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Pierden la palabra

Libros infantiles otorgan todo el poder de su narración a la imagen, crecen en difusión, variedad y relevancia en la literatura para niños y jóvenes

Los dos hablaban varios idiomas. El problema es que ninguno coincidía. El que había llegado del mar traía la lengua de su remota casa, y a veces unas cuantas más. Todas desconocidas, sin embargo, para su interlocutor. Este ofrecía agua, una manta, una sonrisa. Pero no podía dar conversación más allá del inglés o el italiano. En el muelle, el diálogo mudo entre migrantes y voluntarios se repetía una y otra vez. “Quisimos llevar libros, pero no sabíamos cuáles. Ahí se hablaban todas las lenguas del mundo”, recuerda Deborah Soria. Así que se les ocurrió una idea: prescindir de las palabras.

‘Un camino de flores’, de JonArno Lawson y Sydney Smith, publicado por Libros del Zorro Rojo.Pierden la palabra

Aunque, en realidad, no hay que zarpar hacia Lampedusa para encontrar estos álbumes: pueblan cada vez más librerías. Ni tampoco hace falta una barrera lingüística o una odisea de por medio: aparecen en hogares y aulas de cualquier país. Y en conversaciones entre autores, editores, profesores, familias y, por supuesto, sus pequeños lectores. Se comentan sus dibujos fascinantes, la magia universal de narrar solo por imágenes y empujar al público a sumarse al relato. De paso, se reivindica a los ilustradores, uno de los eslabones más castigados de la creación. Y, poco a poco, las voces más escépticas también se están quedando sin palabras.

“Su presencia, que se veía como una rara avis, ha aumentado por varias razones: la concepción que se tiene de la lectura hoy en día, la importancia creciente del mediador, el incremento de una oferta editorial más variada, y también nuevas necesidades sociales, como la alfabetización de migrantes o desde edades muy tempranas”, resume Lucía Pilar Cancelas, profesora de Literatura Infantil en Lengua Inglesa en la Universidad de Cádiz y autora de una reciente investigación sobre el fenómeno. Toda la decena de entrevistados coinciden en la subida, aunque con matices: las opiniones van desde un avance aún minoritario hasta una explosión.

Pero basta echar un ojo a los catálogos editoriales para descubrir todo tipo de tramas en imágenes: El paseo de un perro por el bosque (Celia Sacido, Cuento de Luz); la resistencia de una librería Desde 1880 (Pietro Gottuso, Kalandraka); el drama de la guerra del ‘45 (Maurizio Quarello, Orecchio Acerbo); o, precisamente, el periplo de tantos Emigrantes (Shaun Tan, Barbara Fiore Editora). Hace tiempo que la Feria de Bolonia, que llega en 2023 a su 60ª edición como la más relevante en Europa, creó una competición y una muestra solo para libros silentes. Y en su tesis doctoral de 2015, Emma Bosch ya destacaba la gran diversidad encontrada y concluía: “El álbum sin palabras no es un género”.

Lo cierto es que tampoco se trata de un invento reciente. Al revés, hace mucho que los libros se atrevieron a callarse. Elena Pasoli, directora de la Feria de Bolonia, cita entre los pioneros a sus connacionales Bruno Munari e Iela Mari —editada en España por Kalandraka—, cuyo repaso mudo al cambio de las estaciones ha vendido miles de ejemplares desde los setenta. Otros apuntan a El muñeco de nieve (La Galera), que plasmó Raymond Briggs en 1978. El viaje entre los primeros autores silentes continúa por los ochenta con “Monique Felix y David Wiesner, Istvan Banyai y su divertido Zoom en los noventa, Peter Spier, Raymond Briggs o Kveta Pacovská”, como explica Ana Garralón, crítica, profesora, librera y responsable de talleres sobre estas obras.

Giovanna Zoboli, una de las autoras y editoras de libros infantiles más respetadas de Italia, se remonta a incluso más atrás: las pinturas rupestres, en el fondo, también narran sin palabras. “Hasta hace no mucho se miraba hacia estos libros con cierta desconfianza, porque de alguna forma el álbum ilustrado es la puerta de acceso a la lectura y, para una mente conservadora, sin texto no tiene sentido. Pero con el tiempo se han ido afirmando. Y hoy se ha desarrollado una corriente de pensamiento que subraya su valor positivo, que empuja a los niños a una participación incluso más activa”, agrega. De hecho, la autora señala que para ella misma el reto de usar solo imágenes resulta “mucho más difícil que un álbum tradicional”.

 

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