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Puccini, el último esplendor de la ópera

Una biografía de Julian Budden, rastrea la vida y la obra del compositor de Lucca, que cerró con ‘Turandot’ tres siglos de tradición lírica italiana, opacada por el cine a partir de 1926

Turandot es la ópera de Nessun dorma, la romanza que Luciano Pavarotti convirtió en una especie de éxito pop, en 1990, durante el Mundial de Fútbol de Italia y el primer concierto de Los Tres Tenores. Pero también representa, para Julian Budden, el final de más de tres siglos de ópera italiana. Lo leemos en Puccini. Su vida y sus obras, la biografía del compositor de Lucca, de 2002, que acaba de publicar Akal en traducción de Juan Lucas.

Carteles de las óperas de Giacomo Puccini Tosca, Turandot y Edgar.Puccini, el último esplendor de la ópera

Budden alude también a las expectativas del público que habían mantenido vivo el género desde Claudio Monteverdi en adelante. Pero todo cambió tras la Primera Guerra Mundial. Y no hubo recambio tras la muerte de Puccini, en noviembre de 1924. La joven generación se decantaba entre la reiteración de Ermanno Wolf-Ferrari y la individualidad que manifestaban Alfredo Casella, Gian Francesco Malipiero e Ildebrando Pizzetti. Pero el especialista británico no menciona la importancia que tuvo el auge del cine mudo en todo este proceso.

En El otoño de la ópera italiana (2007), Alan Mallach explica cómo la gran pantalla sustituyó a la ópera en el corazón de la burguesía italiana de principios del siglo XX. No solo varios teatros se convirtieron en cines, sino que las actrices comenzaron a acaparar la atención popular de las divas. Fue el caso de Lyda Borelli, cuya forma de actuar generó nuevas palabras en italiano (borellismo, borellissimo y borelleggiare).

Algunos viejos operistas se adaptaron al nuevo medio. El antiguo compañero de estudios de Puccini y autor de Cavalleria Rusticana, Pietro Mascagni, escribió, en 1915, la música de Rapsodia satanica, de Nino Oxilia, con Borelli como protagonista. Está claro que fue el desarrollo del largometraje lo que atrajo a la élite cultural y financiera de Italia, a partir de 1911. Hasta Gabriele D’Annunzio abandonó sus pretensiones de colaborar con Puccini en favor del cine. Y redactó los intertítulos de Cabiria, de Giovanni Pastrone, en 1914, con música de Pizzetti, que escribió su Sinfonia del fuoco para la impresionante escena del sacrificio al dios Moloch.

El mismo año de la película, Pizzetti había publicado un duro ataque contra Puccini. Formaba parte de una cruzada contra el compositor de Lucca que afectó a su valoración crítica y académica, pero no a su éxito ni a su popularidad. La joven generación italiana parecía decidida a enterrar la tradición operística en favor de la música instrumental. Y los estudiosos posteriores difundieron sus ideas contra el compositor. El musicólogo Joseph Kerman lideró el bando crítico con una famosa invectiva contra su ópera Tosca incluida en su libro Ópera as Drama (1956): “Esa operita acartonada que pretende escandalizar”. Pero Puccini siguió siendo un valor seguro para cualquier teatro de ópera. Y La bohème, Tosca, Madama Butterfly y Turandot se siguieron representando en los teatros de todo el mundo.



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