×
buscar noticiasbuscar noticias

‘Liternatura’: algo más que animalitos

De las culturas latinoamericanas a la española, nuevas crónicas, ensayos y novelas invitan a repensar la naturaleza en tiempos de emergencia climática cuando se conmemora el centenario del clásico ‘La vorágine’, del colombiano José Eustasio Rivera

Afluente del río Vichada, Colombia, diciembre de 2023.‘Liternatura’: algo más que animalitos

Al principio, La vorágine es una historia de huida: Arturo Cova escapa con su amada Alicia del terrateniente que la pretende. Luego, ella es secuestrada y Arturo se interna en la selva amazónica emprendiendo una odisea violentísima en los dominios de los caucheros. Esta historia, considerada la novela nacional de Colombia y escrita por José Eustasio Rivera, cumple ahora 100 años de su publicación. Para conmemorarlo, el Ministerio de Cultura colombiano ha anunciado varias acciones, incluido el lanzamiento de la Biblioteca La Vorágine, integrada por 10 títulos que reflexionan entorno al libro y su contexto.

El propósito es visibilizar una historia que “fue criticada y escolarizada como novela de aventuras y no como lo que es: un intento de dar cuenta del horror sufrido por los indígenas que extrajeron caucho y fueron esclavizados y asesinados”, dice el ministro de Cultura, Juan David Correa, que también está impulsando unos “territorios bioculturales” para promover narrativas que pongan a la naturaleza en el centro. Es lo que Rivera hizo en La vorágine, desplegar la biodiversa exuberancia del mismo espacio que destrozaban los buscadores de látex. Para el ministerio, es la hora de no cerrar más los ojos, ni al terror ni a las potencias naturales.

Sara Jaramillo no los cerró. A su padre lo mataron cuando tenía 11 años, y de adulta escribió un libro a propósito, Cómo maté a mi padre. Tras el asesinato, Jaramillo creció en su casa a las afueras de Medellín, caminando descalza por el monte, leyendo en unos jardines cada vez más descuidados. En su novela Donde cantan las ballenas, una excéntrica familia vive aislada en las montañas. El padre, escultor de ballenas, abandona la casa. La vegetación crece sin control, la madre habla con las piedras y el hermano de Candelaria, la protagonista de 12 años, cultiva hongos alucinógenos. La naturaleza se expresa rotunda creando un entorno con ecos de Macondo.

La literatura colombiana destaca entre las más conectadas a su naturaleza, apostando en general por la novela, que tiene en Juan Cárdenas a un virtuoso. En Peregrino transparente, Cárdenas sigue la pista de Henry Price, pintor inglés involucrado en una expedición científica que muestra cómo se educan el ojo y los deseos de un artista empapado de arroyos, frondas, vaguadas. El propio libro contiene la sensibilidad que Cárdenas narra: sobrio y cristalino, elegantemente intenso, su fraseo y su vocabulario deslumbran.

Con buena parte de la intelectualidad volcada en las ciudades, la lengua española se ha ido alejando de los sustantivos asociados a la naturaleza no urbana, y encontrar a quienes los emplean bien impacta como un descubrimiento. Estos hallazgos menudean últimamente en Colombia, donde se reproducen los autores que acuden al arte para reivindicar lo salvaje no humano después de tantos años oscuros.

El amansamiento de la guerrilla y el narcotráfico parece haber alentado la llamada (narrativa) de la selva. Y del llano. Y de la cordillera. Y del río. El Magdalena, por cierto, tiene en el etnobotánico Wade Davis a un referente imperdible. En El río, Davis comprime 14 años dedicados a seguir el rastro de su mentor, Richard Evans Schultes, que durante décadas estudió la flora regional. Schultes localizó El Dorado de los alucinógenos en el valle de Sibundoy, ensalzó el valor de la coca e identificó más especies que nadie. El pasaporte canadiense de Davis no impide que se le visualice casi como un creador colombiano, e invita a pensar en Alexander von Humboldt.

La corona española financió la expedición americana que hizo del naturalista leyenda, pero como Von Humboldt criticó el esclavismo colonial y espoleó a libertadores, su apellido se desterró. ¿Por qué no recuperarlo? En Pondré mi oído en la piedra hasta que hable, William Ospina nos lo arrima biografiando novelescamente al alemán.

Apegado a la no ficción, Santiago Wills prepara un libro sobre el jaguar que le ha llevado de Arizona al Mato Grosso. Le obsesiona. Ya publicó la novela Jaguar pero ahora persigue “dar voz” a todos los jaguares de América. Quiere tantear fórmulas narrativas que permitan “escucharlo”. Más o menos como ha hecho María Ospina en Solo un poco aquí, novela por la que ha recibido el Premio Sor Juana Inés de la Cruz. En ella, Ospina adopta la óptica de una puercoespín o una tángara para describir su mundo y el de los humanos alrededor… tras inaugurar el libro con una cita de El coloquio de los perros de Cervantes, porque el deseo hispano de dialogar con otras especies viene de lejos.

imagen-cuerpo

'Untitled (from the Deserto-Modelo series)', 2020, obra de Lucas Arruda.

Este premio coincide con los varios recibidos en 2023 por la española Pilar Adón, autora de De bestias y aves, evidenciando el reconocimiento a este tipo de literatura más allá del cajón de lo infantil o lo bucólico al que se ha asociado durante años. De hecho, en 2022, el Encuentro de Escritores y Críticos de Verines, Asturias, se dedicó por primera vez en cuatro décadas a la literatura de naturaleza. Allí fue significativo observar la importancia que han tenido los filósofos para mantener esta llama en España.

Jorge Riechmann es una figura capital. Desde el ensayo, el periodismo, la poesía… su visión ecosistémica se refleja en hitos vanguardistas como Mudanza del isonauta, libro de aforismos con mucho de manifiesto atestado de propuestas y desafíos para repensar nuestras naturalezas. Y la filósofa Marta Tafalla empieza su Ecoanimal advirtiendo sobre la ausencia de olfato que condiciona su sensorialidad antes de acometer una absorbente exploración sobre por qué hemos arrinconado a la naturaleza de nuestro pensamiento creativo, señalando a Hegel como instigador: “Defendió que la estética debía abandonar la reflexión sobre la naturaleza y concentrarse exclusivamente en la creación artística”.

Desde entonces, viene a decir Tafalla, Occidente ha tendido a marginar los relatos sobre naturalezas no humanas reduciéndolos a un tema científico, considerándolos tan ajenos a lo superior-civilizado que no merecían ni una crítica literaria. En ese contexto, tienen especial mérito autores como Julio Llamazares, Alejandro López Andrada o Joaquín Araújo, que persistieron en territorio hostil.

Otros autores españoles de liternatura imprescindibles son Antonio Sandoval, con un ¿Para qué sirven las aves? que despierta al mundo de la ornitología encadenando historias tan asombrosas como cercanas, incluso de las estadísticas extrae belleza, espeluzno o emoción. El antropólogo Santiago Beruete, autor de libros sobre nuestra relación con, literalmente, la tierra —Jardinosofía, Verdolatría, Un trozo de tierra—, se aúpa como faro de revoluciones naturalistas, basta ver cómo titula. Libros que por cierto dialogan bien con El tercer paraíso, protagonizado por un escritor jardinero, que le valió el Premio Alfaguara 2022 de novela al chileno Cristian Alarcón.

imagen-cuerpo

Fotografía de noviembre de 2022 de Cocha Yarina, una laguna en la reserva natural de Pacaya Samiria, en la Amazonía del Perú.