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La Traviata: La ópera de una mujer sola

Verdi redime a su protagonista de las vejaciones moralistas de su tiempo con la música más bella que jamás escribiera para un personaje femenino

Todo el mundo conoce la historia. La novela de Alexandre Dumas hijo, La dama de las camelias (1848) se inspiró en la vida de una famosa cortesana, Marie Duplessis, a la que vemos en un retrato de Édouard Viénot como una mujer de belleza distante y gélida, muy pálida, muy esbelta, de espesos cabellos negros y grandes ojos tristes, que lleva una camelia blanca en el pecho. En 1852, Dumas convirtió la novela en una obra de teatro que también tuvo mucho éxito. Al año siguiente aparece la ópera de Verdi, La Traviata («la descarriada»), en la que el nombre de la protagonista cambia de Margarita Gautier a Violetta Valéry. También cambiará de nombre en la famosa adaptación cinematográfica de George Cukor (1937), Camille, protagonizada por Greta Garbo. 

Escena del brindis de La Traviata.La Traviata: La ópera de una mujer sola

El amor surge de inmediato entre ambos. Tenemos un curioso y romántico registro de este enamoramiento. La musicóloga Ursula Günther descubrió una partitura manuscrita de Jérusalem en la que los dos escriben, medio en serio medio en broma, un diálogo amoroso: «Familia, patria, todo lo he perdido...», escribe Giuseppina. Y Verdi: «No, todavía te quedo yo. ¡Y será para toda la vida». A lo que ella replica: «¡Ángel del cielo! ¡Si pudiera morir en brazos de un esposo!».

Sería, verdaderamente, para toda la vida. Verdi y la Strepponi vivieron juntos en París y luego él compró una casa y un terreno en Sant’Agata, en la villa de Busetto, a donde ella se trasladó. Inmediatamente comenzaron las habladurías, hasta el punto de que en 1852, Verdi recibió una carta de su anterior suegro donde le afeaba su conducta. 

La respuesta de Verdi es muy significativa: «Tengo la costumbre de no interferir, a no ser que me lo pidan, en los asuntos de los demás, y espero que los demás hagan lo mismo con los míos. No tengo nada que ocultar. En mi casa vive una dama, libre, independiente, amante de la soledad como yo, dueña de una fortuna que la protege de toda necesidad. Ni ella ni yo le debemos a nadie explicaciones de nuestra conducta... Con todo esto quiero decir que exijo libertad para mis acciones, dado que todos los hombres tienen ese derecho y que mi naturaleza se rebela contra las imposiciones».

Verdi se queja de la hipocresía de la ciudad en la que vive, que pretende ser liberal pero está en realidad llena de ideas clericales. Más tarde Giuseppina se ganará el corazón de Barezzi, el suegro o ex-suegro de Verdi, que comienza a considerarla «casi como una hija». 

Finalmente, se casan discretamente en Saboya en 1959. Pero ¿por qué han esperado tanto? Mucho se ha especulado sobre este punto. El hecho es que Giuseppina había tenido dos hijos ilegítimos en 1838 y 1841 y, por lo que parece, se consideraba a sí misma indigna de Verdi. En alguna de las cartas que le escribió, casi escuchamos el tono de Violetta con Alfredo: «¡Oh, mi Verdi, no soy digna de ti, y el amor que me ofreces es caridad, bálsamo para un corazón a menudo muy triste bajo la apariencia de la alegría! ¡Sigue amándome, ámame incluso después de la muerte, para que pueda presentarme ante la Divina Providencia bendecida con tu amor y tus plegarias, oh, mi redentor!». «Amami, Alfredo, amami quant’io t’amo», canta Violetta en esas frases que, escuchadas a Maria Callas o a Angela Gheorghiu, solo a las piedras pueden no arrancarles lágrimas. 

«La Traviata» es la ópera de la soledad y la indefensión de las mujeres en un hipócrita siglo XIX.



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