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La gozosa luz del ‘Mare Nostrum’

La Fundación Mapfre despliega los intensos colores del Mediterráneo en una exposición que reúne obras de Renoir, Monet, Matisse, Sorolla, Picasso, Dalí o Van Gogh

“Estoy asustado por los tonos que hay que emplear, temo resultar terrible y sin embargo, me quedo muy corto”.

“El Mediterráneo”, 1888. Claude Monet.La gozosa luz del ‘Mare Nostrum’

La reflexión de Claude Monet expresa la sensación de sobrecogimiento al contemplar gran parte de las obras de la gran exposición que la Fundación Mapfre dedica al Mediterráneo.

Son 138 piezas de artistas que plasmaron la intensidad de la luz y la fuerza de los colores en una competencia que se desplegó por tres países en los que se estructura la muestra: España, Francia e Italia.

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“¡Al agua!”, 1908. Joaquín Sorolla.

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EL RECORRIDO

Se abre con paisajes que no aún no dejan ver el mar de Joaquín Torres-García, un uruguayo que desarrolló parte de su obra en Cataluña, para dar paso “al primer pintor español que mostró una playa”, subraya Pablo Jiménez Burillo, director del Área de Cultura de la Fundación Mapfre y comisario de “Redescubriendo el Mediterráneo” junto a Marie-Paule Vial.

La parte española ofrece distintas caras. Las playas de Valencia estallan en luz y alegría porque en ellas se desarrolla la vida, ya sea para trabajar o por placer, con niños, mujeres y pescadores. Es también el goce del turismo burgués. Junto a obras de Sorolla como “¡Al agua!” y “Clotilde y Elena en las rocas”, en las que parece oírse el mar. Llama la atención “Bajo la sombrilla”, con un enorme y anaranjado quitasol, de Lluís Masriera.

Más al norte, los pintores catalanes del noucentisme, que enraízan sus pinturas a una identidad nacional, “una arcadia, con estereotipos como los cuerpos desnudos de mujeres de Joaquim Sunyer, que las identifica con la naturaleza”, apunta Jiménez Burillo. Un tema que se prolonga en un joven dalí, “Bañistas de Es Llaner”.

La tercera escala por el mediterráneo español es la isla de Mallorca, con un estilo “con mayor influencia simbolista, más colorista”, añade. Es decir, más cercano a la abstracción, a la parte francesa de la exposición.

El Mediterráneo galo arranca en París, porque, como se explica, gracias a la expansión del ferrocarril los artistas pudieron pisar la costa. “En este caso es el descubrimiento de un paisaje casi virgen”. El lugar para los colores puros de Monet, o Renoir con “Les Colletes”, óleo en el que la mujer representada y los árboles se asemejan.

De maestros del impresionismo al divisionismo de Paul Signac, con cuadros con aspecto de mosaico por su pincelada teselada, como un hipnótico puerto de Marsella, por ejemplo.

Las estrellas se suceden, Cézanne y “una de las obras que ha sido más difícil traer”, apunta Vial, “Las caravanas”. Campamento gitano cerca de Arlés, de Van Gogh, con los acostumbrados amarillos del neerlandés.

Vial, exdirectora de los Museos de Marsella, repasa algunos de los más de 70 prestadores para la ocasión: el Museo d'Orsay, el centro Georges Pompidou, el Reina Sofía, el Museo Picasso de París, además de coleccionistas particulares. Han sido más de dos años de preparativos.

Los paisajes del pequeño pueblo pesquero de “L’Estaque” estuvo en el foco de varios artistas, que en el caso de Georges Braque se convirtió en una serie realizada en 1906. Otro de los imanes del recorrido es la fiesta de luz de “La terraza soleada”, de Pierre Bonnard.

De todo este calor, la exposición se torna más apagada en la orilla italiana. “Para los artistas de ese país, el Mediterráneo es una referencia al pasado clásico, a lo perdido”, según Jiménez Burillo. Son obras melancólicas, reflejo de un tiempo detenido con tonos ocres. Aparte está el mundo de Giorgio de Chirico, con su pintura metafísica y su gusto por los caballos.

El Mediterráneo como motor de la renovación del arte finaliza con lo que el comisario califica de “sala espectacular”, porque reúne a dos genios “que se miraban de reojo, con desconfianza, a ver qué hacía el otro”: Matisse y Picasso. El primero deja constancia de su paso por Saint-Tropez o Niza, donde murió. Entre las piezas escogidas sobresalen “Figura con sombrilla” y “Desnudo con albornoz”. En Picasso se aprecia una evolución, de los azules brillantes de “Los pichones”, que posan con un mar al fondo, a los marrones oscuros de un paisaje crepuscular de “Cannes”, de 1960. En esa obra ya no hay la iluminación intensa, lo que no impide que se mantenga la sensación de que este paseo por el Mediterráneo es, como resume Vial, “entusiasmo, armonía y felicidad”. 

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“Les Collettes”, 1908. Auguste Renoir.

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“Figura con sombrilla”, 1905. Henri Matisse.

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“Los pichones, Cannes”, 1957. Pablo Picasso.




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