Lo que vemos es solo una pequeña parte de lo que existe y emite luz
¿Cómo sería el universo si tuviéramos rayos-X en los ojos? Bastante “raro” y hostil
“La luz (del latín lux, lucis) es la parte de la radiación electromagnética que puede ser percibida por el ojo humano”, según Wikipedia. Desde el punto de vista físico, tal y como dijimos en el último artículo, efectivamente la luz que ve nuestro ojo es un campo electromagnético que varía entre 400 a 750 billones de veces por segundo, decimos que es una onda con frecuencias de entre 400 y 750 terahercios. Pero hay ondas electromagnéticas que varían mucho más rápido o mucho más lento que esos límites y físicamente podrían ser llamadas también luz, aunque escapan de la percepción del ojo humano.
Ponemos en este artículo un primer ejemplo del universo que escapa a nuestra visión, pero que hoy sí detectamos con algún tipo de radiación electromagnética. Todo lo que llevamos al aeropuerto en una maleta (¡ay, esos aeropuertos y aviones, qué nostalgia!) es “materia oscura” para los agentes de seguridad, no lo ven hasta que lo pasan por un aparato de rayos-X. Aunque el ojo humano no puede detectar rayos-X, hoy tenemos aparatos capaces de crearlos y también de detectarlos. La señal medida por los detectores de rayos-X se analiza y se usa para reconstruir imágenes en una pantalla de ordenador que sí podemos ver. Igual hacemos con telescopios como XMM-Newton o Chandra, dos telescopios de rayos-X bautizados en honor de los astrofísicos Isaac Newton y Subrahmanyan Chandrasekhar.
Los rayos-X son en realidad fotones de una frecuencia mucho más alta que la de los ópticos
Los rayos-X son en realidad fotones de una frecuencia mucho más alta que la de los ópticos. En vez de oscilar cientos de billones de veces por segundo, los fotones rayos-X equivalen a un campo que oscila entre 30.000 billones y 30 trillones de veces por segundo, lo que significa que tienen hasta casi un millón de veces más energía que un fotón óptico.
¿Cómo descubrimos los rayos-X? A finales del siglo XVIII se empezaron a hacer experimentos eléctricos, perfeccionados durante todo el siglo XIX, en los que en un tubo lleno de gas primero, hecho un vacío parcial después, se creaba un campo eléctrico muy intenso que aceleraba electrones a grandes velocidad, típicamente hasta un 20% de la velocidad de la luz. Aunque el efecto debió estar presente en muchos experimentos de este tipo anteriores, no fue hasta 1895 cuando el alemán Wilhelm Röntgen se dio cuenta de que cuando aceleraba electrones, una pantalla a unos 3 metros del experimento emitía luz verde, incluso si tapaba el tubo con distintos materiales. Röntgen empezó a hablar de unos rayos de origen desconocido, todavía hoy diríamos “llámales X”, y efectivamente los denominó rayos-X. Su trabajo le valió en 1901 el primer premio Nobel de Física de la historia y que en algunos países a la radiación X se le llame Röntgen. Hoy sabemos que cuando los electrones acelerados en el tubo se frenaban perdían energía en forma de radiación electromagnética muy energética, y además conocemos que los rayos-X (dependiendo de su energía) atraviesan fácilmente muchos materiales, como las maletas en el aeropuerto o nuestra piel, pero no otros, como nuestros huesos o algunas partes de un portátil.
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El gas coronal del Sol ocupa un volumen muy grande, pero con esa densidad tan baja constituye una fracción minúscula de la masa total de nuestra estrella
La astronomía de rayos-X no se desarrolló hasta la segunda mitad del siglo XX, cuando se empezaron a construir cohetes que podían volar a grandes alturas. Esto es debido a que, por fortuna, nuestra atmósfera bloquea la radiación X proveniente del espacio, más energética que los rayos ultravioleta y más dañina para nuestras células. En 1948, investigadores estadounidenses detectaron por primera vez a través de observaciones rayos-X, realizadas con detector a bordo de un cohete alemán V-2 lanzado a unos 170 km de altura, el material que rodea el Sol en una capa de la estructura de nuestra estrella que se llama corona.