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‘La ciudad y sus muros inciertos’

Mundos paralelos, viajes en el tiempo, amores imposibles, personajes alienados y hasta un poco de jazz. El escritor japonés recorre en su última novela territorios ya transitados en otras obras

El escritor japonés Haruki Murakami, en la ceremonia de los Premios Princesa de Asturias, el 20 de octubre pasado en el Teatro Campoamor de Oviedo.‘La ciudad y sus muros inciertos’

Si una imagen de la más reciente novela de Haruki Murakami me acompañará con persistencia, esa será la de una torre en cuya cúspide ha sido colocado un reloj sin manecillas: el tiempo ha perdido su valor o ha dejado de tener su más esencial sentido.

Sin embargo, fuera de esa extraña ciudad amurallada, ubicada en un espacio arbitrario y donde se vive al margen de las cronologías, una urbe construida en sus detalles por el escritor japonés, el tiempo existe, siempre existe y es mensurable. Y ahí están para demostrar su persistente transcurso los seis años que debieron esperar los millones de fieles lectores que Haruki Murakami ha ido ganando por todo el mundo para que al fin comenzara a circular su nueva novela, La ciudad y sus muros inciertos, publicada el año pasado en su país y ahora estampada en español por su sello habitual, Tusquets Editores. Seis años especialmente intensos en los que en el mundo han ocurrido acontecimientos que han alterado el ritmo de la vida de todo el planeta: desde una pandemia global que dio la impresión de detener el tiempo hasta el inicio de guerras en Europa y Oriente Próximo (que nos da el sentimiento de haber retrocedido en el tiempo), y otros muchos acontecimientos que de algún modo nos afectan a todos y también alimentan una cada vez más visible polarización de las sociedades, divididas entre los individuos y grupos que están a favor o en contra, no importa en ocasiones de qué, y, como parece corresponder a nuestra época, que se perciben (y comportan) como enemigos.

De esos años, varios de ellos fueron dedicados por Murakami a la escritura de esta novela y ese lapso también ha afectado a la vida del escritor. Lo sé por experiencia —y lo ha refrendado Kundera—, pues el novelista que comienza un libro y el que lo termina no son la misma persona. Cuando menos, es el autor de un libro más.

Y este libro, que expectantes y curiosos ahora leemos, creo que para un autor con una obra como la de Haruki Murakami, resulta ser solo eso: un libro más.

El tempo narrativo resulta más trabado que lento y las reiteraciones, con repeticiones textuales de ideas, frases, incluso momentos de las casi 600 páginas del texto, me hicieron recordar en muchas ocasiones el sabio consejo de Juan Rulfo de que “se escribe con el hacha”

Para esa multitud de seguidores del japonés, el tránsito por esta novela los llevará por territorios que nos parece que, de su mano, ya hemos recorrido (en otros tiempes y más de una vez): la presencia de mundos paralelos que implican la existencia de diferentes dimensiones de la realidad, viajes a través del tiempo en el mismo espacio, quiebres de las lógicas racionales con la creación de universos alterados propios de la literatura fantástica, personajes alienados (vivos y muertos) portadores de una inconmensurable tristeza, amores imposibles y hasta un poco de jazz. Todo Murakami, mucho Murakami, pero ahora en una novela en la cual, quizás más que en ninguna otra de las firmadas por él y que yo haya leído, el tempo narrativo resulta más trabado que lento y las reiteraciones, con repeticiones textuales de ideas, frases, incluso momentos de las casi 600 páginas del texto, me hicieron recordar en muchas ocasiones el sabio consejo de Juan Rulfo de que “se escribe con el hacha”.

La ciudad y sus muros inciertos comienza contando la historia de un amor frustrado. El joven narrador de la novela se enamora de una también muy joven muchacha que un buen día desaparece, luego de confiarle que existe una ciudad amurallada ubicada en una geografía imprecisa, donde no se marca el tiempo, un lugar al que se puede entrar y de donde no se puede salir. Allí, además, las personas pierden su sombra, se pasean unicornios y, sobre todo, hay una biblioteca que, en lugar de libros, conserva “viejos sueños”. Una ciudad que, ya lo sabremos, fue creada con una muralla inexpugnable a raíz de una pandemia que asoló al mundo.

Y allá aparece el narrador, sin saber nunca cómo llegó a ese sitio, para encontrar al otro yo de la joven a la que amó 20 años antes y que resulta ser la bibliotecaria que le entregará los “viejos sueños” que el ya no tan joven protagonista debe leer.

También, siempre sin saber cómo, el narrador de la historia logra lo imposible: salir de la ciudad inexpugnable para redefinir su vida convirtiéndose, por un llamado de su conciencia, en el anodino director de la biblioteca de un pequeño pueblo rodeado de montañas (que son como murallas). Allí, en un tiempo y espacio que parecen ser reales, también asistiremos a rupturas de nuestras lógicas con distintas situaciones, personajes y acontecimientos que no pretendo revelar y que se prolongan hasta el regreso del protagonista a la ciudad amurallada, aunque para él su posibilidad de permanecer allí ya no será posible.