió después de la derrota de Hitler. Sus consideraciones jurídicas sobre la necesidad de un tribunal penal internacional sirvieron a los aliados para fundamentar los juicios de Núremberg contra los jerarcas nazis, pero su tarea más importante fue la de perseguir en Alemania a cuantos participaron en la solución final, aun cuando el país se esforzara por correr un tupido velo sobre su pasado reciente. En 1963, tras cinco años de rigurosas y meticulosas investigaciones, fue el fiscal que puso en marcha en Fráncfort los Procesos de Auschwitz que mostraron con todo detalle y en toda su crudeza la manera de proceder de la maquinaria asesina del Tercer Reich.

Bauer, que formaba parte de una familia judía asimilada a la que le había ido bastante bien, empezó a estudiar Derecho en 1921 en Heidelberg. Se trasladó a Múnich un año después. La derrota del imperio alemán en la Gran Guerra había generado fuertes corrientes antisemitas que se manifestaron durante aquellos años de manera virulenta. Un puñado de fanáticos ultranacionalistas asesinó a Walther Rathenau, el ministro de Asuntos Exteriores, la crisis más grave de la República de Weimar, y en 1923 se produjo el putsch de Hitler. Bauer se había vinculado al Partido Socialdemócrata (SPD) y, cuando terminó sus estudios en 1926, abandonó la carrera académica para dedicarse a la política y trabajar como juez penal. Tenía ya claros sus intereses: "No deseaba ser un guardián del orden, sino un defensor de los derechos humanos", apunta Irmtrud Wojak, la responsable de la biografía que acaba de traducirse y que rescata la imponente trayectoria de un jurista que fue capital para convertir Alemania en un Estado de derecho tras la pesadilla nazi.

Cuando Hitler llegó al poder en 1933, Bauer fue detenido y trasladado a un campo de concentración en el que pasó ocho meses. Consiguió marcharse a Copenhague, allí se ganó la vida como representante comercial y anduvo implicado en tareas políticas con el SPD. Salió de Dinamarca cuando los nazis persiguieron allí a los judíos y se instaló en Suecia, donde trabajó de periodista y conectó con Willy Brandt. No pudo regresar a Alemania hasta 1949. Empezó como juez y fiscal en Brunswick, donde ya realizó algún proceso por crímenes de lesa humanidad, y en 1956 se convirtió en el fiscal general de Hesse. Desde Fráncfort pilotó algunas de las más relevantes iniciativas contra los criminales nazis. Su trabajo fue decisivo para atrapar a Adolf Eich-mann en Buenos Aires y también persiguió, sin éxito, a Walter Bormann, la mano derecha de Hitler, y a Josef Mengele. Puso en marcha los grandes Procesos de Auschwitz, llevó al banquillo a jueces, abogados y médicos que participaron en los asesinatos por eutanasia durante el Tercer Reich (sin conseguir gran cosa), persiguió los crímenes nazis en Hungría y a los diplomáticos alemanes que fueron cómplices de asesinar a judíos griegos y "nuevos búlgaros", procesó a miembros de los escuadrones de la muerte —Einsatzgruppen— que colaboraron en la solución final como en la terrible atrocidad de Babi Yar, cerca de Kiev.

Fritz Bauer realizó un titánico trabajo y lo hizo en medio de inmensas dificultades, incesantes amenazas de muerte, críticas. Poco se conoce de su vida privada; se ha escrito que la suya fue "una existencia solitaria, difícil de soportar". No cesó nunca en su tarea de castigar los crímenes nazis, pero su afán no era el del resentido o vengativo, como afirmaban quienes lo combatían: quería construir una nueva Alemania que superara la ignominia de la solución final. Al final estaba muy cansado. El 1 de julio de 1968 lo encontraron sin vida en su bañera. La autopsia señaló que se trató de un infarto, pero las especulaciones sobre su muerte fueron abundantes.



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