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La historia del océano contada por una gota de agua

De la rueda al chocolate, una avalancha de títulos demuestra que hay una manera de contar el pasado más centrada en la vida cotidiana que en las gloriosas hazañas de los poderosos

La profunda renovación historiográfica que se produjo en el periodo de entreguerras (a partir de la aparición de la Escuela de los Annales, la asimilación y desarrollo de la historiografía marxista y el despliegue de la historia cuantitativa y serial) provocaría tiempo después la irrefrenable expansión del territorio del historiador, que vería ampliarse exponencialmente sus objetos de estudio. Sin desdeñar las temáticas más clásicas (las políticas e institucionales), la historia incorporaría otras hasta entonces inimaginadas, como serían la cultura popular, el libro y la lectura, la imagen y la propaganda, la fiesta, las creencias, la magia o las mentalidades colectivas (donde entrarían los sentimientos: el amor, el miedo, la muerte). Entre esos nuevos campos de investigación se abrirían paso dos estrechamente ligados, el de la cultura material y el de la vida cotidiana.

La historia del océano contada por una gota de agua

De ahí la actual proliferación de monografías (unas con ingente documentación inédita de base, otras como obras de divulgación de temáticas poco conocidas del gran público), de las cuales podemos entresacar algunas recientemente publicadas, dejando a las afueras muchas otras como, por ejemplo, los volúmenes publicados en España como fruto de proyectos de investigación colectivos o en misceláneas en homenaje a algunos de los más asiduos cultivadores del género en nuestras tierras, como el volumen coordinado por Gloria Franco, Inmaculada Arias de Saavedra y Ofelia Rey y ofrecido a María Ángeles Pérez Samper en 2021 (El telar de la vida: tramas y urdimbres de lo cotidiano).

Empezaremos por el agua, en razón de su trascendencia como elemento esencial para la aparición y la conservación de la vida. A su historia desde sus remotos orígenes (la reacción entre el hidrógeno y el oxígeno a partir del material generado por la muerte de las primeras estrellas) hasta su situación actual (donde es un bien tan necesario como escaso y amenazado) le ha consagrado un extenso libro Giulio Boccaletti, prestigioso investigador de cuestiones medioambientales y reconocido experto en la gestión de recursos naturales. Ahora bien, para adentrarse en el libro, primero hay que entender bien el enfoque del autor, que concibe su exposición como la de la relación entre el elemento natural con las instituciones, es decir, como una historia política de los recursos hídricos, evitando en cualquier caso una interpretación “estrictamente determinista”: el agua no ha determinado la forma de las instituciones, pero las instituciones sí nacieron para que las sociedades pudiesen intervenir en su imprescindible gestión. Sólo aceptando esta perspectiva pueden aprovecharse las enseñanzas de esta obra ambiciosa y bien documentada.

Algunas sociedades nacieron por y para el agua, como ocurrió con los pueblos del creciente fértil, cuya acción sobre el Éufrates y el Tigris produjo la revolución neolítica, o como ocurrió en el Antiguo Egipto, que nació justamente en contacto con el agua, ya que fue, como dijera Heródoto, un “don del Nilo”. A partir de ahí nos encontramos con una historia universal de la utilización del agua por los Estados desde la Antigua Grecia hasta nuestros días. Esta historia, que abarca tres milenios y se extiende por los cinco continentes, tiene naturalmente sus crecidas y sus remansos, con experiencias estelares, como la de los Países Bajos en los tiempos modernos, la transformación de la geografía hídrica en la frontera occidental de Estados Unidos, la revolución hidrográfica del siglo XX, la utilización de los recursos hídricos para la industrialización pesada y la colectivización agrícola en la Rusia de Stalin, y así sucesivamente, hasta llegar a la actual carestía de este elemento esencial para la vida, situación que plantea uno de los grandes retos de nuestro futuro.

Según las palabras del escritor y ensayista francés Raphaël Meltz, la historia de la rueda no es una simple cuestión tecnológica, sino que “es una historia de la civilización, de la rueda en el corazón de la humanidad, de la rueda como indicador de la noción de progreso, como pieza central de un mundo occidental triunfante, seguro de su visión evolutiva”. Y a partir de ahí nos confronta con algunas problemáticas anejas a la aparición (o no) de la rueda en las distintas épocas y en los distintos mundos.

De los vestigios más antiguos surge la convicción de que las primeras representaciones de estos artefactos se remontan al cuarto milenio antes de Cristo, tanto en Sumeria como en Polonia (a partir del vaso de Bronocice, hallado a 40 kilómetros de Cracovia), así como la constatación de que los faraones no contaron con la rueda para la construcción de las pirámides, mientras que los hicsos pudieron vencer a los egipcios (hacia el año 1700 antes de nuestra era) gracias a disponer de carros de combate sobre ruedas y de que su utilización más práctica se produjo con la sustitución por parte de los pueblos celtas de la rueda compacta por la rueda con radios (en el último tercio del primer milenio antes de nuestra era). De ahí pasamos a los mundos sin ruedas, particularmente al caso de la América precolombina, preguntándose el autor si su ausencia se debió a una carencia real o a un rechazo cultural, y si ello representaba un auténtico atraso en sociedades tan avanzadas en otros campos como fueron la maya o la azteca. En cualquier caso, posiblemente sea cierto que el conocimiento de la rueda dio superioridad a los europeos sobre los mundos de Oriente Próximo y los mundos de América, y con seguridad la rueda se ha impuesto como un instrumento de progreso a nivel mundial. Aunque quizás este progreso en el futuro descanse sobre el desplazamiento en vehículos sin ruedas, concluye el autor.

Bien conocida en general la historia del textil, la escritora y periodista Virginia Postrel nos ofrece una síntesis posible y plausible de una temática tan compleja como es la de la fabricación y distribución de las telas, tratando en profundidad la variedad de las fibras (lana, lino, seda, algodón) y de los tintes (añil o índigo, púrpura, cochinilla, palo brasil), los procesos del hilado y el tejido (tareas dejadas en manos de las mujeres hasta su definitiva mecanización), el papel de los comerciantes (aquí focalizado en el ejemplo de las ciudades italianas del Renacimiento), las preferencias de los consumidores (y de las trabas opuestas desde el poder, como la prohibición de los calicoes o indianas) o las innovaciones en la elaboración y producción de nuevos tejidos en el siglo XX.

La obra pone especial énfasis en el valor inapreciable de la artesanía textil, en las múltiples dificultades que entrañan procesos que hoy nos pueden parecer sencillos como la sericicultura o la elaboración del algodón, el lento desarrollo de las técnicas aplicadas (desde la rueca hasta el telar de Jacquard, sin contar con los adelantos de la revolución industrial inglesa), la financiación de los cultivos (que a veces implica mano de obra esclava) y las fábricas (que siempre lleva consigo la aparición de un proletariado industrial), las preferencias de los consumidores y las trabas impuestas desde el poder (las leyes suntuarias), las innovaciones del siglo XX (el nailon o el poliéster). En suma, la autora ha tratado (y ha conseguido) de demostrar que “cada trozo de tela encarna la solución de innumerables y enrevesados problemas”. Y que la aventura de los tejidos implica a toda la humanidad y en la larga duración, pues no “pertenece a una sola nación, raza o cultura ni a un único tiempo o espacio”; no es “una historia masculina o femenina, ni es una historia europea, africana, asiática o americana”. El textil nos enfrenta a una historia total.

También la historia del chocolate es hoy una de las más conocidas, debido sin duda a su extraordinaria difusión por Europa a partir del siglo XVI hasta llegar a convertirse en el producto gastronómico más estimado en el siglo XVIII, en la bebida indispensable en todo hogar que se preciase. El libro de Piero Camporesi, ilustre filólogo, antropólogo e historiador (a quien debemos una monografía muy difundida: Il pane selvaggio), se ocupa, junto a otras diversas experiencias gastronómicas, magníficamente ilustradas por una extensa colección de referencias literarias, de la evolución del chocolate (il brodo indiano) justamente en el Setecientos europeo. Sin entrar en el detalle, es muy interesante estudiar el paso desde el primer chocolate (muy especiado, con vainilla, chile, achiote, pimienta, clavo, nuez moscada, jengibre y anís, amén de otros ingredientes) hasta el chocolate ligero (sólo cacao, azúcar y vainilla), aunque siempre ilustrado por el uso de toda una panoplia de artilugios (la chocolatera, el platillo, la mancerina, la taza y la jícara) que asemeja su consumo a una suerte de ceremonia del té japonesa, al margen del imprescindible acompañamiento de dulces (yemas, crema tostada, peladillas o almendras garrapiñadas). Es el “chocolate global”, retratado en tantas pinturas, como en el bodegón de Antonio de Pereda del Museo del Ermitage del siglo XVII o las aún más espectaculares composiciones de Luis Meléndez de la centuria siguiente.

Lecturas

Agua. Una biografía de Giulio Boccaletti. 

El sabor del chocolate. Lujo, moda y buen gusto en el siglo XVIII de Piero Camporesi.

Una historia política de la rueda de Raphaël Meltz. 

Historia del columpio de Javier Moscoso. 

El tejido de la civilización. Cómo los textiles dieron forma al mundo de Virginia Postrel.euros

Umbrales. Un viaje por la cultura occidental a través de sus puertas de Óscar Martínez. 

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