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Cuando la Guerra Fría se libró en una cocina

Hace 65 años se gestó el acuerdo para organizar sendas exposiciones que mostrasen el poderío soviético y estadounidense en el territorio contrario. Los primeros presumieron de músculo militar y espacial y los segundos decidieron llamar la atención de otra manera: con electrodomésticos

A veces no basta con tener la sartén por el mango; también hay que demostrárselo a tus adversarios. La opulencia del Palacio de Versalles como hogar del absolutismo francés, el conjunto del Valle de los Caídos para que los derrotados de la Guerra Civil española nunca olvidaran su condición de perdedores o la mesa con la que Putin fomenta el diálogo cercano con otros líderes mundiales son algunos ejemplos de la importancia que la arquitectura o los muebles pueden adquirir en la construcción de la imagen del poder.

Nikita Jruschov atiende a las explicaciones de Richard Nixon durante la inauguración de la American National Exhibition en Moscú, el 24 de julio de 1959. Leonid Brézhnev, a la derecha, no parece demasiado convencido con las palabras del vicepresidente estadounidense.Cuando la Guerra Fría se libró en una cocina

SÍMBOLO 

Otras veces, el mensaje es más sutil. La fotografía del primer secretario del Partido Comunista soviético Nikita Jruschov junto al entonces aún vicepresidente de Estados Unidos Richard Nixon en lo que parece una típica cocina americana es una de las imágenes más extrañas de la Guerra Fría. ¿Cómo es posible que una sencilla casa prefabricada para la clase media llegara a convertirse en el símbolo de la carrera estadounidense y rusa por la dominación tecnológica y cultural del planeta?

La historia comenzó en septiembre de 1958, cuando, movidos por un clima de deshielo internacional favorable a la coexistencia pacífica, Estados Unidos y la Unión Soviética acordaron celebrar sendas exposiciones en territorio contrario durante el verano de 1959. Para el bloque soviético la superioridad de una nación se demostraba con logros militares y científicos extraordinarios, por lo que en su muestra en Nueva York exhibieron músculo tecnológico.

La delegación rusa llegó a bordo de un impresionante Túpolev Tu-114, el avión de pasajeros más grande del mundo, y atiborraron el New York Coliseum con maquetas de fábricas y maquinaria pesada, incluido el primer barco rompehielos atómico. Entre banderolas con el rostro de Lenin y esculturas de trabajadores soviéticos, se reservó un lugar especial para una réplica del Sputnik 1, el primer satélite artificial de la historia que la Unión Soviética había puesto en órbita el 4 de octubre de 1957.

Superados en la carrera espacial y con un presupuesto tres veces menor (Estados Unidos destinó 3,5 millones de dólares al montaje de su exposición, frente a los 12 reservados por la Unión Soviética), los organizadores de la American National Exhibition en Moscú plantearon un enfoque radicalmente diferente. El buque insignia era una cúpula geodésica de aluminio dorado patentada por Richard Buckminster Fuller. Concebida como una “máquina de información” con capacidad para manejar un flujo de 5.000 personas por hora, Ray y Charles Eames instalaron en su interior un complejo sistema de siete pantallas de proyección simultánea donde podía verse “un día en la vida de los Estados Unidos” a través del documental Glimpses of the USA.

Se construyó también un enorme pabellón acristalado repleto de un abundante surtido de todo tipo objetos y bienes de consumo de uso rutinario, así como el Circarama, un edificio cilíndrico patentado por Walt Disney que permitía la proyección de la película America The Beautiful en 360 grados.

Los comisarios estadounidenses organizaron demostraciones de productos de cosmética y desfiles de moda en los que chicos y chicas adolescentes cruzaban la pasarela al ritmo del Jailhouse Rock de Elvis Presley. Instalaron kioscos con libros, periódicos y revistas sin ningún tipo de vigilancia o control, ya que la intención era que los visitantes rusos los robaran en nombre de la libertad de prensa estadounidense. Expusieron coches descapotables de todos los colores posibles, maquinaria agrícola, equipamiento deportivo, televisiones y equipos estéreo. Incluso había dispensadores gratuitos de Pepsi-Cola (la foto de Jruschov bebiendo aquel brebaje yanqui acabaría por favorecer el establecimiento de la compañía en la URSS a cambio de una flota de combate). En palabras de Harold C. McClellan, director general del evento, el principal objetivo de la exposición era “proyectar a los soviéticos una imagen realista y creíble de Estados Unidos […], reflejar cómo vive, trabaja, aprende, produce, consume y juega la población estadounidense; qué tipo de personas son y cuáles son sus valores”.

McClellan estaba buscando patrocinadores cuando recibió la oferta de una promotora inmobiliaria de Long Island dispuesta a asumir los costes de producción, envío y montaje de una casita tipo rancho.

Era una construcción sencilla y asequible (su costo de su producción se fijó en 13.000 dólares, unos 125.000 euros actuales), el típico hogar para una familia de clase media que las inmobiliarias estadounidenses estaban repitiendo hasta la saciedad en los suburbios de todas las ciudades del país: estructura de armazón de madera, muros prefabricados, cubierta a dos aguas, y una sola planta rectangular compacta, de 106 metros cuadrados, en la que se distribuían tres dormitorios, un baño completo, un aseo, salón, comedor y cocina.

A pesar de su carácter modesto, el presidente de la promotora se mostraba confiado respecto a su valor propagandístico: “No hay nada que nadie pueda decir sobre el libre mercado que tenga un impacto comparable al que tendrá lo que el ruso medio vea cuando visite la casa de un estadounidense medio”.

Los comisarios de la exposición idearon la sustitución de algunos tabiques interiores por barandillas y la introducción de un pasillo central de tres metros de ancho que partía la casa por la mitad. Aquella operación permitió transformar una sencilla vivienda para una familia de cuatro personas en un pabellón expositivo por el que desfilarían miles de curiosos soviéticos al día (durante las seis semanas que se mantuvo abierta al público, desde el 25 de julio hasta el 4 de septiembre de 1959, dos millones y medio de rusos visitaron la exposición), a la vez que motivó el sobrenombre de Splitnik, un juego de palabras entre el satélite ruso y la palabra split (dividir, en inglés).

La cocina siempre ha sido una estancia sujeta a la experimentación y el desarrollo tecnológico en el debate de la arquitectura contemporánea. También fue un tema central en la American National Exhibition, donde se expusieron todo tipo de electrodomésticos y artículos para el hogar, a la vez que había demostraciones en directo en las que los visitantes podían ver cómo actrices caracterizadas como amas de casa preparaban una cena completa en cuestión de minutos utilizando alimentos congelados y preparados. Los soviéticos quedaron boquiabiertos ante la Miracle Kitchen of the Future (Cocina Milagrosa del Futuro), un montaje doméstico itinerante que contaba con todo tipo de dispositivos automatizados, incluidos un robot aspirador autopropulsado y un lavavajillas móvil.

El Kremlin era consciente de la intención estadounidense de seducir a sus compatriotas con aquellas escenas de abundancia doméstica, así que, a pesar de las buenas intenciones que habían gestado el evento, el 24 de julio de 1959, durante la inauguración oficial de la exposición a la que acudió Richard Nixon en calidad de vicepresidente de Estados Unidos, Jruschov tiró de su brusco sentido del humor para minimizar los logros americanos. “Muchas de las cosas que nos han enseñado son interesantes, pero innecesarias. No tienen ninguna utilidad”, se mofaba.

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Los trabajadores de la American National Exhibition enseñaban a los visitantes cómo se hacía la compra en los supermercados de Estados Unidos.



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