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La segunda juventud del cuento latinoamericano

Herederos de una tradición polifónica, en la que caben Juan Rulfo, Juan José Saer y Clarice Lispector, seis jóvenes cuentistas reflexionan sobre el presente de un género potente, mutante y en plena ebullición

Cada noche alguien se regala un cuento antes de dormir. En América Latina, ese rito adquiere acentos nuevos. El realismo mágico y el fantástico de otros días fluyen hacia el gótico y lo extraño, devenidos lentes para explorar los vínculos, lo ambiguo y las violencias de un presente tormentoso. El cuento mira y se mira sin exotismo. Si hay costumbrismo, es tecno, y el corsé de los géneros no contiene el desborde de la imaginación, mientras las escritoras empiezan a tener un lugar largamente merecido.

Aniela Rodríguez, José Ardila y Liliana ColanziLa segunda juventud del cuento latinoamericano

Arquitectura superpuesta

Descreen de las miradas generacionales, pero se leen sin falta. Reivindican la libertad de experimentar con diversos géneros (del suspense al new weird anglosajón) y no se encuadran en ninguno. Las traducciones les permiten frecuentar literaturas de otras latitudes como nunca antes. Mezclan y palpan como si a la oralidad de sus relatos quisieran sumar una textura inolvidable. Algunos usan el lenguaje inclusivo en sus obras y todos siguen con atención la literatura escrita por mujeres. Son activos en las redes sociales, que emplean para promocionar sus ficciones. Omnívoros, se nutren de las series, el cine, el teatro, los videojuegos y las historietas tanto como de los libros, y al narrar pueden incluir un código QR que remite a un concierto.

Chéjov, Borges y Mansfield no sucumbieron a la seducción de la novela, ¿pero puede un escritor consagrarse hoy escribiendo solo cuentos? “A los novelistas nunca les preguntan: ¿por qué escribes novela y no cuento o poesía? Va implícita la hegemonía de la novela ante la cual el cuento tiene que justificar su existencia”, define Liliana Colanzi (Bolivia, 1981), traducida a cinco idiomas. Su nombre es uno de los primeros que surgen al hablar de cuento latinoamericano actual. Autora premiada de cuatro libros de relatos, doctora en Literatura Comparada por la Universidad de Cornell y profesora de Literatura Latinoamericana en esa institución, en su escritura Colanzi explora y difumina los bordes del fantástico. Sus historias pueden situarse en Ithaca, París o Marte y convocar aparecidos, alienígenas, universos urbanos o rurales, leyendas o relatos del futuro con originalidad y acento propios. “Rara vez escojo un tema”, cuenta la autora de Nuestro mundo muerto (Eterna Cadencia). “Lo que persigo es una imagen o un ritmo, y el cuento se me va revelando a partir de allí. Mezclo elementos anacrónicos, fuera de lugar, con otros más contemporáneos y futuristas; me gusta pensar en mis cuentos como cholets, esa arquitectura tradicional boliviana donde se superponen componentes disímiles y hasta contradictorios”.

Colanzi: “A los novelistas nunca les preguntan por qué escriben novela y no cuento. La hegemonía va implícita”

Su poética abreva en las películas de Tarkovski y de Apichatpong Weerasethakul (“parecen emanaciones del inconsciente y están llenas de imágenes enigmáticas y hermosas”) y en escritores diversos como Rubem Fonseca, Denis Johnson, Rodolfo Fog­will, Felisberto Hernández y Silvina Ocampo, capaces de “reinventar constantemente lo que entendemos por cuento”. A ellos, dice Colanzi, vuelve siempre para robar cosas.

José Ardila (Colombia, 1985), uno de los autores propuestos por Granta, hace literatura con mirada extranjera en su propia tierra. “Nací en un pueblo en el Caribe, Chigorodó, y vivo hace casi 20 años en Medellín. Mis historias tienen que ver con la sensación de no pertenecer a esos lugares. Son historias sobre el pueblo que recuerdo, que odio y quiero, y sobre esta ciudad que me ha dado tanto y que aborrezco con frecuencia”, cuenta el autor de los relatos de Divagaciones en el interior de una ballena y Libro del tedio, en los que el humor y lo inesperado matizan vidas condenadas a la maldición del aburrimiento.

Ardila opina que hoy se escribe más cuento que nunca en América Latina por influencia de talleres y maestrías en escritura creativa. “De tan estudiado, se piensa que el cuento ya está inventado y es muy parecido al de la tradición estadounidense que viene de Hemingway y Carver: un cuento fundamentado en el silencio. Me gustan más los cuentos que se exceden, como los de Andrés Caicedo. Que fundamentan casi todo su valor no en lo que dejan de decir, sino en cómo dicen lo que dicen, aunque se desborden”, define. Mientras escribe su primera novela, sobre un farsante que monta un culto influenciado por religiones orientales, Ardila subraya las huellas del manga en su escritura. “Hay algo que hacen bien los japoneses en sus historietas y me gusta pensar que aprendo de eso: el ritmo y la estructura. Me aterra la idea de aburrir cuando me leen”.

La experimentación como ADN

La vitalidad del cuento latinoamericano le debe mucho a los festivales (Centroamérica Cuenta, Filba…), que incluso en pandemia ofrecen conversatorios de reflexión y laboratorios de escritura, y a las editoriales independientes, más sensibles a nuevas voces que los grandes grupos. Hace 22 años que el editor madrileño Juan Casamayor milita por esa causa desde Páginas de Espuma, un sello dedicado al cuento. A partir de su experiencia, alerta sobre la dificultad de englo­bar 19 literaturas tan diversas: “Hablar del ‘cuento latinoamericano’ es tan complejo como hacerlo de la ‘novela europea’. ¿Cuál? ¿La policiaca noruega? ¿La novela realista italiana? ¿De qué estamos hablando?”.

Con todo, hay cauces. La experimentación como ADN y dos grandes núcleos temáticos: argumentos que recogen la vida empobrecida y convulsa de las sociedades latinoamericanas —las obras de Antonio Ortuño, mexicano; de la ecuatoriana María Fernanda Ampuero y del brasileño Geovani Martins son casos elocuentes— y un registro de lo insólito que va desde el desasosiego y la inquietud hasta el terror y lo oscuro. “Hay un arco del gótico andino hasta el gótico mexicano. ¿Ese espacio es algo fantástico o se está alimentando de un acervo folclórico popular, elaborado artísticamente como hace Mónica Ojeda en Las voladoras?”, se pregunta Casamayor. A quienes alegan que el cuento no vende, el editor les responde con las 22 ediciones de Siete casas vacías, de la argentina Samanta Schweblin.

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Rodrigo Fuentes, Paulina Flores y Tomás Downey

Cuentos para pensar, reír o tener miedo

'Libro del tedio', de José Ardila (Angosta), 195 págs. "Quise ser actor y lo primero que escribí fue teatro; luego entendí que esos monólogos querían ser cuentos", recuerda Ardila. Una casa invadida por oleadas de gatos y parientes y un hombre que pasa el tiempo esperando a su novia en cualquier sitio integran este "bestiario del aburrimiento": raro carnaval de tristes, pródigo en humor y sorpresas. 

'Nuestro mundo muerto', de Liliana Colanzi (Eterna Cadencia), 128 págs. Perturbadores más allá de la anécdota y el lugar que exploran (una posesión fantasmática o los problemas derivados del alcoholismo; Marte o un campus universitario), estos relatos, finalistas del Premio Hispanoamericano Gabriel García Márquez 2017, prueban el arte de Colanzi para exprimir la idea de extrañeza. "Lo otro" (amerindio, sobrenatural o alienígena) se vive y narra como amenaza. 

'El lugar donde mueren los pájaros', de Tomás Downey (Fiordo), 128 págs. "Pienso las historias en imágenes, las voy hilando en escenas", cuenta el autor. Ese vértigo casi cinematográfico se respira en los diez cuentos, que aprovechan obsesiones y fantasías oscuras de los personajes (madres, abuelos, hermanas, viudas...) para indagar la belleza inesperada y lo monstruoso que asoma en las familias. 

'Qué vergüenza', de Paulina Flores (Seix Barral), 296 págs. Urbanas hasta la médula, las nueve historias de esta colección pintan a adolescentes y niños en algún punto de inflexión, con el marco del neoliberalismo chileno. El cuento que da título al libro ganó el Premio Roberto Bolaño. Hay música de The Smiths, crudeza, tecnología, pastillas y una mirada extrañada ante las promesas incumplidas de la adultez.

'Trucha panza arriba', de Rodrigo Fuentes (Laurel). El entorno rural guatemalteco es tan protagonista como Henrik, un extranjero golpeado una y otra vez por la inadecuación y la desgracia, cuya historia es el hilo subterráneo de los siete relatos. "El cuento es una red que recoge los mejores y peores vicios de cada narrador", define Fuentes, hábil constructor de personajes.

'El problema de los tres cuerpos', de Aniela Rodríguez (Minúscula). La atmósfera opresiva de la realidad mexicana y un fino sentido del humor envuelven los nueve cuentos de esta colección. Del narcotráfico a las golpizas de la pobreza, las historias exponen la fragilidad humana. "Escribir es mi vía para aprehender el mundo que me rodea", define la autora.



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