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Otra vuelta de canon

No se trata de anular obras que consideramos clásicas, sino de añadir nuevos títulos a esas referencias fundamentales

Acérquese a su biblioteca, no importa si hay una sola estantería, un pasillo o varias paredes. Fíjese en los libros que ha decidido conservar. Si sobran el tiempo y las ganas, tome volumen a volumen y amontone a un lado aquellos escritos por hombres, al otro los escritos por mujeres, tantos espacios como identidades de género. Cuéntelos: 12 aquí, 30 allá, cero incluso. Repita el ejercicio teniendo en cuenta el origen de la autora o el autor: África, América (y aquí distinga entre los países de América Latina y los del norte del continente), Asia, Europa, Oceanía.

Una mujer entre dos columnas de libros.Otra vuelta de canon

Si no le convence lo del desorden, siéntese y enumere las lecturas de los últimos meses. Revíselas según los criterios anteriores. No parece improbable que en sus conclusiones (que en nuestras conclusiones) aparezca un hombre blanco, heterosexual, de clase media alta (o alta), europeo o estadounidense, que le saluda con la mano derecha mientras que con la izquierda se sujeta la barbilla, incapaz de soportar el peso de sus conclusiones acerca de los grandes temas de la época que le correspondiese.

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UN BUEN LIBRO 

Independientemente de quien lo escriba y los temas novedosos se agotaron hace mucho y la calidad de un texto, un libro es un libro y se impone frente a cualquier circunstancia externa. Pero los textos no se cargan de inocencia y quedan marcados por el lugar simbólico desde el que se abordan. Imaginemos un poema sobre un asunto universal y hasta gastado: el amor, por ejemplo. Ese poema, ¿utilizará las mismas palabras, las mismas ideas, si lo escribe un hombre o una mujer? ¿Si se escribe en México que si se escribe en Nueva York? ¿Si lo escribe alguien con las dedudas pagadaa o si lo hace alguien que camina hacia la oficina? Añadan condicionantes; respondan siempre que no.

En el canon, ese listado hipotético de obras de imprescindible lectura, figuran demasiadas visiones con condiciones de escritura parecidas y similares a las de aquel retrato robot que antes esbozábamos. Su apertura se plantea desde hace décadas en el ámbito de la academia, pero en los últimos años ha ganado popularidad hasta bordear, en cierta manera, la moda editorial: los “rescates” tienen una presencia cada vez mayor en las mesas de novedades.

Pienso en el Archivo Negro de la Poesía Mexicana de la editorial Malpaís, que devuelve a las librerías la obra de poetas del siglo pasado que no forman parte de las lecturas más o menos oficiales o la colección “La Crítica y el Poeta”, que desde Bolivia busca generar un corpus de estudio en torno a escritoras y escritores que no habían recibido suficiente atención.

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¿DE QUÉ SIRVE REFLEXIONAR SOBRE LO QUE LEEMOS?

Por los motivos por los que leemos esos libros, sobre las realidades que nos muestran y las posiciones desde las que lo hacen. El experimento que proponía al comienzo no responde a una idea mía, sino que circula por Internet acompañado de retos de lectura: durante un mes sólo leeré a mujeres, durante un año intentaré leer un libro escrito por alguien de un país diferente o de una lengua minoritaria. Estas iniciativas, que entroncan con la voluntad lúdica de la lectura (y a la vez con su pulsión de aprendizaje), suponen pequeños pasos en esa intención no sé si de generar un canon distinto, sí desde luego de plantearnos cuál es nuestra posición ante la lectura y ante las lecturas que escogemos y también de afrontarlo con la conciencia de que el canon se construye desde el privilegio.

No se trata de anular obras que hoy consideramos clásicas, sino de añadir nuevos títulos (y con ellos nuevas miradas e interpretaciones) a esas referencias fundamentales. Se trata de leer, de leer más, de escuchar otras voces, de conocer otras experiencias, de saber cómo todas esas historias que ya hemos leído se cuentan desde el punto de vista de alguien cuya voz no había sonado alta.

Existen la ficción, la imaginación, pero también la posición desde la que se afronta la escritura. Leemos por curiosidad, por el deseo del cuestionamiento de aquello en lo que creemos. ¿Quién pierde si ensanchamos el canon, si estiramos sus límites hasta quebrarlos?




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