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Maj Sjöwal, crónica de una imprevista revolución

Per Whalöö y Maj Sjöwall formaron pareja en la vida real y como escritores. Él falleció en 1975, y ella, hace unos días. En sus novelas se encuentra el origen de la “trama” sueca

El director de cine Daniel Alfredson (Estocolmo, 1959) filmó hace apenas una década la adaptación sueca de las dos últimas partes de la trilogía Millennium, basadas en la exitosa y archiconocida serie literaria de Stieg Larsson. Alfredson, cuya carrera había comenzado mucho antes, en los años noventa, había logrado consolidarse como uno de los realizadores más solventes del panorama internacional a la hora de contar con imágenes el relato negro y resulta curioso, al echar la vista atrás, descubrir cuál fue su ópera prima: en 1993 se estrenó con una segunda versión cinematográfica de Roseanna, la novela con la que el matrimonio de escritores afines al marxismo, formado por Maj Sjöwall (Estocolmo, 1935-Landskrona, 2020) y Per Wahlöö (Kungsbacka, 1926-Malmö, 1975) había iniciado en 1965 un ambicioso proyecto narrativo, protagonizado por el detective Martin Beck y concebido con fines políticos, aunque lo que estaba destinado a revolucionar, imprevisiblemente, era la estructura y el clima de la intriga contemporánea.

Maj Sjöwall y Per Wahlöö en su juventudMaj Sjöwal, crónica de una imprevista revolución

Per Wahlöö falleció en 1975, a causa de un cáncer de páncreas. Maj Sjöwall, a los 84 años, el pasado día 29 de abril, tras una larga enfermedad. Con su muerte y amparándonos en la metáfora que nos ha servido para iniciar este artículo, la que esconde el orden de la filmografía de Alfredson, volvemos la mirada hacia Roseanna para comprender que, sin ella, ni Henning Mankell, ni Karin Fossum, ni Jo Nesbø, ni Camilla Läckberg, ni Stieg Larsson hubieran sido los mismos.

Sjöwall y Wahlöö, hoy traducidos a más de cuarenta idiomas, se formaron como periodistas y se conocieron al coincidir en la plantilla de la revista Idun. Los sesenta acababan de empezar, Suecia atravesaba una etapa de prosperidad y, en ese contexto, ellos se enamoraron y unieron sus fuerzas para convertir la literatura en un arma política -nada nuevo bajo el sol- y, sirviéndose de los recursos del género policiaco, criticar el estado del bienestar en una obra publicada actualmente en España por RBA e integrada por diez tramas criminales, que bautizaron de forma global como «La novela de un crimen»; un título en el que la palabra «crimen» no hacía referencia a ninguno de los delitos que se encontraban entre sus páginas, sino a la traición que, para ambos, había ejercido la socialdemocracia sueca contra la clase trabajadora.

Si consiguieron o no herir al sistema aunque no fuera de muerte, es difícil de detectar, sin embargo lo que sí está claro es que, después de que Martin Beck hiciera su entrada en escena para esclarecer en Roseanna el asesinato de una joven estadounidense, cuyo cadáver aparece sin pistas a las que aferrarse en el lago Vättern, la historia de la novela negra dio un vuelco inesperado.

Gracias a Sjöwall y Wahlöö, la maldad se reubicó en el mapa y abandonó el mundo anglosajón, en el que tan bien la habían cultivado desde Dashiell Hammett y Raymond Chandler a Agatha Christie o Josephine Tey, para trasladarse al norte de Europa, donde las voces que sucedieron a la de los creadores de Beck, mucho más tenebrosas que las norteamericanas e inglesas y, al mismo tiempo, mucho más cínicas, se esmeraron en respetar su herencia y, a golpe de detective, perfilar una literatura en la que el asesinato convive con la importancia del escenario y con un austero sentido del humor, que casi siempre descansa en el conflicto de identidad, tanto interior como por oposición al otro.

A cuatro manos

Cuando Per Wahlöö murió, la misión que había iniciado junto a Maj Sjöwall estaba cumplida y las diez novelas que conformaban su sátira del capitalismo habían sido escritas; cuatro de ellas, incluso, se llevaron a la gran pantalla.

La progresiva repercusión del trabajo a cuatro manos de la pareja fue tal que, a pesar de que habría de sobrevivir a su marido durante casi medio siglo y disfrutar de reconocimientos como el VIII Premio Pepe Carvalho, que el festival Barcelona Negra le concedió en 2013, Maj Sjöwall prefirió abandonar la escritura y centrarse en su tarea como traductora, si bien en un par de ocasiones repitió la experiencia de coescribir ficción: en 1989 con la danesa Bjarne Nielsen y en 1990 con Tomas Ross. 

Pero, para bien o para mal, poco importa el después de «La novela de un crimen», un claro ejemplo de cómo una obra puede superar con creces a sus creadores hasta casi borrarlos y convertirse, siempre viva, en el huracán de una imprevista revolución.



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