Smartphone: arma de distracción masiva
La capacidad de concentración se resiente con tantas aplicaciones que reclaman nuestro interés.
Vamos por la vida con un arma de distracción masiva en el bolsillo. Con un dispositivo maravilloso que pone el mundo al alcance de nuestra mano, sí, con un artilugio que es la puerta al conocimiento, o al menos a la información. Pero en ese objeto que ha cambiado nuestra forma de vivir anidan, agazapadas, toda una serie de aplicaciones que reclaman atención con homologables grados de urgencia. ¿Y si me pierdo algo? El miedo a perderse algo —en inglés, fomo, fear of missing out—, recelo, en ocasiones, angustia, que se multiplica en estos nuevos tiempos.
Bienvenidos a la era de las mentes dispersas, de los cerebros a los que les cuesta centrar el foco, de las microconversaciones y la microatención, de personas que por momentos tienen la sensación de operar cual pollo sin cabeza en el ecosistema digital (cuando no, también, en la vida real).
Inciso: Dispersar, según la Real Academia Española: dividir el esfuerzo, la atención o la actividad, aplicándolos desordenadamente en múltiples direcciones. Pues eso.
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Domesticar esa arma de distracción masiva que reclama atención sonando, silbando, vibrando, parpadeando no es cosa fácil. Por un lado, estamos nosotros, dotados de un cerebro que es un auténtico devorador de información, un órgano que busca constantemente novedades, estímulos, con nuestra necesidad de sentirnos conectados con otros. Por otro, las pantallas, plagadas de aplicaciones diseñadas con todo tipo de trucos para captar nuestra atención.
Fue en torno al año 2004 cuando la profesora Gloria Mark, titular del Departamento de Informática de la Universidad de California Irvine, comparó nuestra tendencia a chequear de modo compulsivo el correo electrónico y las redes sociales con nuestro comportamiento ante una máquina tragamonedas. Miramos el smartphone porque buscamos una gratificación. Y la mera expectativa de poder obtenerla es suficiente para hacer que volvamos una y otra vez en su busca —recurrimos al teléfono entre 80 y 110 veces al día según distintos estudios—. Este comportamiento se mantiene gracias al llamado reforzamiento aleatorio (Randomly reinforced behaviour).
Esas píldoras de información que consumimos a través del celular generan descargas de dopamina como las que recibe el cerebro del fumador en el momento en que enciende un cigarro. Por eso regresamos con obstinación en busca de nuevos caramelos digitales.
Las investigaciones llevadas a cabo por Mark, doctorada en Psicología por la Universidad de Columbia, especializada desde 2003 en estudiar cómo las tecnologías de la información afectan a la multitarea, a la atención, al humor y al estrés, resultan reveladoras. Su método consiste en escrutar minuciosamente el comportamiento de pequeños grupos escogidos de personas para de ahí inferir nuestro modus operandi. Utiliza herramientas de precisión: sensores, contadores que miden las interacciones frente a la pantalla, biosensores que toman, por ejemplo, datos del ritmo cardiaco.
Con su estudio “Los neuróticos no pueden concentrarse: Un estudio in situ sobre la multitarea online en el trabajo” (2016), que firma junto a especialistas de Microsoft y del prestigioso Media Lab del Massachusetts Institute of Tech-nology, observó que cuando trabajamos frente a la computadora cambiamos de foco de atención cada 47 segundos. Fue la media que obtuvo del seguimiento al que sometió a 40 trabajadores de grandes empresas norteamericanas. Los resultados mostraron que las personas muy inclinadas a la multitarea, los denominados heavy multitaskers, se demostraban más propensos a la distracción. Descubrió que cuanto más neurótica e impulsiva es una persona (y cuanto peor ha dormido), menor es su capacidad de concentrarse.
En otro estudio, “Concentrados, despiertos, pero tan distraídos: una perspectiva temporal de la multitarea y las comunicaciones”, realizado en 2015 mediante el seguimiento detallado de 32 trabajadores, reveló que consultaban el correo electrónico 74 veces al día (de promedio) y entraban en Facebook unas 21 veces (con un máximo de 264 visitas diarias).
“La multitarea ha existido siempre”, dice Mark en conversación telefónica desde la Costa Oeste norteamericana, “pero la capacidad de atención de la gente se ha reducido. En mi opinión, es algo que no es positivo. Sabemos que cambiar el foco de atención incrementa el estrés, y que puede tener un impacto en aspectos como la innovación y la productividad”.
El ser humano está diseñado para virar su atención con facilidad. Es algo que garantiza su supervivencia desde los primeros días de la especie. Hubo un tiempo en que los estímulos provenían de la naturaleza, y tendían a ser lentos. La hoja que caía del árbol. El vuelo de la mosca. En la era moderna, todo empezó a ir más rápido. En la digital, todo se ha acelerado.
Pero la atención, que funciona gracias a la interacción entre el lóbulo frontal, el parietal y el cerebro emocional, es algo difícilmente divisible. Cuando parece que estamos haciendo dos cosas a la vez es porque una de las tareas se puede automatizar (como, por ejemplo, caminar). Hacer dos cosas que impliquen un esfuerzo cognitivo (como hablar y escribir un mensaje de texto) a la vez no es posible. En realidad, lo que hacemos es cambiar rápidamente el foco de una tarea a otra. Así lo explica el neuropsicólogo Marcos Ríos Lago, cuya investigación se centra en el área de la atención, las funciones ejecutivas y la velocidad de procesamiento.
Linda Stone, una exejecutiva de Apple y Microsoft, miembro del consejo asesor del MIT Media Lab, desarrolló a finales del siglo pasado el concepto de atención parcial continua. Para ella, la multitarea consiste en hacer varias cosas a la vez porque exigen poca capacidad cognitiva (ordenar papeles y hablar por teléfono mientras comemos un sándwich). Atención parcial continua (APC), sin embargo, es prestar atención a varias fuentes de información de manera superficial.
Stone afirma que esa conexión permanente para no perdernos nada, ese estar permanentemente conectados y en alerta, acaba pasando factura cuando se convierte en modo de vida. Genera estrés y compromete la capacidad para tomar decisiones, para ser creativo.
La proliferación de dispositivos electrónicos parece haber multiplicado nuestra capacidad de manejar distintos flujos de información en paralelo, algo para lo que parecen particularmente dotados los llamados millennials, que han mamado desde la cuna el nuevo paradigma tecnológico. Lo suyo es hiperatención. Así lo bautizó Katherine Hayles en el año 2007. Con este término, la profesora de literatura de la Duke University, autora de Hiperatención y Atención profunda: la división generacional en los modos cognitivos, denominaba una nueva manera de absorber el conocimiento que, sostiene, obliga a una reevaluación de los métodos educativos.
A Hayles le preocupa que en algunos colegios estadounidenses se estén introduciendo ipads en las clases de primero de primaria, con niños que apenas tienen seis años. “Los cerebros son muy maleables, y eso puede afectar a sus neuroestructuras”, manifiesta en conversación telefónica desde Los Ángeles, California. “Creo que lo mejor es ser conservador en estas cuestiones hasta que tengamos un mayor conocimiento de las implicaciones de la introducción de estos sistemas, y limitar el tiempo que los niños pasan ante las pantallas”. (EPS).
El miedo a perderse algo, recelo, en ocasiones, angustia, que se multiplica en estos nuevos tiempos.