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La lucha por Los Tuxtlas

Además del misterio propio de cualquier selva tropical, el pasado de películas de Hollywood que se han rodado en este enclave han ayudado a mitificar el lugar

Entre guacamayas y cocodrilos, Carlos Rodríguez Mouriño, director de la Reserva Nanciyaga, ha conseguido combinar en unas hectáreas el turismo más respetuoso con la naturaleza y el modelo más avanzado de conservación del ecosistema.

Una cabaña en la Reserva Nanciyaga, en la laguna de Catemaco,VeracruzLa lucha por Los Tuxtlas

RESERVA

La parte más turística de la reserva ocupa dos de las 14 hectáreas que administran. “El resto es pura selva”, dice Rodríguez. Nanciyaga forma parte de la Reserva de la Biósfera de Los Tuxtlas. Desde su creación en 1998, la región ha perdido el 90% de la superficie selvática, según La deforestación en México, un estudio realizado por la Cámara de Diputados de México.

La entrevista con Carlos Rodríguez tiene lugar el jueves 2 de marzo en un pequeño teatro de piedra dentro de Nanciyaga. El escenario de tierra tiene como protagonista principal un árbol cuyas ramas se extienden hacia lo alto como el agua que sale de una fuente. A sus pies siempre está Hollín, un perro xoloitzcuintle de apenas ocho meses de edad.

El perro se aburre fácilmente de las largas conversaciones de los humanos y está siempre vigilante, con las orejas tensas, escuchando atento el grito de cualquier mono aullador.

De repente se pone a excavar en la tierra, de repente lame con fruición la mano de su dueño mientras él habla, por ejemplo, del proceso de recuperación de las guacamayas que están realizando con la ayuda de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).

O de aquella vez en la que su padre y él se quedaron mirando a un tipo, “bien feo”, que llegó con una chica “espectacular”. Hasta que le reconocieron.

—Estábamos mi papá y yo en el restaurante [a la entrada de la reserva] y vemos bajar de una lancha a una rubia espectacular, y a un tipo que, así de lejos, se le veía bien feo, y dice mi padre ‘uy, si está bien feo ese hijo de la chingada’. Pero entonces se va acercando así por el embarcadero y digo ‘oye ¿ese no es el de los Rolling Stone? Papá, creo que es Mick Jagger, velo a recibir’.

Y así estábamos. Pero es que ¿quién iba a reconocer aquí a Mick Jagger? Bajo de su lancha como cualquier turista y nadie se dio cuenta de quién madres era.

La Reserva de Nanciyaga, muy tranquila y casi vacía en el momento de la entrevista, se ha convertido en un lugar mítico entre los altos vuelos de Los Ángeles, gracias al flujo incesante de producciones que se realizaron aquí, en este recoveco del lago Catemaco. Hollywood utilizaba este trozo de selva para recrear en comerciales y películas entornos como Colombia o Ecuador.

“Sale más barato venir a filmar aquí y está más seguro, no hay guerrillas. Además, estamos muy cerca de Veracruz, y podían irse a casa durante el fin de semana”, explica Rodríguez. Mel Gibson —”un tipazo”— filmó aquí la mítica Apocalypto, y Sean Connery y Lorraine Braco vinieron a grabar El Curandero de la selva.

La gran aventura de Nanciyaga empezó cuando Carlos tenía 13 años. La deforestación había destruido casi por completo la selva alrededor del lago de Catemaco, cuando el terreno salió a subasta.

El padre de Carlos lo compró. “Nos enamoramos inmediatamente de este lugar. Éramos propietarios, pero pronto nos convertimos en guardianes”, dice mientras Hollín hace un agujero en el suelo. Su padre creó el ecoturismo antes de que existiera ese concepto. “Muy poco a poco fuimos conformando el proyecto”.

No tenían dinero para hacer grandes construcciones, así que aprovechaban al máximo la chatarra que dejaban las producciones de Hollywood. Convertían una caseta de rodaje en una casa y utilizaban la decoración, como dos árboles de mentira cortados por la mitad, para adornar sus propios espacios.

Cuando tuvo que decidir lo que quería estudiar, no lo pensó ni un momento: “Me hice biólogo, para poder comprender la naturaleza, y pensando en el ecoturismo como una alternativa muy viable para conservar la selva”.

La vida le llevó por otros caminos cuando terminó de estudiar. Estuvo años recorriendo el mundo estudiando a los tiburones —”los tiburones martillo son fascinantes”— y cuando su padre enfermó, regresó a Nanciyaga para hacerse cargo de la Reserva. Pero, aunque su reducto de selva se haya mantenido intacto a la invasión humana, el resto de la Reserva de la Biosfera de Los Tuxtla no ha corrido la misma suerte.

“Los grandes depredadores, como el jaguar que antes se encontraba en estas tierras, ya están extintos”, explica Carlos.

La gente sigue talando árboles para sustituirlos por campos de cultivos para la ganadería, y de paso afectan también a los manantiales que hay debajo, y que se alimentan en gran parte del agua que las raíces filtran hasta el subsuelo.

“Tenemos que resguardar esos manantiales, no podemos dejar que desaparezcan”, pide el biólogo.

Las cifras sobre la pérdida de especies y territorio selvático son difusas, pese a que la UNAM lleva monitoreando la región desde 1960. La Secretaría de Medio Ambiente y Recursos Naturales recoge una cifra, 155.000 hectáreas, como la superficie total de la Reserva. Pero no se sabe cuál es la parte selvática dentro de ese territorio.

Un estudio de la UNAM sobre los cambios en el uso del suelo en Los Tuxtlas asegura que en las últimas décadas se ha perdido un 60% de cobertura forestal. Llegaron a ese dato después de realizar un análisis temporal con imágenes satelitales de 2006, 2011 y 2016. Según ellos, la tasa de deforestación fue del 0,8% anual.

Otro estudio, de la Comisión Nacional de Áreas Naturales Protegidas, realizado entre 2007 y 2011, registró que entre esos años, la cobertura forestal de la reserva se redujo del 46,38% al 45,79%, lo que supuso la pérdida de 928 hectáreas de selva, en una de las zonas más ricas de México en biodiversidad.

Los Tuxtlas albergan a 565 especies de aves, 149 especies de mamíferos y 166 especies de anfibios y cerca de 3.000 especies de plantas. La región es una de las cinco con mayor número de plantas endémicas, es decir, propias de ese territorio y de ninguna otra parte de México.

Carlos Rodríguez, todavía con su perro nervioso revoloteando a su alrededor, se ha rebelado contra el estado de las cosas y está intentando recuperar especies que se habían perdido, como la guacamaya, un loro de plumaje de un vivo color rojo que a veces se intuye a lo lejos, entre las ramas de los árboles.

Desapareció de la región hace 50 años, y un proyecto de la reserva en colaboración con la UNAM está devolviéndola a la selva. Eso quiere decir que Sean Connery nunca llegó a ver este animal exótico que alegra el paseo con su cacareo.

—No, él nunca vio guacamayas aquí— dice Rodríguez. Pero él tampoco pasaba mucho tiempo aquí. Antes, como todo era analógico, había que llevar los rollos de película a revelar, y mientras, Sean Connery se iba a jugar al golf a su casa de Los Ángeles.

Tomaba el viernes por la noche en Veracruz, un avión hasta allí, jugaba al golf en lo que aquí revelaban los rollos y el lunes estaba de vuelta. Después miraban con producción qué tomas estaban bien y cuáles había que repetir.

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Carlos Manuel Rodríguez, director de la Reserva Ecológica Nanciyaga, retratado el pasado 2 de marzo.

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Un cocodrilo en la reserva.



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