Domingo Cultural

Luchadora que erradicó la desigualdad con la educación y la escritura como armas. Sor Juana Inés de la Cruz

La religiosa mexicana fue una erudita autodidacta que desafió los privilegios de los hombres y se convirtió en una de las escritoras más prolíficas del siglo XVII
  • Por: Alberto López / Ferrán Bono
  • 19 / Noviembre / 2017 -
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Luchadora que erradicó la desigualdad con la educación y la escritura como armas. Sor Juana Inés de la Cruz

Sor Juana Inés de la Cruz retratada siendo una adolescente antes de tomar los hábitos.

En el México del siglo XVII, entonces conocido como Nueva España, el acceso a la educación y la curiosidad por el aprendizaje eran dos aspectos celosamente reservados y guardados por el clero masculino que excluía a las mujeres.

Mucho antes de la lucha de clases y de los derechos universales, una mujer, sor Juana Inés de la Cruz, destacó tanto en el campo literario que a 322 años después de su muerte, su trabajo y su legado siguen siendo reconocidos a nivel nacional e internacional.

A pesar de no tenerlo nada fácil, Juana Inés Ramírez de Asbaje y Ramírez de Santillana, su verdadero nombre, tuvo que enfrentarse hasta con los religiosos con quienes convivió porque no se veía bien que una mujer manifestara curiosidad intelectual e independencia de pensamiento.

No está clara la fecha de su nacimiento, aunque se cita como más probable el 12 de noviembre de 1651. Fue hija de la criolla Isabel Ramírez y del capitán de origen vizcaíno Pedro Manuel de Asbaje y Vargas Machuca, quienes se conocieron en San Miguel Nepantla, Estado de México y donde nacieron sus tres hijas: María, Josefa y Juana Inés.

NIÑA PRODIGIO

Sor Juana Inés de la Cruz fue una niña extraordinaria, ya que aprendió a leer y a escribir a los tres años. A los ocho ya escribió su primera loa eucarística y aprendió latín en sólo 20 lecciones. Estudiaba en la biblioteca de su abuelo en la Hacienda de Panoayan, algo de por sí ya llamativo en un tiempo en el que las mujeres no tenían acceso a la educación ni a la cultura.

En 1659 se trasladó con su familia a la capital mexicana, donde ya destacaba por su talento y precocidad. A los 14 años, la adolescente Juana Inés fue nombrada dama de honor de Leonor Carreto, esposa del virrey Antonio Sebastián de Toledo. Por sus aptitudes, fue apadrinada por los marqueses de Mancera y brilló en la corte virreinal de Nueva España por su erudición, su viva inteligencia y su habilidad para componer poemas. A pesar de la fama que ya tenía Juana Inés, en 1667 ingresó en un convento de las Carmelitas Descalzas de México, al parecer invitada por su confesor, el poderoso jesuita Antonio Núñez de Miranda. Sin embargo, sólo estuvo cuatro meses y lo abandonó por problemas de salud. Dos años después ingresó en un convento de la Orden de San Jerónimo, donde realizó los votos perpetuos y permaneció el resto de su vida.

Atendiendo a sus escritos, parece que pudo más el convento a la vocación matrimonial para poder seguir disfrutando y cultivando sus aficiones intelectuales: “vivir sola, no tener ocupación alguna obligatoria que embarazase la libertad de mi estudio, ni rumor de comunidad que impidiese el sosegado silencio de mis libros”, escribió.

SU CAMAROTE, SU VIDA

Su celda se convirtió en punto de encuentro y reunión de escritores, poetas, filósofos e intelectuales de la época, incluidos el nuevo virrey, Tomás Antonio de la Cerda, marqués de la Laguna y de su esposa, María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, condesa de Paredes.

En ella también llevó a cabo experimentos científicos. Reunió una nutrida biblioteca con más de cuatro mil volúmenes gracias a los cuales adquirió conocimientos de teología, astronomía, pintura, lenguas y filosofía. Compuso obras musicales y escribió una extensa obra que abarcó diferentes géneros, desde la poesía y el teatro hasta opúsculos filosóficos y estudios musicales.

Durante una década sor Juana Inés de la Cruz aprendió rodeada de lo más granado de la cultura mexicana masculina y poco a poco moldeó su estilo de escritura, que varió de lo filosóficamente serio a irreverentemente cómico, muy al límite de lo profano. Una primera enfermedad del tifus la puso en verdadero peligro en 1671, pero su buena relación con la corte le permitió contar siempre con todo tipo de ayuda y le facilitó escribir más cada día. En 1676 se publicaron algunos de sus villancicos que continuaría escribiendo hasta 1691.

SU CONSAGRACIÓN

En 1680 compuso el “Arco triunfal del Neptuno”, alegórico de sus virreyes amigos, los marqueses de la Laguna. A partir de ese momento, la fama de sor Juana y su madurez en las letras iban llegando del mismo modo que los apoyos económicos para sus proyectos personales y conventuales.

Sus poemas la iban consagrado más que como monja como una poeta de la vida, del amor y de los requiebros de los desamores, pero además de su poesía, escribió dos comedias de teatro: “Los empeños de una casa” y “Amor es más laberinto”.

En 1690 los escritos de sor Juana Inés fueron tachados de demasiado mundanos, por lo que el obispo de la ciudad de Puebla le aconsejó que se centrara en la religión y dejara los asuntos seculares a los hombres.

La contestación de sor Juana fue escribir “La respuesta a sor Filotea de la Cruz”, un manifiesto que defiende el derecho de la mujer a la educación y en el que citó a un famoso poeta aragonés para reivindicar el papel femenino en el conocimiento y la educación: “uno puede perfectamente filosofar mientras se cocina la cena”.

Ese manifiesto es también una bella muestra de la prosa de sor Juana Inés y contiene abundantes datos biográficos a través de los cuales se pueden concretar muchos rasgos psicológicos de la religiosa. Sin embargo, a pesar de la contundencia de su réplica, la crítica del obispo de Puebla la afectó tanto que vendió su biblioteca y todo cuanto poseía, destinando lo obtenido a beneficencia y consagrándose por completo a la vida religiosa.

El 8 de febrero de 1694 Sor Juana Inés de la Cruz ratificó sus votos religiosos, pero el 17 de abril de 1695, a las tres de la mañana, murió víctima de tifus, la enfermedad epidémica de la época. Falleció mientras ayudaba a sus compañeras enfermas durante la epidemia que asoló México ese año.

Sor Juana Inés de la Cruz fue sepultada en el coro bajo de la iglesia del templo de San Jerónimo, donde actualmente se asienta la Universidad del Claustro de sor Juana, en la Ciudad de México.

Gracias a sor Juana Inés de la Cruz, cuya obra sigue vigente y siendo una referencia, la poesía del Barroco alcanzó con ella su momento culminante y al mismo tiempo introdujo elementos que anticipaban a los poetas de la Ilustración del siglo XVIII.

UN AMOR SIN TABÚES

El amor entre sor Juana Inés de la Cruz y la virreina de México, María Luisa Gonzaga Manrique de Lara, se desvela después de aparecer un libro que reúne los poemas que la máxima escritora barroca dedicó a su protectora y promotora de su obra tanto en México como en España.

“Un amar ardiente” es el título de la obra que reúne los poemas de amor que sor Juana escribe a la virreina. En ellos se refleja el amor auténtico, apasionado y lloroso, rendido de abnegación o espinoso de celos y de sentimientos encontrados. Sor Juana sobresale en la expresión del sentimiento amoroso y de sus trances: encuentros, despedidas, celos, llantos, risas, soledad. Poesía no del amor divino sino del humano y que sólo puede compararse a la de Lope de Vega y a la Quevedo. No es un torrente como la del primero, ni un abismo como la del segundo: es un remanso de agua en la que el enamorado, a un tiempo, se retrata y se anula.

Sergio Téllez-Pon coordina la antología poética que versa sobre los desvelos amorosos de la poetiza.

“Muchos estu-diosos y aficionados de la obra de sor Juana han coincidido en que la relación entre la monja y la virreina fue más allá del ‘incienso palaciego’ pero sólo algunos se han dedicado a reunir o a publicar los poemas como testimonios de esa relación”, señala Téllez-Pon. El interés del poeta, ensayista, crítico y editor surge a propósito de la publicación de la recopilación de la obra de sor Juana Inés de la Cruz, en la que confluye la sociedad de la Nueva España, el culteranismo de Góngora y la influencia de Quevedo y Calderón.

“Mi propósito es invitar al lector que ya conoce la obra de sor Juana o que se acerca por primera vez, a que la lea sin una venda en los ojos, sin prejuicios ni tabúes sexuales. Que lea cómo las relaciones humanas son lo mismo de apasionadas sin importar el género o la sexualidad de los enamorados”, explica.

SIN LEVANTAR ÁMPULA

Su visión sobre la relación amorosa y lésbica entre sor Juana Inés de la Cruz y María Luisa Gonzaga Manrique de Lara supone que no levanta ampollas entre la legión de seguidores de la escritora.

“Por fortuna este tema ha sido estudiado por otros ‘sor juanistas’ y esos estudios por lo general surgen en la academia, en las universidades y ahí se quedan. Lo que yo he hecho, por decirlo de alguna manera, es sacarlo del armario, de las aulas y de los cubículos de investigación. Ahora bien, para los muchísimos lectores de sor Juana será otra forma de leerla. Justamente en eso consiste esta antología: en proponerle al lector otra forma de leer a la monja jerónima, haciéndola más humana, sin prejuicios ni tabúes sexuales. Estoy seguro de que leyéndola de forma más humana, sus innumerables lectores la sentirán más cerca y más actual”.

El coraje, la astucia y el temple de sor Juana, fueron tan grandes como su inteligencia y su talento. Los capítulos que describen la sociedad colonial en la que nació y creció, esa abigarrada pirámide de castas, razas y clases rígidamente estratificadas, cuya cúspide aristocrática era reflejo fiel de la que regía la metrópoli imperial y cuya humilde base, la de los indios, conservaba vivos, aunque secretos o camuflados, los mitos, creencias y costumbres de las civilizaciones prehistóricas, tienen la vivacidad y la energía de los grandes murales y de las mejores películas épicas.

Y permiten entender mejor, admirar más y compadecer más hondamente a quien en este contexto social, siendo mujer, estaba dotada de un espíritu libre y era curiosa, ávida de conocimientos y empeñada en adueñarse de la cultura de su tiempo. (EPS)

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