Domingo Cultural

Los romanos se reían de los calvos pero no de los ciegos

La profesora Mary Beard analiza en ‘La risa en la antigua Roma’ hasta qué punto los chistes permiten entender la sociedad romana
  • Por: Guillermo Altares
  • 10 / Abril / 2022 -
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Los romanos se reían de los calvos pero no de los ciegos

Pinturas eróticas con un grafiti en las ruinas de Pompeya.

Los Monty Python dejaron muy claro en La vida de Brian lo que han hecho los romanos por nosotros: “El acueducto, el alcantarillado, las carreteras, la irrigación, la sanidad, la enseñanza, el vino, los baños públicos, la ley y el orden”. Y la profesora de Clásicas de Cambridge Mary Beard añade otro elemento esencial a esta lista: el humor y los chistes. En el libro La risa en la antigua Roma, un ensayo editado por Alianza Editorial en traducción de Miguel Ángel Pérez Pérez, intenta explicar de qué se reían los romanos y si nosotros hemos heredado su humor. También si los chistes pueden ser una forma de comprender la sociedad de la antigua Roma.

Una de las conclusiones de Beard es que, aunque haya chistes que ahora nos resultan bastante absurdos y lejanos, muchas otras bromas que circulaban entonces siguen siendo populares en la actualidad. Las piedras del Coliseo de Roma o del acueducto de Segovia han sobrevivido casi dos mil años, pero la risa también. Por ejemplo: “Un tipo va al peluquero y este le pregunta: ‘Cómo quiere que le corte el pelo’. Y el señor responde: ‘En silencio”. Y otro chiste del que existen numerosas versiones –y del que se dice que era el favorito de Sigmund Freud– también se remonta al mundo clásico: “Un rey se encuentra con su doble y le pregunta: ‘¿Trabaja tu madre en palacio?’. Y el doble contesta: ‘No, pero mi padre sí”.

Dado que (afortunadamente) ya no se utiliza la orina como elemento esencial para dejar la ropa reluciente en una lavandería, como ocurría en la Roma antigua, algunos chistes romanos resultan difícilmente comprensibles como este: “Un agarrado entró en una lavandería y, como no podía mear, se murió”. Ni siquiera Mary Beard le encuentra un sentido lógico y apunta esta explicación: “Como el tacaño no quería dar bajo ningún concepto su valiosa orina gratis la retuvo hasta que estalló la vejiga y murió”.

Gracias a historiadores clásicos como Dion Casio, pero también a una recopilación de chistes de la antigüedad que ha sobrevivido, Philogelos (El amante de la risa), una recopilación de 256 bromas de en torno al siglo V, sabemos que los romanos se reían de la alopecia, pero no de la ceguera, que hacían chistes sobre crucifixiones o parricidios y que emperadores como Cómodo o Calígula tenían un humor bastante siniestro. Suetonio ofrece un ejemplo del tipo de bromas que se gastaba este último tirano: “En uno de sus banquetes más suntuosos de pronto le entraron grandes risotadas. Los cónsules que estaban recostados junto a él le preguntaron de qué se reía. ‘Tan solo de la idea de que, con un movimiento de cabeza mío, a los dos os degollarían al instante”. El humor era también, como ahora, una cuestión de poder.

“Creo que el humor siempre tiene que ver, en parte, con el poder”, explica Mary Beard, de 67 años, en una entrevista por correo electrónico. “Se puede ver muy claramente en las bromas en torno al emperador. Los malos emperadores utilizaban la risa para humillar, como Calígula en este caso. Los buenos emperadores disfrutaban de las bromas amistosas con su pueblo y podían aceptar alguna broma con el espíritu adecuado. Pero la cosa va más allá. Al igual que nosotros, los romanos utilizaban el humor para clasificar a los extranjeros. Los habitantes de la ciudad de Abdera, por ejemplo, eran divertidamente estúpidos”.

Una de las cuestiones que plantea el libro, publicado originalmente en 2014 y basado en una serie de conferencias que Beard pronunció en la universidad estadounidense de Berkeley (California) en 2008, es que estudiar la risa permite comprender la sociedad romana, aunque una parte de la población —los esclavos, pero también, parcialmente, las mujeres— se queda en un espacio de sombra. Y, a la vez, es un espejo en el que nos podemos mirar para estudiar nuestra propia sociedad.

En el epílogo, la profesora y divulgadora del mundo clásico rememora una conversación en un café de Berkeley con un clasicista que leía desde que era estudiante, Erich Gruen, sobre muchos de los temas que trató en sus conferencias. “¿Podríamos llegar alguna vez a encontrarle la gracia a un chiste de crucifixiones?, ¿cómo sería una historia de la risa de la antigüedad y cómo encajaría en ella la romana?”, se preguntaba Beard. Y recuerda lo que le respondió Gruen: “Lo sorprendente de la risa romana no era su rareza, sino que dos mil años después, en un mundo radicalmente distinto, todavía podamos reírnos de algunos chistes que hacían que los romanos se partieran de risa. ¿No es el principal problema la comprensibilidad de la risa romana y no lo contrario?”.

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