buscar noticiasbuscar noticias

Leibniz: la mente se crea un cuerpo

Calificado por Bertrand Russel como “una de las más bellas inteligencias que jamás hayan existido”, el filósofo alemán fue un puente entre el mundo antiguo y el moderno

Leibniz tiene el aroma del ensueño: el filósofo sueña ensimismado en su mónada, que es en sí misma universo. Sigue una antigua tradición, que ve en los sueños señales del origen o avisos divinos. Leibniz podría haber nacido en Benarés, pero lo hizo en Leipzig. Ejerció, como los hindúes, un racionalismo inclusivo, cierto talante combinatorio y un irrefrenable entusiasmo por las ciencias. Quiso conciliarlo todo, armonizarlo todo, no sólo la materia y el espíritu, también las naciones, las ciencias y las iglesias. En una Europa a punto de alumbrar la filosofía crítica, Leibniz sostuvo que la mayoría de los sistemas de pensamiento son correctos en lo que afirman, y falsos en lo que niegan. En definitiva, que vivimos en un mundo rico y variado que siempre dice sí. Un mundo que ninguna filosofía puede abarcar, limitar o desdecir. Bertrand Russell lo consideraba “una de las más bellas inteligencias que jamás hayan existido”.

Retrato de Gottfried Leibniz, por Christoph Bernhard Francke.Leibniz: la mente se crea un cuerpo

Leibniz es un filósofo inacabado (e inacabable). No hay nadie en el mundo que haya leído su obra completa y probablemente ningún filósofo escribió tanto. Una obra interminable de artículos, libros, borradores y anotaciones. Incluso hoy siguen apareciendo manuscritos nuevos, lo que deja abierta su identidad como pensador. Una vida intensa cuyos frutos siguen desplegándose hoy. Las obras completas empezaron a editarse hace ya más de un siglo, en un proyecto académico conjunto entre Francia y Alemania. Los franceses se retiraron, exhaustos, y los alemanes aún no han terminado de editar todo lo que escribió (mucho menos de traducirlo).

Fue, como Spinoza, un puente entre el mundo antiguo y el moderno. Su pluralismo ontológico es consecuencia de la multitud de disciplinas a las que se entregó y de sus numerosas relaciones personales y epistolares. Fue asesor de los Estados de Prusia, Austria, Francia, Rusia y de las cortes de Dinamarca, Polonia, Suecia y el Vaticano (le ofrecieron dirigir su biblioteca). Pero nadie sabía, de hecho, para quien trabajaba. Oficialmente servía en la corte de Hannover como bibliotecario e historiador (excusa perfecta para viajar y visitar todas las bibliotecas importantes de Europa), al tiempo que mantenía encuentros con las mentes más brillantes de su tiempo, incluidos algunos jesuitas que conocían las culturas india y china.



DEJA TU COMENTARIO
PUBLICIDAD

PUBLICIDAD