buscar noticiasbuscar noticias

Noticias y novelas: caso abierto

Dos libros de Gabriel García Márquez y Josep Pla demuestran que el periodismo escrito es, fue y será un género de la literatura

Fue Nélida Piñón quien durante un debate en Buenos Aires sobre la confusión entre ficción y realidad me confesara su interés por averiguar las implicaciones literarias de la posverdad. Las fronteras entre la novela y el reporterismo parecen muchas veces difusas y al menos desde Dickens a nuestros días, han sido dinamitadas en numerosas ocasiones.

Portada del libro “El escándalo del siglo”, de Gabriel García Márquez.Noticias y novelas: caso abierto

Desde ese punto de vista podría admitirse incluso que las posverdades que inundan ahora el medio ambiente contribuyen a la calidad de la literatura tanto o más que a la destrucción de la opinión pública en una democracia. Y haré enseguida la aclaración de que a mi ver, no estamos hablando sólo de noticias falsas, sino sobre todo de verdades subjetivas. Es decir, mentiras en las que cree tanto el que las invoca como quienes las escuchan.

imagen-cuerpo

Portada de “Viaje a Rusia”, de Josep Pla.

imagen-cuerpo

Lugar de la playa de Torvaianica, en Roma, en el que fue hallado el cadáver de Wilma Montesi, en 1953.

-

GÉNERO DE LA LITERATURA

Dos libros de reciente aparición firmados por excelsos escritores que fueron también periodistas profesionales, vuelven a poner de actualidad la polémica en torno a estas cuestiones y a demostrarnos, una y otra vez, que el periodismo escrito fue, es y seguirá siendo un género de la literatura.

Por un lado llega a mis manos “El escándalo del siglo”, una sumaria antología de trabajos de García Márquez en prensa diaria y en revistas, publicados entre 1950 y 1984. Por otro, la excelente versión castellana, gracias a Marta Rebón, del “Viaje a Rusia” que Josep Pla escribiera en 1925.

Ambos son ejemplos de la ambigüedad de los géneros literarios y de una u otra forma, demostración de que el tan afamado realismo mágico atribuido a Gabo era en gran medida realismo a secas, habida cuenta de las sorpresas, paradojas y descubrimientos, verdaderas invenciones en el sentido etimológico de la palabra que la realidad nos depara cada día.

El libro de García Márquez toma su título de la serie de reportajes que para El Espectador de Colombia escribió desde Roma en 1955 sobre el asesinato de la joven Wilma Montesi. Aquel suceso ocupó la primera página de los periódicos de todo el mundo e inspiró a Fellini a la hora de redactar el guión de “La dolce vita”, una película mítica en la historia del cine que marcó el fin del neorrealismo. Las 13 crónicas que sobre el caso escribiera García Márquez, coincidiendo con el juicio al que fueron sometidos los acusados del crimen, el hijo de un ex primer ministro y un representante de la nobleza italiana, constituyen el espinazo de este libro.

Su editor, Cristóbal Pera, reconoce “haber escogido textos donde aparece latente esa tensión narrativa entre periodismo y literatura, donde las costuras de la realidad se estiran por su incontenible impulso narrativo”. El caso Montesi fue famoso porque desde que encontraron el cadáver de la joven abandonado en una playa las autoridades policiales y judiciales trataron de ocultar lo sucedido, sugiriendo que se trataba de un accidente o de un suicidio. Sólo la presión de la prensa obligó a realizar una encuesta judicial en condiciones.

De las investigaciones supimos que el novio de la víctima recibió un telegrama asegurando que esta se había suicidado cuando todavía se hallaba viva, pero el instructor del sumario fue incapaz de establecer qué hizo en las últimas 24 horas de su existencia. “Es posible”, escribe el corresponsal volante de El Espectador, “que el mes entrante, durante las audiencias, se conozca el revés de este misterio. Pero también es muy posible que no se conozca jamás”. Toda una premonición: nadie resultó condenado en el juicio y todavía hoy se desconocen los pormenores del caso.

Algunos han comparado aquellos envíos al diario colombiano con la estructura de la “Crónica de una muerte anunciada” que el Nobel escribiera años después. Desde luego, el arranque de la historia en su primera crónica marca el umbral de la intriga antes de informarnos del núcleo de la noticia: “la noche del jueves 9 de abril de 1953 el carpintero Rodolfo Montesi esperaba en su casa el regreso de su hija Wilma”. Y la premonición del autor en los titulares del reportaje se consumó con creces: “muerta, Wilma Montesi, pasea por el mundo”.

García Márquez anduvo más de dos años por Europa escribiendo para El Espectador. Todavía el cine le atraía más que la literatura como profesión y su escasez de recursos económicos le obligó a complementar sus ingresos con otros menesteres como el de tocar la guitarra en las calles de París o trabajar de pinche en un restaurante.

En cambio, para que Josep Pla pudiera narrar el despertar de la revolución en la Rusia soviética en 1925, sus colegas del Ateneo barcelonés decidieron sufragar los gastos, a los que no podía hacer frente La Publicitat, periódico al que enviaría las crónicas. Pla era por entonces un joven periodista que según su propia confesión no sabía absolutamente nada de Rusia. Tampoco se mostró muy motivado para hacer el viaje cuando le comunicaron el encargo. Finalmente se vio obligado a aceptarlo debido a la insistencia de sus amigos, que no sólo le proporcionaron los medios económicos, sino también la obtención del visado, el transporte y las personas que deberían escoltarle y ayudarle en la visita.

La visita de Pla se produjo poco después de la muerte de Lenin y en pleno desarrollo de la Nueva Política Económica (NEP). Llama la atención la ingenuidad que subyace en algunas de sus observaciones sobre el Moscú de la época, como el hecho de que todo el mundo vistiera más o menos igual, en una especie de uniformidad civil o la afirmación de que lo que se estaba construyendo era simplemente una nación sin ricos.

-

LA FRONTERA ENTRE PERIODISMO Y LITERATURA

El autor por lo demás insiste en que prefiere ahorrarse opiniones y limitarse a describir los hechos como él los ve, aunque su punto de vista era cuando menos muy personal. Participaba por un lado de la benevolencia que la revolución soviética inspiró en su principio a los intelectuales de Occidente y del otro, de su innegable sentimiento conservador. Pero prefirió no expresar juicios que hizo explícitos, en cambio, 40 años más tarde, cuando decidió reeditar el volumen. Se permitió así comentar: “cuando Nin me presentó a Karl Ráder, que entonces dirigía Pravda, ni siquiera osé decirle que el célebre ideólogo me pareció un sapo desabrido e insomne, sucio, de una miopía incómoda, agravada por una amarillez de piel ácida y frenética y un hirsutismo capilar que contrastaba con el hecho de que era barbilampiño y demostraba una manera de presentarse excesiva —porque había que ser muy comunista para manifestar aquella abundancia de pelo—”.

El expresionismo de esta descripción les fue hurtado a los lectores de La Publicitat y es buen ejemplo de cómo se llegan a traspasar con brillantez las fronteras entre periodismo y literatura. Nin, al que se refiere Pla, era Andreu Nin, fundador del Partido Obrero de Unificación Marxista (POUM), cuya muerte a manos de los esbirros de Stalin sigue envuelta en un misterio tan grande como la de Wilma Montesi.

Pero el hecho de que la posverdad y las fake news puedan contribuir a la belleza de la invención literaria —“no dejes que la realidad te estropee un buen reportaje”— no disminuye los riesgos que para la formación de la opinión pública en las democracias constituye el actual panorama, inundado de falacias y hechos alternativos. Ese es por cierto el mensaje del último libro de Alan Rusbridger, que fuera mítico director de “The Guardian: Breaking News, The Remaking of Journalism”.

Salpicada de anécdotas y recuerdos, la obra plantea de nuevo el debate fundamental sobre el futuro de los medios en el ambiente anegado por las redes sociales. Evocando a Hannah Arendt, cita una memorable frase suya: “el resultado de una consistente y total sustitución de la verdad factual por mentiras no es que la mentira será aceptada ahora como verdad y la verdad difamada como mentira, sino que acabará por destruir nuestro sentido de orientación en el mundo real —pues la distinción entre verdadero y falso es uno de los métodos a este respecto—”.

La conclusión de Rusbridger es sencilla: “créanme, no queremos un mundo sin información. Tampoco sin literatura”. 




DEJA TU COMENTARIO
PUBLICIDAD

PUBLICIDAD