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Cuando los insectos deciden tu destino

Solemos afrontar el verano como una época de posibilidades. Hay quien se lo toma para descansar, si puede; otros están más activos que nunca. En verano ocurrió, tal vez, nuestro primer amor. Y seguro que también nuestro primer desengaño. Puede que hasta los insectos te arruinen la vida. "Eusebio Dolores no recuerda bien el momento en el que por fin se levantó del camastro y que con odio empezó a buscar a las polillas por toda la casa". 

Cuando los insectos deciden tu destino

Ese 15 de agosto, Eusebio Dolores Pavón Delamata se levantó al alba.

Se preparó con parsimonia, cuidando cada detalle de su atuendo, pues era la fecha señalada, en la que por fin Estrella Soledad Rodríguez Gallardo le daría el sí.

Diez años, diez meses y diez días habían transcurrido desde que le había declarado su adoración eterna y ésta le había sellado el juramento con una carta de amor.

  • Convinieron entonces que para la petición de mano formal, él le retornaría la carta uniendo así y para siempre sus vidas.
  • La sorpresa fue que al abrir el cofre, Eusebio Dolores descubrió la carta hecha jirones, con papel de seda y todo. Las polillas habían devorado las palabras de amor de Estrella Soledad.

Con la cabeza llena de explicaciones que no sabría dar ni hacer entender, corrió espantado hasta la casa de su prometida.

Pero Estrella Soledad al verlo llegar con su cadáver de carta, no tuvo para él ni un quizás ni un por si acaso, ni ninguna otra posibilidad. Sin contemplaciones pronunció las palabras que hieren y destrozan y le dio la espalda dando por terminada la conversación.

El camino de regreso lo hizo sonámbulo, con un dolor de cuchillo en el corazón y guiado únicamente por el ruido de sus zapatos sobre las piedras del camino.

Ni siquiera se le había ocurrido llorar, enojarse, implorar nada, pues conociendo el carácter acérrimo de su prometida, sabía que las suertes estaban echadas y que a él le había tocado las de perder. Bajo un cielo sin estrellas, avanzaba con los brazos estirados llevando el cofre del infortunio como una ofrenda de su desdicha.

Al llegar a su casa, lo depositó en el altar de la Virgen de la Concepción y se echó a llorar en su camastro frío. Así pasó días de postración amarga, dicen que fueron semanas.

Eusebio Dolores no recuerda bien el momento en el que por fin se levantó del camastro y que con odio empezó a buscar a las polillas por toda la casa.

Como no sabía nada de insectos, dirigió su búsqueda hacia el baño, después hurgó en la cocina, la sala, los pasillos y los sótanos. Y era que Eusebio Dolores no se imaginaba que pudiesen existir seres tan pequeños y traicioneros, que se esconden de día y salen de noche los muy vampiros.

Por fin la obsesión le llevó a buscar en la cómoda. Primero, despejó el altar con la imagen piadosa y el cofrecito y las flores. Después, el interior de la cómoda sacando uno a uno los cajones hasta que de repente vio salir de un orificio un bicho volando. Inspeccionó todo el mueble con una lupa hasta llegar a la parte superior, al sitio exacto donde primorosamente había depositado el cofre con la carta.

No las veía, pero sabía que ahí estaban ellas, las traicioneras, las come palabras, las mata sueños y destruye vidas. Ellas, ahí, caminando por los resquicios de la madera, en su propia casa, burlándose de su dolor.

Apuñaló y pisoteó el cofrecito, creyendo así matar a las polillas, que, en lugar de morir, salieron volando alegremente cada una por su lado. Enloquecido las persiguió con un plumero, con un matamoscas, con una escoba y terminó rociándoles insecticida, pero ellas seguían yendo de un lado a otro, hasta que desaparecieron con la luz del sol.

Los días siguientes se le vio ir y venir comprando cosas: sogas, palas, hachas, mata ratas, matamoscas y artefactos para inyectar venenos. Esperó en la zozobra que la oscuridad llegase para lanzarse al ataque de los lepidópteros, pues quería una lucha heroica, sin tapujos y cara a cara con esos insectos que le habían desgraciado la vida.

Le dijeron que a las polillas las atraía la luz, así que oscureció toda la casa dejando únicamente encendida la del salón.

Cuando las vio posarse en el foco, Eusebio Dolores las azotó con una soga. Las polillas volaron hacia el pasillo mientras él corría detrás aporreando con una pala los lugares en los que se posaban. Sin darse por vencido, encendió todas las luces y las persiguió, acosó y golpeó con correas, martillos y masas. Hasta que extenuado se derrumbó sobre los despojos de lo que había sido su casa.

Estrella Soledad, creyendo que había enloquecido, llegó con una pócima para corazones rotos, se desdijo de sus palabras atroces y declaró humildemente su arrepentimiento. Pero Eusebio Dolores la miró como a un insecto y al ver pasar una polilla, corrió tras ella sin más.



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