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‘Quijote’ de Rushdie no tiene sustancia

El escritor indio-británico, autor de ‘Hijos de la medianoche’, entrega una novela un tanto superficial, pero entretenida y divertida. El que tuvo retuvo

El Quijote.‘Quijote’ de Rushdie no tiene sustancia

Salman Rushdie no deja de sorprender a sus lectores con invenciones literarias a cual más arriesgadas. Desde su éxito con la muy notable Hijos de la medianoche no ha dejado de probar a estar a la misma altura, pero los resultados han sido muy desiguales. Es de suponer que la vida que se ha visto obligado a llevar desde la fetua que dictó contra él el ayatolá Jomeini ha sido realmente azarosa y también su literatura posterior. Hijos de la medianoche, Vergüenza y Los versos satánicos forman el terceto en que se sustenta el prestigio de su autor. En ella, como en el resto de su obra posterior, su fuerte ha sido siempre la mezcla de realismo y fantasía, que lo aproxima al realismo mágico de una parte importante de la literatura latinoamericana, Rushdie ha sido y es un enérgico defensor de la libertad de pensamiento tanto en el terreno social y civil como en el religioso, y nunca hasta hoy mismo ha abandonado una actitud crítica que le ha costado una terrible condena, afortunadamente ya superada, pero también incomprensión y no pocos reproches.

No es de extrañar, pues, en el caso de la novela que nos ocupa, que haya decidido utilizar la figura y simbología del personaje de Cervantes para contar una historia estrictamente contemporánea. Rushdie es un contador de historias nato, como lo fueron Sheherezade o Robert Stevenson, y la intención y profundidad de sus ideas están servidas por la celebración de la escritura propia de los que Walter Benjamin definió en su célebre ensayo sobre el narrador. Así sucede en el terceto antes mencionado. Y es un contador de historias que busca fascinar al lector sin alejarse de la conciencia crítica, que es lo que consagró a su obra más famosa. El suyo es un estilo que mezcla la pirotecnia con la lucidez, el deslumbramiento con la conciencia. Pero en el resto de libros que siguen al terceto, algunos críticos y lectores le han reprochado el desequilibrio entre pirotecnia y profundidad en favor de la primera. Y el problema de las novelas deslumbrantes es que el deslumbramiento ciega y no deja ver con claridad.

Quijote es una obra de ambición. Un anciano llamado Ismail Smile, autorrebautizado como Quijote, ejecutivo de ventas, americano, de origen hindú, se enamora de una joven estrella de la televisión, se siente Quijote ante su Dulcinea y decide dedicarse como caballero a su dama. Instalado en La Era Donde Puede Pasar Todo; apenas con amigos, sin familia (sólo se relaciona de cuando en cuando con una mujer de Nueva York conocida como La Cama Elástica Humana), concibe a un hijo de su imaginación que toma forma repentinamente en el asiento del copiloto de su Chevrolet Cruza al que da en llamar Sancho. Y así comienza una itinerancia a imitación de la que realizara Don Quijote.

Pero enseguida el lector siente que esta especie de road movie real y mental se mueve entre ingeniosidades, bromas punzantes, ácidas críticas, que emplean una escritura enumerativa… La imaginación parece fluir al servicio de sí misma. Es una novela entretenida, divertida también, pero un tanto superficial, carente de sustancia. Mi impresión clara es que se trata de un remedio nostálgico del mundo maravilloso que supo crear en Hijos de la medianoche, convertido aquí en una pesada carga, a su pesar, para su autor. Aunque, como se dice vulgarmente, “el que tuvo retuvo” y, desde luego, este excelente contador de historias retiene.



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