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La nueva edad dorada

Los documentales sobre siniestras confabulaciones reales o que intentan desmentir algunas fantasías que han llegado a hacerse colectivas están en auge

Dos chicas abordan a un desconocido en un aeropuerto. Le tapan los ojos, le frotan la cara y se largan. En una hora el hombre está muerto. Ha sido envenenado con una toxina letal. Las chicas son detenidas y dicen no tener constancia de haber matado a nadie y que creían estar participando de una broma con cámara oculta. Alegan ser los chivos expiatorios de un complot para perpetrar un asesinato político.

La nueva edad dorada

Asesinas podría conformar una perturbadora sesión doble con El infiltrado, miniserie estrenada en Filmin en febrero en la que el documentalista Mads Brügger condensa las grabaciones efectuadas con cámara oculta por un chef danés durante la década que ejerció de topo en las redes de amigos de Corea del Norte con intención de desenmarañar los tejemanejes de la dictadura y su principal proselitista en Europa, el español Alejandro Cao de Benós.

Son dos muestras de una corriente en aumento. En marzo se estrenaron El disidente, de Bryan Fogel (en Filmin), que disecciona el asesinato del periodista Jamal Kashoggi en el consulado de Arabia Saudí en Estambul y cómo el régimen saudí incrustó el programa espía Pegasus en el móvil de Jeff Bezos, y Q: En el ojo del huracán, de Cullen Hoback (en HBO), que explica el origen y el funcionamiento de QAnon, el movimiento populista engendrado en internet que a base de absurdas teorías conspirativas acabó instigando el asalto al Capitolio. Y desde septiembre, poco antes de las elecciones estadounidenses y de ese espeluznante epílogo a la era Trump, en HBO también se puede ver Agentes del caos, de Alex Gibney, que escruta las maniobras rusas para influir en los comicios que proyectaron al magnate a la Casa Blanca.

La presidencia de Donald Trump ha marcado la que Noel Ceballos, autor de El pensamiento conspiranoico (Arpa), considera la era dorada de la conspiranoia. En su libro afirma que “nunca un porcentaje tan alto de la población había sido expuesto, durante tanto tiempo, a un número tan grande y normalizado de teorías de la conspiración como en la segunda mitad de la década pasada”. Y el fenómeno crece:  “Las teorías de la conspiración ahora están en el centro del discurso social, abren informativos”, advierte, “pueden llevar a la gente a no vacunarse y a montar manifestaciones negacionistas de la covid, y a una muchedumbre enfurecida a asaltar el Capitolio”.

Es fácil trazar un paralelismo con el final de los sesenta y la década de los setenta. Entonces, los magnicidios de John y Robert Kennedy, Malcolm X y Martin Luther King llevaron a la población estadounidense a creer que todo era posible, y los papeles del Pentágono y el Watergate, a desconfiar del Gobierno. Ahora, la convicción de que todo puede pasar y la suspicacia respecto del establishment son un fenómeno global, magnificado y acelerado por internet. Para Ceballos, “a finales de los sesenta, hubo un cambio de paradigma tecnológico, el escrutinio sobre el poder fue mayor y se descubrieron más escándalos. Cada vez tenemos más herramientas para vigilar al poder, y eso conlleva un aumento de la desconfianza. El problema es cuando eso se convierte en algo patológico”.

Aquellos años aún alimentan a creadores como Oliver Stone, que, 30 años después de JFK: Caso abierto, cumbre del thriller conspiranoico, estrenó hace un mes en el festival de Cannes JFK Revisited: Through The Looking Glass, dos horas de documental sobre el asesinato del presidente Kennedy basadas en 2.800 informes secretos desclasificados en 2017 (aún quedan otros 200, considerados clave por los historiadores). Puede que nunca se sepa quién estaba en realidad detrás de aquel magnicidio el 22 de noviembre de 1963, pero Stone, documentos en mano, señala al FBI y a la CIA como manipuladores de todas las investigaciones posteriores. Como decía el cineasta a El PAÍS en el certamen francés: “Kennedy tenía demasiados enemigos. En realidad, no sé qué pasó, pero sí lo que no pasó”. El filme se estrenará en salas en España, aunque aún no hay fecha fija.

Hace medio siglo el cine tradujo ese malestar en thrillers como Los tres días del cóndor (Sydney Pollack, 1975), pero ahora es el documental el que mayoritariamente aborda estos asuntos. En 1976, Alan J. Pakula dramatizaba en Todos los hombres del presidente el hito periodístico que le costó la presidencia a Nixon. Cuatro décadas después, en 2015, ganaba el Oscar al mejor documental Citizenfour (Laura Poitras), making of de una de las exclusivas de la década, la filtración de Edward Snowden que desveló que la NSA estadounidenses espiaba de manera ilegal a los ciudadanos.

Cada vez hay también más medios para desvelar conspiraciones reales y para combatir las teorías conspirativas, opina Ceballos. “Por eso tantos documentalistas están centrando su interés en ello. Es un tema fascinante, pero además nos va la vida en ello”. Lo primero, explicar complots veraces, es lo que hacen El disidente o Asesinas. Lo segundo es lo que hace Q: En el ojo del huracán (aunque también explica cómo los conspiranoicos derivan a su vez en conspiradores). O El caso Alcàsser (2019), donde Elías León Siminiani desarma las disparatadas hipótesis sobre aquel triple asesinato diseminadas durante años en horario de máxima audiencia televisiva.

Para León Siminiani, el propio sistema judicial consagra la idea de la construcción de un relato.



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