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“La realidad en México puede ser atroz, pero también estrambótica y novelesca”

La escritora mexicana Fernanda Melchor presenta su nueva novela: ‘Páradais’, una exploración de la violencia mexicana “aún más cruda”

La escritora Fernanda Melchor posa para un retrato en Ciudad de México.“La realidad en México puede ser atroz, pero también estrambótica y novelesca”

Usa tenis de lona, playeras de Los Ramones y chamarras de cuero negro. Y todos los días se arremanga y, con una pluma más acerada que un escalpelo, disecciona los rincones más sombríos de la sociedad mexicana. Su novela Temporada de huracanes es uno de los libros básicos sobre las violencias que azotan a nuestro país y, a la vez, un logro estilístico mayor. Por eso es que Fernanda Melchor (Veracruz, 1982) es una de las voces emergentes de mayor relevancia en las letras iberoamericanas. Ahora, luego de publicar una colección de crónicas llamada Aquí no es Miami, y obtener premios como el Anna Seghers y el Internacional de Literatura de la Casa de las Culturas de Berlín y estar nominada al Man Booker International (aún por fallarse), presenta una nueva novela, Páradais, en la que ahonda sus búsquedas.

Pregunta. ¿Qué recuerdos tienes de la época en que empezaste a hacerte un concepto de país y en qué ha cambiado la manera en que lo ves ahora mismo?

Respuesta. Nací en el 82, en una de las crisis más terribles de México. Esa crisis ha venido actualizándose año con año, sexenio tras sexenio. Los nacidos en los ochenta tenemos como símbolo la caída del Muro de Berlín. Recuerdo, de muy pequeña, haber estudiado en la primaria a la URSS como parte del mapa… 

Además es curioso, porque todo esto para mí está combinado. El final de la Guerra Fría, la caída del Muro de Berlín, la Perestroika, que para muchos de mi generación es una marca de zapatos, ¿recuerdas? Combinado con una serie de referencias pop. La caída del Muro y los conciertos inmensos que hacen a favor de las personas con SIDA, los Live Aid. En mi mente, Freddy Mercury estaba en la caída del Muro de Berlín y, mientras estaban derrumbando el muro, este cuate cantaba de poca madre. En mi mente todo fue un enorme concierto. Me gustaba mucho dibujar y hacer cómics y gran parte de lo que dibujaba tenía que ver con la Guerra del Golfo, que me angustiaba mucho. Teníamos, yo creo, la sensación de crecer en el fin de los tiempos. 

Y, al mismo tiempo, algo en el espíritu salinista de los noventa nos hacía pensar que lo que venía era mejor… Esta utopía del igualitarismo, de la igualdad de derechos, se sentía crecer. Creo que el 11 de septiembre fue un momento clave. Para mí, el 11 de septiembre estas ideas de “todos somos iguales y en algún momento llegaremos a la cumbre del desarrollo” se acaba. En México particularmente... A todos los niños mexicanos nos enseñaron a emocionarnos por estupideces como la bandera y el himno, y nos enseñaron la historia con villanos y con héroes puros y prístinos. Para mí fue algo impresionante cuando una maestra me prestó La Noche de Tlatelolco. 

En esa época tenía 11 o 12 años y solía leer los libros en una sola noche. Recuerdo haber leído así La noche de Tlatelolco y no haber podido dormir, haber tenido pesadillas, haber escuchados los cantos, estas consignas que aparecen todo el tiempo en el libro de Elena Poniatowska, como si los escuchara en mi mente, y el horror de darte cuenta de que parecía que el peor crimen en México era ser joven, tener ideas y querer cambiar las cosas. Para mí fue terrorífico. Otro momento fue en la preparatoria, hablando más del 68. Algún profesor nos puso [la película] Rojo amanecer en clase. Recuerdo haber salido llorando de coraje, de impotencia de saber qué era este país. 

Ya tenía 16 o 17 años, me juntaba con una banda que fumaba mota. 

Sabía lo que era estar en la calle y que de repente llegara la policía, y nada más porque te veían chavo y con pantalones tumbados, te revisaban y si a alguien le encontraban un churro, iba a dar a los separos y le pegaban una madrina [golpiza]… Es decir, una de las experiencias más terroríficas como mexicana ha sido la brutalidad policiaca. 

Y eso que no lo he tenido que vivir en carne propia. Pero tengo tíos que, por una infracción de tránsito, han acabado en los separos y cacheteados.



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