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Todo farsa

Melanie Smith cultiva la entropía en su primera gran retrospectiva

Hay un platillo típico mexicano que consiste en rellenar una tortita fina de maíz con trozos de carne, verduras, salsa picante, queso y algún insecto (al gusto). De acuerdo con las normas de la gastronomía inglesa, los tacos son bastante surrealistas, con un toque de exotismo y neurosis que dan el pego, al menos para los estómagos hambrientos.

Uno de los momentos de la performance de Farsa y artificio.Todo farsa

No hay muchas culturas que exhiban el pathos del fetichismo como la mexicana, y Smith abrazó su barroquismo simbólico para desmenuzarlo y asimilarlo como si se comiera un taco. Su retrospectiva, ahora en el Macba, es caótica, pretenciosa y alerta de lo resbaladizo que puede ser el arte cuando se camina sobre aquello que se quiere deconstruir. Con el más que idóneo título Farsa y artificio, Smith reúne sus trabajos en todos los formatos posibles, acaparando los temas recurrentes de la actual “arqueología de la modernidad” institucional: la industrialización, la economía, la estética de la abstracción, la urbanización, el colonialismo, la naturaleza, la entropía y el cuerpo.

En 2011, Melanie Smith representó a México en la Bienal de Venecia con un pabellón que pretendía huir de los tópicos negativos de un país sumido en una escalada sangrienta de homicidios relacionados con el crimen organizado. Dos años antes, Teresa Margolles había hecho radicalmente lo contrario en su instalación De qué otra cosa podríamos hablar, que aludía de forma directa a la guerra de Felipe Calderón contra el narcotráfico. La obra causó un gran malestar por su crudeza: la mayoría de las piezas contenían ropas con sangre de las víctimas.

En adelante, el artificio debía ponerse en marcha, y qué mejor que la mirada de una europea para espantar prejuicios. Smith exhibió en aquel mismo espacio, el Palazzo Rota Ivancich, sus encurtidos filmes que realizó con la ayuda de su compañero sentimental Rafael Ortega: Estadio Azteca, Bulto, Xilitla, además de una serie pictórica sobre el jardín surrealista creado por el escritor inglés Edward James en la Huasteca potosina, como una reflexión sobre el caos latinoamericano que convive con el concepto de ruina y las identidades adulteradas o colonizadas, temas muy oportunos para el evento veneciano. “Todo esto provoca contradicciones muy fuertes, a las que se suma el hecho de ser inglesa, vivir en México y regresar a Europa. Hay ahí un loop muy fuerte y emocional”, declaró Smith en la presentación del pabellón. Hablaba la artista “encantada” por la mordedura de la serpiente azteca.

Aquellas tres películas se incluyen ahora en el recorrido del ­Macba, junto a la más reciente y estetizadora María Elena (2018), rodada en el desierto de Atacama, y otros trabajos de su primera época, como Orange Lush, una composición hecha con fragmentos de telas, fruto de su recolecta de colores naranjas que encuentra por la ciudad; retablos y pinturitas hechas por etapas a partir de los óleos de El Bosco y Bruegel, y las fotografías en blanco y negro sobre la abstracción urbana desde el espacio aéreo (Ciudad espiral, 2002-2004).

La obra de Smith debe sus ideas y estilo al último arte inglés, por su deliberada promiscuidad, su estética abyecta (de segunda mano) y su culto a lo evanescente que consigue plasmar en las atmósferas brumosas del paisaje mexicano. También hay dandismo callejero y, en el mejor de los casos, la impostura funciona en la instalación Frida Mateos sobre la falsificación de cerámicas y piezas arqueológicas de Talavera y el Museo Amparo (Puebla), con fragmentos recreados a partir de cuadernos de clasificación de los tepalcates (útiles de barro) de distintas épocas y sitios, exhibidos como un proceso interminable de reconstrucción de la historia.

Hace falta todo el tiempo del mundo para destilar el caos. Y ­Smith es una esponja, una artista todavía temprana, como esta retrospectiva. 




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